Para ellos, y no sé si también para los adultos, era difícil comprender por qué una persona se enfrenta a una muerte segura cuando puede no aceptarla, huir, ponerse a salvo. Recuerdo a una niña de ojos alegres, muy inquieta, que lloró cuando les conté que le clavaban en una cruz.
–Pero Bego, es muy triste, pobrecito, le dolería, querría estar con su madre, que lo abrazara…
–Así fue, Marina, sus amigos tenían miedo, no querían que les pasara lo mismo, pero su madre, su madre estuvo siempre junto a él.
–A mí me pasó una vez en la calle –comentó Javi– unos niños me tiraron piedras y mis amigos salieron corriendo, estuve solo hasta que llegó mi madre y me llevó a casa y me curó.
–¿Cómo te sentiste, Javi? ¿Traicionado? ¿Dolido? ¿Triste?
–Enfadado.
–¿Y si te dijera que Jesús no se enfadó con nadie?
–No te creería. Es imposible. Nadie es tan bueno.
–Él sí lo era, y nos enseña a perdonar siempre.
–¿Nos hagan lo que nos hagan?
–Nos hagan lo que nos hagan.
Recuerdo sus ojos enormes, mirándome impactados y expectantes.
–La historia no tiene un final triste, ¡qué va! La muerte no pudo con él y volvió para decirles a todos sus amigos que les quería mucho y que siempre estaría con ellos.
Marina volvía a sonreír, esa explicación la dejaba conforme. Javi se quedó al final de la catequesis y me preguntó:
–Bego, ¿si hago la Primera Comunión tengo que ser como Jesús? No creo que pueda, no soy tan bueno.
–Para eso comulgamos, Javi, para tenerlo muy cerquita y tener unas ganas enormes de ser tan buenos como él.
Se fue pensativo, aunque al rato le vi jugando en el patio con el resto niños y niñas.
El Viernes Santo me acuerdo siempre de ellos –ya son muy mayores– y ante la Cruz rezo con alma de niña para entender un Misterio que me sobrecoge cada Semana Santa.
Excelente reflexión, yo también fui catequista, igual y no tan buena, me encantó!