Nos llamaremos salesianos
Soy la hoja de un cuadernillo de tapas color granate. Un día me arrancaron del cuaderno donde había crecido junto a decenas de hermanas mías. Quedé huérfana. El desgarro y los años amarillearon mi cuerpo. El olvido oxidó mi piel.
A pesar de las penurias sufridas, nunca olvidé la mirada de aquel muchacho joven que apuntó unas cuantas frases sobre mi cuerpo de papel. Cada “o” escrita era como el sol redondo del amanecer. Cada “uve” asemejaba dos alas a punto de alzar el vuelo.
Él me guardó siempre como un pequeño tesoro. Yo le fui fiel y le acompañé hasta el final de sus días. Cuando, ya anciano, murió, temí lo peor. Temblé ante la posibilidad de verme arrojada al vertedero, tal como se tiran las cosas viejas cuando se gastan. Pero una mano anónima y compasiva me depositó en un archivo.
Transcurrió más de un siglo desde que mi dueño dibujara la última letra sobre mí. Cien primaveras sin que unos ojos recorrieran mis líneas y alguien leyera en voz alta mis palabras.
Pero nunca me resigné. Siempre deseé abandonar aquella lóbrega mazmorra formada por cartapacios y legajos. Cuando escuchaba pasos, yo hacía esfuerzos para mostrar un trozo de mi cuerpo. Y, a fuerza de intentar dejarme ver, quedé fuera de la carpeta que me aprisionaba.
Nunca olvidaré aquella mañana. No sé cómo ocurrió. Pero lo cierto es que alguien reparó en mí. Me liberó del cartapacio que me oprimía. Leyó las palabras que eran mi tesoro… Emocionado, cubrió sus manos con unos guantes de látex. Me tomó con gesto de gran cuidado e infinito respeto: mitad reverencia y mitad asombro.
No tuve tiempo de despedirme de la carpeta que había sido mi compañera. Me colocaron inmediatamente en una vitrina de cristal. Me iluminaron. Desde entonces, cientos de personas contemplan cada día las escuetas palabras que adornan mi cuerpo: “El 26 de enero de 1854 por la noche nos reunimos en el aposento de Don Bosco: el mismo Don Bosco, Rocchietti, Artiglia, Cagliero y Rua. Se nos propuso hacer, con la ayuda del Señor y de S. Francisco de Sales, un ejercicio práctico de caridad con el prójimo, para llegar a una promesa y, si parece conveniente, convertirla en voto al Señor. Desde aquella noche se llamó Salesianos a los que se propusieron y se propongan tal ejercicio”.
Mi vida ha cambiado. Durante el día, muestro mis escuetas palabras a visitantes llegados de todas las partes del mundo. Cuando cae la noche y se apagan los focos, pienso que soy la tierra fértil sobre la que Don Bosco depositó unas pequeñas semillas; simientes que siguen produciendo una abundante cosecha de vida para todos los chicos y chicas del mundo. Soy una profecía hecha realidad.
Nota: 26/01/1854. Don Bosco se reúne con cuatro jóvenes del Oratorio. Les propone iniciar un ejercicio de caridad en bien de los muchachos. Adoptaron el nombre de “salesianos”. Don Rua, joven de 17 años, dejó constancia escrita de aquel momento en una diminuta hoja que aún se conserva (MBe V, 21).

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