Dice la Biblia que hay un tiempo para cada cosa.
Un tiempo para plantar y un tiempo para cosechar; un tiempo para construir y otro para destruir…
Sí. Hay un tiempo para cada cosa. Y si hay un tiempo especial, ese es el verano. O, mejor dicho, el tiempo de vacaciones.
Tiempo de disfrutar, de ver cosas nuevas, de viajar…
Pero, sobre todo, puede ser el tiempo de “estar”.
Estas vacaciones, ¿nos proponemos un desafío? (challenge para los modernos).
Estar…
Estar… para ellos
Durante nuestro verano o nuestras vacaciones dedicar tiempo al mayor número posible de los nuestros. A los que amamos y, como se dice a veces en la plegaria eucarística y a mí me encanta, a los que deberíamos amar más.
Padre, madre, hija, hijo, pareja, abuela, abuelo, sobrinos, hermana, hermano, cuñados… Buscar un rato especial para cada uno.
Una llamada, un paseo, un buen chateo, una visita, un plan juntos, hacer compras, hasta lavar los platos… pero poniendo los cinco sentidos; sobre todo, el oído y el corazón.
Regalarnos.
Os propongo desgastar el verbo ‘estar’ para este tiempo estival. Regalar más momentos, a veces poco valorados, con las personas que más queremos, abriendo nuestros corazones para darnos a ellos.
Como diría Don Bosco, no sólo amarlos, que perciban que les queremos, porque están siendo importantes para nosotros.
No hay un amor más grande que el dar la vida por los amigos (Jn 15, 13). Al fin y al cabo, ¿qué somos? ¿no somos tiempo? ¿dar nuestro tiempo no es dar la vida?
Estar. ¿Te animas?
Fuente: Boletín Salesiano
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