Hace un tiempo leí una noticia que me sorprendió mucho: Según el titular, alrededor de un treinta por ciento de la población de Estados Unidos cree que la tierra es plana. Tuve que leerlo un par de veces para asegurarme que no era una broma.
Investigando sobre el caso, he descubierto que el terraplanismo es una doctrina en auge: Por ejemplo, existe una sociedad de terraplanistas que organiza congresos y foros diversos, como si se tratase de una sociedad de oftalmología, o una asociación de geólogos. No alcanzo a imaginar cómo explican desde ese punto de vista los viajes interplanetarios; la ingente cantidad de material gráfico disponible desde principios de los sesenta, en el que se ve la tierra fotografiada y filmada desde el espacio; la aplicación Google Earth, desde donde puedes asomarte a cualquier punto del GLOBO terráqueo. Y, sin más, la evidencia de la curvatura terrestre, cuando se sube a una elevación cercana al mar en un día claro, lo que a los griegos les llevó a pensar hace milenios que la tierra era redonda. No deja de sorprender esta capacidad deimpermeabilizarse tan eficazmente de tal abrumadora cantidad de evidencias.
Pero, pensándolo bien, podemos ver que el terraplanismo es el modelo mental con mayor auge en nuestros días. Sus manifestaciones son variadas. Porque en nuestro mundo, cada vez hay más grupos que construyen sus convicciones al margen de los hechos, utilizando las gafas de no ver la realidad, o ver únicamente la que interesa.
Bueno, llegado a este punto, no está de más recordar que esto, en mayor o menor grado, lo hacemos todos. Ya el gran Kant proponía que es el sujeto quien organiza las percepciones que le llegan, según los filtros mentales de los que dispone el entendimiento. Pero hay un límite que es peligroso franquear: el que los hechos imponen. Existe una mínima objetividad, que resiste a todos los filtros que se le quieran poner.
Pues precisamente ésa es la tarea de los nuevos “ministerios de la Verdad”, si utilizamos la denominación de Orwell. Hay muchos grupos que recrean el mundo, lo interpretan, y lo retuercen en función de sus prejuicios o, peor aún, de sus intereses:
Políticos que dicen una cosa y su contraria, al acomodo de las circunstancias, y prometen solemnemente aquello de lo que se desdecirán con no menos solemnidad, sin rubor alguno y sin necesidad de dar explicaciones. Y lo desconcertante es que encuentran siempre un tropel de seguidores, dispuesto a aplaudir sus disparatadas ocurrencias.
Partidos políticos rapaces, que han convertido la política una charca cenagosa en la que medrar, otorgando a la corrupción la categoría de industria nacional, y que sin pestañear hacen pública proclamación de honradez, como si las palabras tuvieran el mágico efecto de borrar las culpas, sin haberlas reconocido.
El terraplanismo afecta particularmente la visión de la historia, y en estos turbios tiempos asistimos a la rehabilitación de viejos genocidas, con el clásico recurso de callar sus crímenes, y fabricarles un pedestal hecho de nostalgia y de propaganda barata.
El terraplanismo es un recurso fecundo para las hordas tribales, propensas a crear pasados gloriosos, convenientemente expurgados de todo lo que no sea útil para los intereses de la tribu, siempre bien dispuesta a excluir de su seno a quienes no aceptan la tutela ancestral de la jauría aullante. El caso es que el relato sea atractivo para consumo de la chusma enfervorizada que podrá así ondear banderas; esos formidables camuflajes de los intereses de clase de quienes manejan los hilos del poder.
Todo este combinado hace imposible el entendimiento mutuo, por ofrecer visiones de la realidad opuestas e irreconciliables. El enquistamiento en los prejuicios hace inviable el diálogo, y la escucha del otro se torna superflua, cuando uno no tiene nada que escuchar, porque su visión del mundo no necesita ser contrastada.
Desde el terraplanismo hay quienes se empeñan en negar el cambio climático, a pesar de la enorme cantidad de evidencias del desastre que algunos vienen anunciando desde hace décadas.
Desde el plan educativo, aquí hay un formidable desafío. Es urgente educar en la visión crítica de la realidad; proponer el diálogo como única vía de entendimiento; favorecer la empatía, y, especialmente, el arte de escuchar. Como educadores tenemos la gran responsabilidad de ser buscadores de la verdad, y no contentarnos nunca con reírle las gracias a quien dice aquello que encaja con nuestra visioń del mundo. Eso supone leer, contrastar, formarse continuamente, buscar sin descanso. Porque cuando todos necesitan gritar su verdad, y nadie está dispuesto a escuchar la de los otros, se favorece el auge del terraplanismo. Seguro que conocemos a más de uno.
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