Corría el siglo VI a.C., y el Rey de Babilonia tuvo un extraño sueño que le turbó tanto que no le dejaba dormir y que ni magos ni adivinos se lo podían explicar. Vio una enorme estatua de extraordinario brillo y de aspecto terrible. La cabeza era de oro puro, su pecho y sus brazos de plata, el vientre y los lomos de bronce, las piernas de hierro, los pies parte de hierro y parte de barro y fue derribada por una simple piedra. El profeta Daniel explicó al Rey la fragilidad y la debilidad de los reinos e imperios.
Este hecho, que nos relata la Biblia, me ha venido a la mente a propósito de la pandemia que estamos sufriendo, el Covid-19 o Coronavirus. Vivimos en una sociedad, sobre todo los países del Primer Mundo, tan creída, pagada de sí misma, tan científica, tan tecnológica, tan prepotente, que no necesita a Dios para explicar nada, ni para garantizarnos la felicidad y el bienestar. Y de pronto sin necesidad de bombas, armas ni misiles, un canijo virus, llamado Coronavirus, nos está haciendo vivir un revés de una magnitud, a nivel mundial, de tal calibre como no se había conocido hasta ahora. Ha realizado un ataque directo a nuestro aparentemente perfecto sistema sanitario y social, bloqueándolo con una facilidad pasmosa y nos está exigiendo repensar muchos de nuestros planteamientos y valores personales y sociales.
La enfermedad y la muerte se han instalado entre nosotros con tal rapidez y cantidad que han noqueado los mejores sistemas sanitarios, han puesto patas arriba nuestro sistema productivo, mandando al paro a miles personas en cosa de pocos días, y a todos nos han metido en casa en una cuarentena que no sabemos lo que puede durar con una jaculatoria oficial “vamos a salir entre todos”. Hemos construido una sociedad admirable en muchos aspectos pero soberbia y materialista, sin horizontes alternativos, con pies de barro…
Ciertamente no todo es negativo en esta situación tan complicada que estamos viviendo. Estamos dándonos cuenta, y agradeciendo con nuestros aplausos, la entrega de los profesionales sanitarios, cuerpos y fuerzas de seguridad, transportistas…, y tantas personas que están colaborando desinteresadamente para mejorar esta crítica situación. Seguramente nos hemos hecho más conscientes de lo importante que son la familia, los amigos, los abrazos, los besos, las caricias… Está realidad está sacando y poniendo encima de la mesa lo mejor del ser humano, la compasión, la solidaridad, la ternura…
Estamos en el tiempo de Pascua, en el que celebramos la victoria de Cristo sobre la muerte. Él nos indicó el camino para dar sentido a lo que nos está pasando con la pandemia. Por la cruz a la luz. A pesar de todo y de esta Semana Santa tan atípica que hemos tenido, ¡Feliz Pascua de Resurrección!
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