TÚ NO PUEDES SER MALO, PORQUE YO TE QUIERO

De andar y pensar   |   Paco de Coro

12 abril 2023

Pascua en Cerdeña

Amigo Javier:

Me dijeron que en Cerdeña existe una gran confianza en las cosas, en la gente y en sí mismo. No se ve la necesidad de recurrir a paliativos.

– No estoy muy seguro de entenderle, Don Derossas.

– Padre Franchés, en la vida ya hay de todo, siempre y cuando se mantenga uno a la escucha y con los ojos bien abiertos.

– ¿Y bien?

– Ustedes, los curas “romanos” dan mucha importancia a los libros, y los libros distraen de la tarea de las cosas, del día a día, de la familia, del campo, del ganado.

– Entonces…

– Se atienen con tal dedicación a los libros, que un hombre absorto en la lectura, en estos pueblos, no dejaría de aparecer como un desertor.

– ¡Un desertor!

– Pues apaga y vámonos a la Gregoriana.

– Sorprendente.

– Discutible, diría yo incluso.

– Considero oportuno señalárselo, puesto que se trata de una norma tácita que en estas parroquias se interpreta con mucho rigor.

– ¿Puedo hacerle una modesta confesión?

– Sería un honor.

– Me encanta leer, he dicho. Desde los cinco años me encanta leer y siempre que puedo lo hago. Ahora mismo tengo un libro escondido en el bolsón derecho de la sotana y le dedico un poco de tiempo, entre penitente y penitente, en el confesonario y un tiempo más prolongado antes de dormirme. Pero nunca más de uno. Y en cuanto lo termino ¡zas! al baúl de los recuerdos (tengo ya 6 baúles). No pretendo sugerirle nada, sólo quiero que entienda la seriedad de mi situación.

Luego se abrió una rendija en mi mente tradicionalmente desordenada, porque me pregunté:

– ¿Mañana predico en Castelsardo?

– Primero en Nulvi y a las 12 en Castelsardo.

Una vez decidido algo, en la rectoral de Nulvi no se cambiaba nunca, por razones obvias de economía de las emociones.

Así es que primero en Nulvi.

El tintineo de la vida de Nulvi, sobre la mesa del mármol del tiempo, como perlas dejadas caer, volvía otra vez.

Volvían los Tedde, los Buscarinu, los De Sanctis, los Zallu, los Possadino, los Carruccio, los Derossas, los Loi, los Sanna, los Strinna, los Melis, los Meloni, los Piras, los Lodde, los Puttu…

Es el día de Resurrección del Señor de 1973.

Después de la liturgia de la Palabra, delimito el perímetro de mi homilía.

Me enderezo sobre el ambón.

Las cosas están en su sitio, la gente también. Don Derosas en el confesonario.

Me quedo pensando unos instantes. Dejo de lado mi homilía escrita.

Vacilo –tan solo un balanceo en el espacio– y de hecho vacilar es exactamente lo que nos sucede cuando percibimos de repente la brecha abismal que se produce sin nuestro conocimiento entre nuestras intenciones y la evidencia de los hechos, experiencia que me ha tocado sentir muchas veces, en estos tiempos más, en Parla o en Fuenlabrada, como consecuencia natural de mis elecciones y de las ajenas.

Fratelli / Hermanos:

Tú no puedes ser malo, porque yo te quiero’, le dice la protagonista de la última película, que he visto, a su amante –un trota mundos, un guaperas, un cazafortunas y un caradura.

Y despegamos ya, día de la Pascua de Resurrección.

Jesús es el acontecimiento que debería cambiar el mundo. Hecho de palabras, claro, pero sobre todo de realidades (los ciegos ven, los cojos andan… los pobres son evangelizados…). Jesús marca una pauta, traza un camino. Y hoy nos es necesario, en estos “años de plomo”, aquí en Italia, exigirnos a nosotros mismos ese talante imprescindible si queremos “cambiar” el mundo. Nos hace falta comprender cómo, en efecto, somos los discípulos de Jesús: sus continuadores, los realizadores del milagro del amor.

¿Cambiar al mundo con amor?

¡Vaya receta! Che scoperta! ¡Qué descubrimiento!

Un complejísimo mundo como el nuestro en el que es preciso conocer los secretos de la más honda economía y psicología y sociología y política ¡Cambiarlo con amor! Suena a estupidez, a sarcasmo, a idiotez…”.

Don Derossas menea la cabeza. Susana Carruccio me mira fijamente. Santuccio y Michelino Possadino sonríen. Tomuccia Tedde no para de moverse. La signora Antonina Strinna y Lucia Zallu bisbisean plegarias.

Tú no puedes ser malo, porque yo te quiero”.

Se trata entonces de salir por la calle gritando “amaos los unos a los otros”, repetirlo mil y una vez desde el púlpito, dedicarnos nosotros a ser muy amables y poner la mejilla “setenta veces siete”… ¡No seamos ingenuos, pobres cristianos, pobres católicos!

Al comienzo de nuestra historia ya nos llevaron a las fieras y al tormento por ingenuos. ¿Y qué logramos? Muy poco, o nada. Nada logramos “cambiar” hasta que un poderoso lúdico e intrépido, un emperador ambicioso y listo, se puso de nuestra parte. El dinero, las armas y el poder político lograron lo que no habíamos logrado nosotros con nuestras monsergas amorosas.

Constantino, el emperador Constantino, en un arranque selecto de tahúr supo que estaba haciendo cumbre en algo importante: salvarse de cualquier manera, y preferiblemente de sus enemigos internos, con cargo al politeísmo mimetizado a tope con el cristianismo más feroz. ¡Vaya!

Y cuando ya nos sentimos dueños del mundo, ¿qué hicimos con él? ¿Fuimos bondadosos, sencillos, humildes y amadores de todos, nuestros reyes y emperadores, nuestros papas y obispos, nuestra cristiana gente? ¡Qué descaro!

¿Queríamos cambiar el mundo, es decir, hacerlo cristiano?

¡Pues ya lo hicimos una vez y mirad los resultados!”.

Fratelli / Hermanos:

Bajo la lluvia amenazante de improperios –tantos– contra el cristianismo por parte de sus seculares “enemigos”, lo mejor no es callarse o lamentar la “incomprensión”. Lo mejor es ponerse a pensar en serio. Vamos a ello.

Jesús no vino a que el mundo entero se hiciera cristiano conforme a unas fórmulas jurídicas establecidas. No.

Jesús no vino a conseguir etiquetas para todos. No.

Jesús no vino a incordiar con prédicas tirando a rasantes. No.

La irrupción de Jesús no fue un pastelillo más para estar entonces en las conversaciones de “tiros y troyanos” y para salir hoy en la RAI, fingiendo abrir una grieta social que existe más allá de nosotros, como ha sucedido siempre. No.

Vino, a que el mundo conociera al Padre y a que los hombres –todos– descubrieran su amor y fraternidad humana más allá de la miseria de la envidia o del odio o del desdén o del olvido, tan frecuente en nuestras comunidades.

Domingo de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

¿Hemos intentando en serio esa conversión, esa revolución?

¿No nos habrá interesado más la lista de adeptos que la conversión?

Estamos bautizados sí, la mayoría en esta parroquia de la Asunción, pero

¿en agua y en verdad?,

¿en espíritu y fuego?,

¿en vida y muerte?

Hay que cambiar el mundo, ¿Por qué, para qué?

Pero el mundo no cambia porque la sal se almacena en nuestras parroquias burguesas, en nuestros planes elitistas, en nuestros silos piadosos y tan selectivos sin extenderse sobre las heridas y la luz se nos pudre bajo el celemín.

Nadie nos llamó a ser dueños del mundo.

Jesús nos quiere como testigos. Y basta.

Realidades, realidades.

“Los ciegos ven, los sordos oyen, los mudos hablan, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Mateo 11, 2-11).

Pero para eso hace falta mucho coraje.

Y todo el amor del mundo.

Fratelli,

Vosotros no podéis ser malos, porque Dios os quiso hasta la muerte, y muerte de cruz.

Nosotros no podemos ser tan malos, cuando Dios mismo nos amplía el alma en el tiempo de descuento. Nos hace sin saberlo peregrinos de la buena muerte, que quiere coronar toda vida con el secreto de la serenidad. Amén”.

Tú no puedes ser malo, porque yo te quiero”.

Zia Pietruccia mueve la cabeza, Zia Tonuccia Strinna, Maritata Sanna, garraspea demasiado alto, Pileri, el doctor Pileri, el médico –un poco volteriano– dibuja una sonrisa. Las cuatro Hijas de la Caridad del “Asilo San José” se dan codazos entre sí, como buscando el extintor diseñado por ellas para “las cosas de Don Franchés”. Es un “cura romano” muy atrevido, de método propio. Alguien debería sugerirle que en su caso –tan joven, 26 años, indefendible– conviene ceñirse al evangelio del día, esquivar los adornos históricos y literarios y hacer lo posible para que sus días en Cerdeña pasen sin más, identificado a tope con el paisaje. (¡Si ellas supieran que el señor obispo de Tempio-Pausania me ha invitado a quedarme en su diócesis!).

Amigo Javier:

Cuando leo mi homilía de la Pascua florida de 1973 oigo de fondo el sonido de la procesión de los 14 de agosto, víspera de la Asunción de María, en Nulvi, agitando los tres “candelieri” de los gremios –agricultores, pastores y artesanos–. Amortizar la deserción de las parroquias sardas era para mí un desafío. Pese a leer y leer y seguir leyendo quería alcanzar unas aptitudes externas para hacer de la vida pastoral un festival de solidaridad y afecto. Llámalo fortuna, llámalo descaro, llámalo la suerte del zascandil. No sé. Modestamente estoy convencido de que lo mío no fue una simple performance, sino más bien el efecto primario de vivir: querer, amar.

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