La presentación de lo mejor que uno tiene al mundo, con un fin superior al propio beneficio, ilumina la vida de los que nos rodean y, en consecuencia, la nuestra.
¡Cuántas veces tenemos conversaciones con personas que no ven la Luz!
Nosotros mismos, en muchas ocasiones, nos vemos envueltos en oscuridad.
Tan centrados en brillar para nosotros que no reparamos en cuánto brillamos para otros.
Luz ante la oscuridad
La Luz no se persigue, la Luz está. Cada uno de nosotros es Luz para el mundo ¿Acaso no somos instrumento de Dios? ¿Acaso no somos portadores de la Buena Noticia?
Presentar nuestra Luz al mundo requiere olvidarse de brillar y centrarse en ser brillo, en ser faro.
Tú, que te sientes perdido, puedes guiar a puerto a quien te mira, a quien te observa, a quien se deja inspirar por ti. Tal vez allí, en el abrazo, en la gratitud por la Luz regalada, sientas el enorme gozo de sentirte iluminado, de ser Luz.
¿Qué presentas tú al mundo?
¿Luz u oscuridad?
¿Luz para todos?
¿Luz para unos pocos?
Nos apagamos en el falso alivio de la queja. Perdemos Luz cuando desplazamos nuestra responsabilidad a los demás. Se nos olvida que una vela prende a otra, que el ejemplo arrasa y que nuestra Luz es tremendamente inspiradora, contagiosa, ejemplarizante.
Todos tenemos la capacidad de brillar, la aventura es descubrir cada día el cómo, el dónde y el para quién.
Porque, si cada uno presentase su Luz…
“Ya escapé de todo
lo que fuese amargo.
Ya pasó la noche,
ya dejé la cruz.
Ya olvidé los miedos
a pisar en falso.
Ya encontré la magia
de ser sal y luz”.
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