Sí, soy yo. Jorge Mario Bergoglio –“Papa Francisco”-. “Mi padre era migrante italiano turinés” Mario. Mi madre, Margarita Scanavino, también de origen italiano. Me nacieron en Buenos Aires. Hay que saber nacer. A mi me trajeron las cigüeñas, aves protectoras y veneradas. Me quedé tan asombrado cuando me depositaron en el barrio de Flores que no me giré hacia ellas, permanecí quieto y tragué saliva. Desde bien pronto noté que mi madre sabía coger las heridas en la mano. La plenitud de su peso sobre mi brazo, de su madurez apoyada sobre mí, se había apartado. Un vacío en el brazo me avisó de que era yo.
Tuve una maravillosa madre que supo explicarme el mal y un padre que supo fortificarme con su calma “Babbo Mario”. La infancia podía durar así millones de años, no me hubiera cansado nunca de ella. Me vino pues la calma, otra compañía, desde muy pequeño, además de mis otros cuatro hermanos.
Sé que muchos viven repeticiones de sucesos, sé que sobrevaloran su sentido llamándolos ocasiones de perfección. Sé que muchos se malentienden a sí mismos y malentienden a los demás como consecuencia, para protegernos contra algo. Protegieron el no entenderse por discreción, por fidelidad: hoy sé que esto preserva los afectos.
Los pies se alargaron y yo crecí sobre pasos herrados y sobre apoyos enriquecidos que pasarían a constituir mi andadura firme. Desde entonces supe caminar ligero. También el amor iba deprisa. Fue una edad, tal vez ahora sea lo mismo, en la que había que hacerse distinto de sí mismo, para alcanzar una precisión de imagen.
Una vez, un año: 1949, cursé como interno el sexto grado en el Colegio Wilfrid Barón de los Santos Ángeles, en Ramos Mejía. La vida del centro era un “todo”, todo era real y todo formaba hábitos. Dicho esto, el colegio de los salesianos creaba, “a través del despertar de la conciencia en la verdad de las cosas, una cultura católica que nada tenía de ‘beata’ o ‘despistada’”. Los acontecimientos que han sabido restringirse a este espacio son los únicos que me han dejado una experiencia. Mis compis hablaban muchos a la vez y con alegría. En una ocasión pasaron a hablar de deportes y de qué equipo tenía el mejor palmarés. Hacían comparaciones, se acaloraban, acabaron pasando a una especie de selección que redujo la pugna a dos únicos campeones: Boca Juniors y San Lorenzo de Almagro. En la conversación intervinieron Carlos Scandroglio, que otorgó la victoria a Boca Juniors, tal vez por cortesía o por abatir nuestro orgullo.
Entonces, en un pronto, hablé alto, casi sin trabarme en las sílabas. Dije que no había comparación posible, el San Lorenzo era la perfección, era la regla de todos los equipos, el no va más de lo más. “Los forzosos, los matadores, los Santos, “Los Cuervos”, en homenaje al salesiano Lorenzo Massa, su fundador, eran la distancia con todos los demás, nuestra alegría y la estela para todos.
Callé de golpe, tal y como había empezado. Los demás se miraron y guardaron silencio. Tuve tiempo de contarlo y fue tan largo como mi brusca intervención. Bien.
Amigo Javier, convenía que en nuestro blog asomara también la voz reconocida de Jorge Mario Bergoglio sobre el fútbol en estos días. Posiblemente entonces, con 13 años, actuó por un impulso brusco de equidad, involuntario como un ataque de nervios. Hoy mantiene el aliento del forofo y en parte, el afecto del niño que acudía al Oratorio de San Francisco de Sales desde casa de su abuela. Edad inexorable aquella, en la que se implantan afectos, querencias, referencias y ya no se extraen, ya no acaban. Pero esa es otra historia.
El San Lorenzo de Almagro ahí está como un desafío, como un arma, como una apuesta desde el 1 de abril de 1908. Lorenzo Massa conoce a un grupo de muchachos del barrio que se autodenominaban Los forzosos de Almagro, liderados por un joven llamado Federico Monti. Frente a los inconvenientes de jugar en la calle, el salesiano les ofrece jugar dentro del Oratorio de “San Antonio”, en la calle México 4050, en el barrio de Almagro de la ciudad de Buenos Aires.
Massa pensó que debía de requerir un montón de tiempo, un determinado exilio, así como la disolución de muchas resistencias, pero no le importó. Apostó por ellos. No pensó en ningún truco técnico ni tampoco le pareció importante las dificultades que había que remontar. Nada. Sólo se le pasó por la cabeza que con un obrar paciente y mucha ilusión llegarían a la meta. Siempre “en boca de gol” ejerció un magnetismo incombustible que fluctuaba entre la gimnasia de la libertad de “chicos de la calle”, el talento que arde en ella en todas direcciones y un “salesianismo” creativo desde el que estableció un código propio: la audacia.
Lorenzo Massa fue un salesiano detonante, capaz de enamorar a todo un barrio como el de Almagro, lanzando mensajes subliminales a sus muchachos: “¿Estás dispuesto a dejarte romper por dentro?”, sin otra ambición que la de aplicar descargas de virtud en su pollada y ganar a los equipos rivales. Una de sus grandes hazañas, ya póstumas, ha sido enamorar a media Argentina, sin distinción de clases sociales, hasta convertir al “San Lorenzo” en el exvoto de una pasión papal, la del papa Francisco nada menos.
Foto: L’Osservatore Romano.
No podía haber un momento más oportuno, ni podía estar mejor contado.