“LAS NO FIESTAS DE VITORIA-GASTEIZ”
El pregonero de La Blanca no bajó este año.
El partisano de las tradiciones vascas no bajó este año.
La pomada deliciosa de nuestras gangrenas no bajó este año.
El monje soldado de nuestras narraciones no bajó este año.
¿Se desmontan nuestras épicas milenarias?
Al volver a casa nos desintegramos.
La ausencia da paso al grito. Y del chillido nace un aquelarre de ahogos. ¿Quiénes somos todavía? ¿Quiénes dejamos de ser?
Lo peor de estirar ausencias es la crueldad de la prórroga.
Amigo Javier, sin frenos ni controles enferman las democracias y toda forma de gobierno tiende a corromperse. Ya Polibio, griego de nacimiento, deportado a Roma, descubrió una de las enfermedades de la democracia, que llamó anaciclosis. Disculpa la palabreja.
Según él, historiador de oficio, la desobediencia del ordenamiento jurídico, o sea de constituciones, suele degenerar en oclocracia, lo que hoy llamaríamos, directos e imparables: “populismo”.
Oye, unos creen que estamos en pateo constitucional total y otros al borde de un cambio de ciclo. Con el medio fin de la pandemia sin resolver se anunciaba cambio de era y resulta que sólo hemos presenciado crisis de Gobierno. Aquí, para que todo siga igual hay que cambiar el Gobierno. Al fin, unas luchas tribales más.
Son perros los ojos del que no ve.
Las ausencias culturales están desfigurando nuestras facciones hasta el punto de no reconocernos a nosotros mismos.
Son lobos los ojos del que no quiere ver.
En las calles de España se escuchan ininterrumpidamente las sirenas de las ambulancias y de la policía, lamiendo su desconsolado pavimento, como partituras horribles, expulsadas por el recto del maligno.
Son hienas los ojos infectados de moral adulterada.
Crecen y crecen, se multiplican crímenes, que nos devuelven a la bestialidad más inaudita; que nos devuelven, que nos regresan al progreso del fracaso primordial, que nos progresan al regreso del gran mito de Saturno devorando a sus hijos, al de Caín matando a Abel, o al de Medea, con ritos laicos, alrededor de fogatas, uncidas por poetas “en off” y no por sacerdotes empíricos, “según el orden de Melquisedec”. Que cada cosa a su tiempo y los nabos en Adviento.
Pero corren malos tiempos para el empirismo. Su lugar lo ocupan otros insufribles zahoríes del sufrimiento estructural que ya hace tiempo pusieron los cimientos de la cultura del victimismo identitario.
El logos no se rinde.
La palabra no se rinde.
La antorcha de la razón no se rinde y profana el misterio más privado.
La luz de la fe cristiana no se rinde y abre zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. Chapotean activistas y cantamañanas en los charcos de la mentira, de la culpa, del crimen, colectivizando una autoría, que pertenece tan solo a un clan, a una estirpe, a un sistema de producción.
Se trata de ampliar los campos de batalla del revolucionario, bien pagado, tras el fracaso, grande, de la lucha de clases.
Y Celedón lleva dos años sin bajar.
Y los Sanfermines llevan dos años sin correrse.
Y los Pasos sevillanos llevan dos años sin procesionarse.
Y los Tronos malagueños llevan dos años sin ofrecerse.
Y los San Isidros llevan dos años sin torearse.
Y la Virgen de la Paloma, la verdadera Virgen popular de Madrid, lleva dos años sin mostrarse a hombros de los bomberos, para conmovernos con la boca cerrada y el corazón estrujado, en los barrios de La Latina, Inclusa, Lavapiés, Arganzuela.
Y San Juan Bosco, padre y maestro de los aprendices de la FP, lleva dos años sin recorrer los barrios populares de Puertollano, Alcoy, Burriana, Alicante, Elche, Salamanca, Parla, Fuenlabrada –donde tuve el regalo de predicar la novena de su Virgen– los 24 de mayo, porque fraccionar al hombre simplifica la tarea de manipularlo, como siempre han hecho las sectas.
La vida se hace sitio donde estaba antes, con más heridas si se quiere, pero invitando de nuevo a ocupar el espacio abierto.
Urge que todos sepan nuestras nauseas, debidamente etiquetadas, contra criminales de guante blanco, contra depredadores de nuestra fe católica y cristiana, contra brujos en puñetas que se obstinan en salvaguardar presunciones de inocencia, contra quebrantahuesos de círculos políticos podridos, contra tuiteros de la indecencia y del mal en escasos caracteres.
Vivimos, oye, el pleno estallido digital.
En segundos queda hoy instalada la pasarela digital y con hábitos morados desfilan los recelos preventivos ante el varón, por el mero hecho de serlo, ante el anciano, ante el pedagogo, ante el filósofo, ante el retórico, ante el militar, ante las monjas de tantas caridades, ante el periodista, ante el médico, la enfermera, ante el capellán de hospitales… y desmontan la épica de la solidaridad y hasta de la fantasía popular.
Amigo Javier, son “las no fiestas de la Virgen Blanca”.
En las calles asoman de nuevo las maletas. A la estación y al aeropuerto de Gasteiz regresa el tráfico de equipaje. Es el momento de que “nuestros santos empiecen a soñar fuerte, sobre las tapas de un misal de piedra” (Lidell). El sol empieza a llamar por fuera de los parques de Salburua, Arriaga, La Florida o el mismo Humedal Ramsar, de los pueblos cercanos Arkaia, Gámiz, Elorriaga o Zerio.
Es día 4 de agosto de 2021.
Dominan las blusas vascas en los aliños indumentarios de los mozos, y Celedón, a quien le toca trabajar un día al año: la víspera de la Blanca, no aparece.
La mecha prende y el final de la víspera de la Virgen toma dimensión de fin de siglo. Celedón, a quien se le dan bastante mejor los puros que las gripes y “COVIDS”, no iba a perder el tiempo, confrontando con políticos y con pandemias. Aquí no hay Arcadia para nadie ni en fiestas.
Ver vivir en la escasez y en la incertidumbre o en el miedo resulta difícil de romantizar. Vitoria-Gasteiz sabe bien cómo puede un pueblo caer al suelo de tal modo: son imbatibles en el empujón. Que si el duque de Wellington. Que si Napoleón Bonaparte.
He caminado por donde no había caminos, también en Gasteiz.
Paso al hombre que se abre paso. Son ya ochenta años. No necesité demasiados apoyos ni generosidades. Estoy aquí, erecto sobre una obra literaria ávida, desafiante siempre desde la sencillez, el buen sentido provocador y la generosidad de los vascos desde 1973, se dice pronto.
En esta vida y hoy, Javier, se puede ser tonto o listo, radical o moderado, pero sobre todo hay que procurar que tu aspecto no desmienta tu discurso. Celedón nos llega desde el cielo sin poder escapar de su arquetipo de cashero de la Llanada alavesa: txapela en lo alto, colgado de un paraguas y calzado con dos abarcas picudas, donde se columpian al unísono la audacia y la tradición.
Ser un tradicional en 2021 no es tan fácil como Celedón se pensaba: es una bandería que exige abnegación, audacia y una tozudez meticulosa. Celedón pone empeño en todo, no se lo niego, pero su misma realidad, puede ser una provocación. Y esas provocaciones empiezan a resultar ya tan convencionales que le acecha la más ridícula de las categorías políticas: la del facha centrado. Imagina, bajar a la Plaza de la Virgen Blanca a encender puros de felicidad y que cuando vuelvas nadie te haya okupado el apartamento del campanario de San Miguel. Que desilusión cantaría Rosendo.
Hay algo pretecnológico en Celedón, como si nos hablaran en VHS cuando los nuevos festejos ya han incorporado el streanming… ¿el rescoldo de un mundo ido?
Y Celedón lleva dos años sin bajar.
El problema no es ahora la vascofobia a flor de piel: – inminente, continuada, precipitada –de eso sabemos todos–, sino cómo justificar el ronqueo con el que algunos intentarán despiezar una vez más un mundo vasco rico, solidario, plural, dialogante, católico –¡existe!– en favor de lo más despreciable de nuestra cultura: el descarte, el bulo, el atentado, la mafia, la corrupción, el fanatismo fermentado en un odio gigante.
Lo más honesto como en todo es funcionar con la verdad.
De mi largo viaje por el País Vasco –largo, digerido, extenuante– aprendí que el historiador tiene que ser periodista en un periódico (lo intenté durante un año en La Voz de España, en Vitoria), escritor en sus trabajos académicos (jamás zurcidor de datos sosos), comunicador en la radio, en la tele, en el púlpito, en el café. Narrador en todos los foros, cada vez más y más interesado en el reporterismo de calle: escuchar voces distintas, escapar de los moldes invasores que se crean en torno a los gremios, clubes, corralitos. O sea.
Y Celedón lleva dos años sin bajar.
El prólogo de la premisa de las fiestas de Vitoria lleva dos años sin escribirse. El pregón identitario de la Virgen Blanca lleva dos años sin pronunciarse. De nuevo con las fiestas en el alero de nuestras tradiciones, con la incertidumbre como curva de horizonte.
El viaje de este año político, sea a donde sea, exigirá saber volar de otra manera, más despacio y más alerta, por la experiencia más rara de este siglo raro.
En las calles de Gasteiz y de España asoman de nuevo las maletas. El equipaje es invisible y tiene que ver con la inseguridad, la expectación de las ausencias de miles de Celedones, que quieren esquivar de algún modo las arenas movedizas de la actualidad.
Magnifica tensión literaria de principio a fin!
Sigue!
Volverá Celedon o no. Pero la Virgen Blanca , esa si, es eterna, no entiende de modas, coyunturas ni ideologías.
Viva la Virgen Blanca! Viva Vitoria!
Me encanta seguir tus escritos porque me imprimen una carrera de emociones, comprobando tu recorrido comprometido con la Verdad y la Justicia y la belleza expresiva que arropan a tus conceptos que cabalgan sobre estrellas en la noche de valores. Gracias, Paco.