La llegada de la vacuna contra el coronavirus ha sido sin duda la noticia más importante de los últimos meses. Parece mentira, las vacunas tienen que investigarse y experimentarse durante años para tener condiciones de seguridad, sin embargo, es tal la urgencia de buscar solución a este problema mundial, que la vacuna contra la COVID ya está aquí y es eficaz. Son varias las casas farmacéuticas que se han esforzado en la investigación y, en un tiempo récord encomiable, han inventado este medicamento capaz de inmunizar a las personas frente a un virus que ha provocado un auténtico cataclismo en el mundo.
Ahora vivimos el problema de la distribución y de la vacunación de millones de personas. Dicen los expertos que es complicado, pero poco a poco se irá consiguiendo. Las compañías farmacéuticas están haciendo un negocio millonario y, al parecer, la producción no es tan rápida como sería de desear y se prometió.
Ha aparecido también la picaresca, personas que en principio hubieran tenido que esperar su turno para inyectarse el medicamento se han adelantado saltándose la cola abusando de su cargo o de su responsabilidad. Lógicamente esto ha provocado el escándalo y la condena de todos los que esperan pacientemente su deseada inyección de protección.
Pero la vacuna -las vacunas- ya están aquí.
No hay duda, cuando el ser humano se siente amenazado colectivamente y utiliza la inteligencia al servicio del bien, la ciencia avanza con rapidez y depara inventos ciertamente humanos. No sé si hubiera habido la misma rapidez para inventar la vacuna si la pandemia hubiera afectado sólo a pueblos del Tercer Mundo, quizás no se hubiera visto tanta urgencia. Pero lo cierto es que la vacuna llegó y hay que felicitarse por ello.
Ahora viene otro mal que habrá que combatir con la misma tenacidad: la miseria. Cáritas ha constatado el profundo impacto económico y personal que la COVID ha traído a nuestro país. Los datos son demoledores: más de 8,5 millones de personas se encuentran en situación de exclusión social. De estos, 4,1 millones viven exclusión social severa. Ha crecido la discriminación étnica, los problemas de acceso a la vivienda y a la energía, la brecha digital y el fracaso escolar. Más de 4 millones de personas están hoy desempleadas.
Por otra parte, vemos una clase política dividida, enfrentada, y -con demasiada frecuencia- acusada de diversas corruptelas.
En nuestro país se han multiplicado las que ya se conocen como las “colas del hambre” en las que muchos hombres y mujeres acuden a ONGs, parroquias y demás entidades benéficas para pedir comida para sus familias. Muchas de esas personas vivían una situación acomodada antes de la llegada del virus, ahora todo ha cambiado. Además, cada día son más los parados que se han arruinado y han visto cómo sus cuentas corrientes quedaban vacías. En España crece el número de hombres y mujeres que duermen en la calle después de haberlo perdido absolutamente todo. Por si fuera poco, desde Cáritas se nos avisa que lo peor está por venir.
No hay aquí vacuna que valga, sólo la solidaridad puede paliar esta situación que amenaza la vida de muchas familias. Urge la toma de conciencia de que la miseria está llamando a nuestras puertas. No podemos cruzarnos de brazos. En el evangelio la parábola del rico epulón retrata la mala catadura moral de un hombre que banqueteaba ignorando que a la puerta de su casa otro hombre moría de hambre. Lo perverso del rico no era el festín que se daba sino el hecho de vivir tranquilamente sin haberse enterado de que la desdicha estaba languideciendo a la puerta de su casa.
Ya ha llegado la vacuna, ahora hay que procurar que se distribuya con justicia y rapidez. Pero el problema no está resuelto, hay que curar el hambre y la miseria. La solución esta vez no está en manos de los científicos sino de todos nosotros. Esta vacuna de la solidaridad no necesita guardarse en frigoríficos especiales… se guarda en el corazón y no puede esperar mucho tiempo a ser repartida.
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