Una nueva colmena

Las cosas de Don Bosco  |  José J. Gómez Palacios

10 diciembre 2024

El Oratorio de San Luis

La vida de las casas construidas en las afueras de las ciudades transcurre sin pena ni gloria. Somos hijas de la necesidad. Crecemos sin cimientos sólidos. Nos visten con harapos de yeso, arena y cal. Nos encalan y blanquean con el tedio de la soledad.

Así fue mi vida durante decenios.

De aquellos tiempos tan sólo recuerdo un grupo de lavanderas que llegaban frecuentemente. Lavaban sábanas, camisas, blusas y ropa interior en la orilla del cercano río Po. Tendían la colada en los espinos que crecían a mi alrededor. Gritando siempre. Maldiciendo su mala suerte. Soportando los sabañones de sus agrietadas y encallecidas manos.

Harta ya de estar harta, me resigné a mi desabrido destino.

Pero un día, algo comenzó a cambiar. Llegó mi dueña acompañada por un joven sacerdote al que llamaba Don Bosco. Sonrisas complacientes. Diálogo exigente.

El sacerdote comenzó a examinar detenidamente mis paredes. Nadie me había observado tan de cerca y con tanto interés. Presa de una oleada de coquetería, intenté disimular los desconchados de mis paredes. Adiviné una sombra de fascinación en la mirada de aquel sacerdote.

Tras el minucioso examen, se dirigió a mi dueña. Presté atención. Mi corazón se llenó de emoción al escucharle. ¡Pretendía alquilarme! Mis tabiques atisbaron un uso distinto y una nueva vida. Fui feliz.

Pero mi felicidad duró unos instantes. Se derrumbó al escuchar las palabras de Don Bosco a mi dueña: «Ya sabe usted. Cuando crece el número de abejas de una colmena, muchas de ellas forman un nuevo enjambre. Emprenden vuelo. Buscan un lugar para fundar otra colmena».

Un escalofrío recorrió mis cimientos. Me horroricé al imaginarme rodeada de miles de abejas. Zumbidos incesantes. Aleteos minúsculos y persistentes… Insectos laboriosos yendo y viniendo de las flores a las celdas de la colmena.

Pero nada fue así. Varios días después, llegaron unos albañiles. Perplejidad. Restañaron las grietas que se agazapaban bajo el yeso blanco de mi piel. Fortalecieron mis cimientos. Cambiaron las tejas rotas, causa de húmedas goteras que entumecían mi estructura. Cuando adecentaron con primor una amplia estancia y la convirtieron en capilla… sentí como si levantaran una catedral en el interior de mis entrañas.

Y por fin llegó el nuevo «enjambre de abejas». Aquella mañana de diciembre cientos de niños y jóvenes se adueñaron de mi cuerpo. Sonrisas, asombro, plegarias a María y al Dios de la Vida. Recuerdo que fuera nevaba copiosamente. Pero en mi interior, hacía calor: don Bosco me había convertido en un cálido hogar. Y su sonrisa era la miel que llenaba mis paredes, convertidas ya en su «nueva colmena».

Nota: 8 diciembre 1847. El Oratorio de Valdocco crece sin cesar. Don Bosco alquila una casa en Porta Nova y abre un nuevo Oratorio. Dedicado a San Luis Gonzaga, inicia su andadura el día de la Inmaculada. El santo de los jóvenes repetirá que, cuando una colmena crece, las abejas emigran y forman otra colmena. (MBe III, 213-214; 225-226

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