Este verano volví a Venezuela, mi país de origen, luego de 6 años y medio sin ir.
He vivido la experiencia de volver a ver a mi familia, a mis amigos, a mis lugares
Y me quiero detener en ese “volver a ver”.
Volver a ver es vivir en más profundidad porque, ya conociendo lo visto, miras, lo detallas, te deleitas.
Volver a ver es contemplar. Es ese último vistazo que echamos a la playa antes de marcharnos para agradecer lo feliz que hemos sido este verano.
Volver a ver es amar en profundidad. Es los padres que nos piden que nos devolvamos para darles un beso antes de marcharnos, ya sea entrando por la puerta de la guardería o rumbo a nuestro nuestro trabajo.
Volver a ver es una segunda oportunidad, como aquella que daba Don Bosco a sus chicos cuando preguntaba como si nada, aún sabiendo que habían cometido una falta, y se sumergía con ellos en un diálogo profundo en búsqueda de la causa y el perdón.
Volver a ver es un encuentro con el Dios que permanece, como como cuando Jesús pregunta a Pedro, de forma reiterativa, tres veces “¿Pedro, tú me amas?”
Para volver a ver hay que darse el espacio de volver a ver. Para volver a ver en ocasiones hay que girarnos y “desviarnos” de nuestro rumbo. Para volver a ver es necesario detenernos.
Al inicio del curso, que suele ser frenético, y estando ya en Madrid, me pregunto, y te pregunto, ¿qué quiero volver a ver?
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