Marcando el futuro
Avanzaba el otoño. Yo era un valioso reloj de bolsillo. Mi dueño, un joven sacerdote llamado Juan Vola, caminaba presuroso por una céntrica avenida de Turín. Yo dormitaba en el bolsillo interior de su sotana. Marcaba el tiempo con mecánica rutina. De pronto mi dueño se detuvo. Entabló conversación con dos personas. Agucé el oído. El interlocutor era otro sacerdote llamado Juan Bosco. Le acompañaba su madre.
Intercambiaron frases de amistad. Se conocían desde antaño. Al escucharles, llamó mi atención su pobreza. ¡Madre e hijo acababan de llegar a la ciudad caminando desde las colinas de Castelnuovo! Llegaban a pie porque no tenían dinero para pagar los billetes de la diligencia. Llevaban el cansancio marcado en el rostro. Barro y polvo en su calzado.
Mi extrañeza aumentó al escuchar el propósito de su viaje. Proyectaban establecerse en el barrio de Valdocco para atender a los muchachos pobres de la ciudad. Al escuchar su deseo, el ritmo de mi maquinaria estuvo a punto de alterarse. No era posible… ¡¿Cómo iban a hacer frente a tantos gastos?!
De pronto sentí cómo la mano de mi dueño se introducía en el bolsillo donde yo reposaba… Me tomó. Desenganchó la fina cadena… Mis latidos mecánicos se aceleraron al intuir lo que estaba a punto de acontecer.
Cuando quise darme cuenta, me hallaba en manos de Don Bosco. Me había convertido en ayuda para los muchachos pobres que él acogía.
Llegué a las habitaciones que madre e hijo habían alquilado en “Casa Pinardi”. Me depositaron en una cesta de mimbre. Pasé varios días en un oscuro silencio.
Al domingo siguiente conocí a los muchachos de Don Bosco. ¡Era cierto! Dos centenares de chavales alzaban sus cantos, jugaban y rezaban junto a Don Bosco. Me dejé inundar por su alegría. Mis manecillas marcaron aquellas horas con un tic-tac de esperanza. Bendije mi suerte.
Pero mi gozo duró muy poco. A la mañana siguiente me introdujeron en un saquito de terciopelo junto al humilde ajuar de boda de Mamá Margarita: un collar, unos pendientes y un anillo. Pensé que iba a permanecer para siempre en el Oratorio junto a aquellas alhajas de tanto valor para la buena madre… Pero no. Nos llevaron al Monte di Pietà de Turín. Y allí nos vendieron.
Y así fue como yo, un valioso reloj, me convertí en un puñado de liras con las que comprar pan, legumbres, harina de maíz, pasta, arroz… para los muchachos del Oratorio.
He de reconocer que al principio me cegó la indignación. Pero días después, un pensamiento me llenó de paz: transformándome en alimento para aquellos chicos me había convertido en un reloj capaz de señalar las horas sobre la esfera del futuro. Porque algo me decía que los brazos de Don Bosco eran como las agujas de un gigantesco reloj que comenzaba a marcar un tiempo nuevo para todos los jóvenes del mundo.
Nota: 3 de noviembre de 1846. Don Bosco y Mamá Margarita llegan a pie desde I Becchi. Don Juan Vola, joven sacerdote amigo de Don Bosco, al verles cansados y pobres, les regala su reloj para hacer frente a los primeros gastos del Oratorio. Este reloj se venderá, junto con el ajuar de boda de Mamá Margarita, para comprar alimentos y ropa (MBe II, 395-400).
Fuente: Boletín Salesiano
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