Un verano de ermitas vacías para llenarte de Dios

Aprendiendo a Vivir

2 agosto 2024

Abel Domínguez

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En medio de la quietud y serenidad que se respira en las ermitas olvidadas, es posible encontrar espacios de soledad y silencio, de encuentro personal y reflexión con Dios.

En verano hay regiones vaciadas que se vuelven a llenar. Las familias regresan a los pueblos y comarcas de las que emigraron sus padres o abuelos. Regiones que se fueron vaciando por falta de oportunidades o por el atractivo de una vida distinta en las ciudades.

El mundo rural verá de nuevo sus ríos con niños gritando, plazas llenas de vida y bares con horarios más amplios para atender a la gente que aparecemos un par de meses.

En ese mundo rural aún encontramos, en ruinas o con vida, ermitas que a cierta distancia del pueblo son escenarios de romerías, devociones y encuentros populares.

Algunas fueron vaciadas de sus preciosas imágenes medievales, bien porque fueron robadas o fueron vendidas en momentos de necesidad. Otras, con tejados hundidos y paredes caídas, aún ofrecen sombra en días de paseo caluroso. A pesar de ello, me resisto a pensar que permanecen vacías. Ellas siguen acogiendo la presencia que les da sentido. En ellas, humilde y a veces olvidado, Dios nos regala su presencia.

Invitación

Este verano te invito a embarcarte en una travesía única y enriquecedora por las misteriosas ermitas abandonadas de la zona rural que tengas más cercanas o, si te apetece viajar más, las lejanas. Estos antiguos lugares de recogimiento y oración nos ofrecen la oportunidad de conectar con la naturaleza, con lo divino, reflexionar sobre nuestra fe y descubrir la belleza oculta en medio de la soledad.

Imagina caminar por senderos antiguos, rodeados de la majestuosidad de la naturaleza y el silencio que sólo se interrumpe con el susurro del viento. Al adentrarte en una ermita abandonada, sentirás la presencia de siglos de historia y devoción impregnados en sus paredes. Son rincones que guardan la memoria de quienes allí rezaron, festejaron y convivieron y que ahora invitan a la contemplación y al encuentro sereno con Dios.

Para un cristiano, visitar estas ermitas es una oportunidad única para recordar la fe y las costumbres religiosas de nuestros abuelos y padres. Aquellos que probablemente nos enseñaron a rezar y vivir como cristianos, aunque luego hayamos elegido otra manera de vivir esa misma fe. Nuestras pequeñas y alejadas ermitas, vaciadas de gente pero no de Dios, nos recuerdan con la sencillez y humildad de sus paredes, que no estamos hechos sólo para trabajar y producir. Nos recuerdan la importancia de la espiritualidad en un mundo lleno de distracciones y ruidos.

Cada piedra, ventana rota, viga desgastada nos hablan de la vida de aquellos que buscaron refugio en estas ermitas en busca de paz y consuelo. También aquellos que se tuvieron que esconder en tiempos de guerra. De aquellos que aportando dinero, material y horas de trabajo, construyeron ese espacio que ahora heredamos y no siempre cuidamos. Al recorrer estos espacios sagrados, es posible sentir la presencia de los que nos precedieron en la fe, recordándonos que somos parte de una familia de bellas tradiciones.

Deseo que este verano las ermitas vaciadas que visites llenen tu interior de aquello con lo que Dios quiera llenarte.

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