Hace unas semanas descubrí un texto de Asimov en el que hablaba de dos niños del futuro que redescubren un objeto, cotidiano en nuestros días, pero, cada vez, menos usado y apreciado. El objeto era el libro y la historia “Cuanto se divertían”. Te recomiendo su lectura.
Esto me hizo pensar en esas cosas que vamos dejando de lado en nuestra vida, sea por practicidad o por modas pasajeras, pero que forman parte de la esencia de lo que somos. Y, con ello, todo lo que perdemos.
Una de estas cosas, que aprendí hace unos años de un hermano salesiano cooperador y que es más una actitud que una “cosa”, es lo que quiero invitarte a que te plantees en este mes de septiembre en el que iniciamos el curso y que tenemos nuevos proyectos: quiero que seas un botón.
¿Por qué un botón?
Te preguntarás. Un botón es una sencilla pieza que permite unir dos partes de una prenda de ropa. Humilde pero esencial: sin el botón, la ropa queda abierta y no abriga igual. Espero que hayas comprendido la metáfora.
Ser botón permite conectar, relacionar. Pero no con las prisas que nos da el whatsapp o un email.
Abotonar es proceso necesariamente lento, tranquilo, calmado, dejando tiempo en lo que se hace y en aquel con el que se hace.
Abotonar es una actitud consciente y pensando en el otro. No se puede abotonar a distancia y menos sin estar en presencia de lo que se abotona.
Fíjate que Jesús, incluso en la cruz, también era botón para los que estaban cerca de él: el ladrón, su madre, su discípulo… Don Bosco, igualmente, con su sotana raída era un artista abotonando personas con su “hagámoslo a medias”.
También, nuestros abuelos, tan sabios, muchos sin estudios, lo tenían tremendamente claro y lo hacían estupendamente bien: Ven aquí, que te abotone.
En nuestra sociedad tan rápida y, a veces, tan impersonal, ser un botón es una tremenda prueba de rebeldía y exige valentía y habilidad. ¿Qué tipo de botón eres tú?
0 comentarios