Solo el Amor basta

13 julio 2025

Cuando decidí publicar esos comentarios del evangelio que cada domingo había ido escribiendo durante varios años, elegí como título de aquellos libros la expresión «CONTEMPLANDO LA VIDA». Contemplar es mucho más que mirar lo que pasa. Requiere fijar la atención, educar la mirada, buscar el silencio necesario para que repose lo vivido y familiarizarse con ese Dios que se hace presente en los lugares y situaciones más insospechados de nuestra existencia.

Hoy escribo esta reflexión con mi cuerpo agotado, pero con mi espíritu sereno. Lo hago en el día en el que he enterrado a mi padre tras un mes luchando por vivir y superar un COVID que ha destrozado sus pulmones a una velocidad que te deja sin palabras. Esta es la vida que hoy contemplo desde esta situación tan personal que por un lado te deja herido como a aquel hombre apaleado por el camino, pero que al mismo tiempo, te permite comprender mejor esas palabras de Jesús con las que enseñaba a aquel escriba que alcanzar la vida eterna es solo cuestión de AMOR.

Mi contemplación de la vida ante la muerte de mi padre, me ha llevado a aprender con admiración cómo el amor es capaz de unir lo que es distinto y sacar lo mejor de cada uno. Un amor así tiene la capacidad de sanar a esta sociedad herida de individualismo y de enfrentamientos inútiles. Cuando se experimenta la debilidad ésta puede ser causa de queja o de lamento permanente o por el contrario, puede convertirse en una oportunidad para generar una comunidad de ayuda mutua, de cariño auténtico, de ternura y generosidad.

Este es el amor que Jesús nos quiere inculcar para que aprendamos a saber mirar lo que el otro necesita y a descubrir las heridas que hacen sufrir a las personas que se cruzan con nosotros en nuestro camino. Como aquel samaritano necesitamos pararnos para no pasar de largo ante las debilidades de los demás, demasiado ocupados por nuestros ruidos y por las cosas que tenemos que hacer. No se nos pide que solucionemos los problemas que no están en nuestra mano, ni que carguemos con mochilas que no son nuestras, pero sí que tengamos la lucidez y la valentía para llevar a quien está herido física, emocional o espiritualmente, a esa posada donde puedan atenderle.

Cada uno de nosotros, en la situación en que nos encontramos, tendremos que pensar qué podemos hacer para imitar a aquel buen samaritano y cumplir el mandato explícito de Jesús: ¡Ve y haz tú lo mismo! El corazón del evangelio late con fuerza en este domingo e interpela nuestras vidas. En un mundo en el que tanta gente va a lo suyo y vive despistada, Jesús nos pide que caminemos por la vida con los ojos abiertos y el corazón sensible para ofrecer escucha, apoyo, ayuda a quien se encuentra herido por las circunstancias de la vida.

Al despedir a mi padre que, durante tres años tuvo que reinventarse para aprender a vivir solo, he podido comprobar con orgullo dos hechos interpelantes. En primer lugar, que el amor trasciende la presencia física de la persona amada y que la convicción de que mi madre seguía junto a él, cada día y en cada momento tras la frontera de la muerte era una fuente permanente de sabiduría, de paz y de esperanza.

En segundo lugar, que la debilidad y la necesidad de ayuda se convierte en una oportunidad para que nazca una «comunidad de samaritanos» formada por amigos auténticos y por personas buenas que están atentas a muchos pequeños detalles que hacen que las heridas de la vida sean más llevaderas o incluso que acaben por dejar de doler.

Ojalá todos seamos capaces de hacer lo mismo que Jesús nos enseñó para sanar las heridas que vemos en las personas con las que nos encontramos porque solo el amor abre la puerta de la vida eterna. ¡Feliz domingo!

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