En mi último post, a mediados del mes de julio, escribí sobre las razones y motivaciones que me llevaban a realizar un voluntariado misionero durante un mes de mi verano. Así que veo justo compartir el tiempo vivido y compartido en tierra de misión en unos días tan próximos al Domund.
Han pasado dos meses desde que volví y en muchas ocasiones, mi mente sigue allí. Angola es un país que acoge, que se acerca a ti, que tiene curiosidad por ti y te cuida. La casa salesiana de São José de Narazé (en La Lixeira) es una casa tan acogedora que después de poco tiempo ya te sientes en casa. Siempre hay personas que llegan para quedarse, o para comer porque van de paso a otra ciudad, visitas o salesianos que van de ferias pastorales (vacaciones) y pasan allí parte de su verano.
Nuestra misión allí fue ayudar en lo necesario de la logística de la casa y acompañar a los niños y niñas de las casas de acogida de la red “Lares Don Bosco”. Son sus caras sonrientes las que se cruzan por mi cabeza algunos días. Nos acogieron en sus casas con los brazos abiertos, sabiendo que íbamos tan lejos de nuestra casa para pasar tiempo con ellos, conocerlos y aprender de ellos.
A lo largo de su estancia en Lares, las chicas pasan un tiempo en la Casa Anuarite y los chicos pasan generalmente por tres casas: Casa Magone, Casa Margarida y Casa Muxima (“corazón” en el dialecto kimbundu), donde después de salir de la calle encuentran un hogar donde sentirse seguros, una cama donde dormir y un plato con comida tres veces al día. Comienzan a tener una rutina en las que les acompañan educadores y asisten a clases en el colegio, algunos después de un tiempo comienzan incluso cursos de FP.
He aprendido a no prejuzgar. Conocí a muchos niños que han pasado por la calle, he compartido tiempo con ellos y a pesar de todo lo que han podido vivir en la calle, ahí están con una sonrisa en la cara y con la esperanza de poder tener un futuro. Tengo claro que ellos SON FUTURO.
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