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Peri\u00f3dico sat\u00edrico y anticlerical<\/strong><\/p>\n Mis p\u00e1ginas ve\u00edan la luz cada domingo. Rebosaban de cr\u00edticas mordaces. Mis art\u00edculos eran irreflexivos y casquivanos. Las ilustraciones de mis pliegos conten\u00edan s\u00e1tiras burlonas entre sus trazos.<\/p>\n Nunca profer\u00ed una queja. Hab\u00eda nacido para ser un peri\u00f3dico sat\u00edrico, anticlerical y sin respeto al honor. Me amparaba la ley de libertad de prensa. Arist\u00f3cratas, ministros y clero\u2026 eran el blanco preferido de mis diatribas. As\u00ed era c\u00f3mo consegu\u00eda deleitar a mis lectores: unos individuos tan hueros y vac\u00edos como mi editor.<\/p>\n Nunca olvidar\u00e9 la zozobra que me embarg\u00f3 aquel domingo de abril. Todo estaba preparado para mi edici\u00f3n. Repas\u00e9 los primeros art\u00edculos: cr\u00edticas sarc\u00e1sticas al jefe del gobierno y a sus ministros. A continuaci\u00f3n, se zaher\u00eda a prohombres de la nobleza. Tres vi\u00f1etas ridiculizaban a unos curas rechonchos. Me resign\u00e9.<\/p>\n De pronto, repar\u00e9 en un art\u00edculo sobre Don Bosco. Se le comparaba con un prestidigitador capaz de hacer aparecer, como por ensalmo, oro y dinero para enriquecerse. Perplejidad. Otros peri\u00f3dicos me hab\u00edan contado del buen hacer de este sacerdote. Acog\u00eda a los muchachos pobres. Pasaba estrecheces para ofrecerles un hogar, alimento, vestido y educaci\u00f3n. Cada moneda que recib\u00eda era como un ave que emprend\u00eda vuelo para buscar con qu\u00e9 atender a sus chicos.<\/p>\n Intent\u00e9 protestar al tip\u00f3grafo que compon\u00eda mis galeradas. Grit\u00e9 con voz de silencio para evitar la injusticia que se cern\u00eda sobre aquel hombre bueno. Horas despu\u00e9s la m\u00e1quina de imprimir lanzaba la tirada. Se multiplicaba la mentira sobre Don Bosco. Vert\u00ed l\u00e1grimas de impotencia por entre la tinta fresca que ya impregnaba mi cuerpo. Sent\u00ed asco de m\u00ed mismo. Iba a perder la poca dignidad que a\u00fan me quedaba.<\/p>\n Los vendedores de peri\u00f3dicos comenzaron a gritar: \u00ab\u00a1El Silbido; ha salido El Silbido!\u00bb. Sus voces eran espinas que rasgaban mi alma.<\/p>\n Uno de mis ejemplares cay\u00f3 en manos de un joven: gorra obrera, pantal\u00f3n remendado y blusa oscura. Inici\u00f3 la lectura de mis p\u00e1ginas. Sus sonrisas se convirtieron en carcajadas a medida que ojeaba mis hojas. Pero de pronto, todo cambi\u00f3. Sus risotadas se transformaron en una mueca. Hab\u00eda llegado al nefasto art\u00edculo sobre Don Bosco. Y es que Don Bosco acogi\u00f3 al joven lector cuando \u00e9ste era un hu\u00e9rfano que vagaba por las calles. De Don Bosco hab\u00eda recibido alimento, educaci\u00f3n\u2026 y el afecto de un hogar.<\/p>\n El joven, con gesto iracundo, comenz\u00f3 a romper mis pliegos en mil trozos. Y, aunque parezca extra\u00f1o, no sent\u00ed dolor. Me invadi\u00f3 un gran alivio y una profunda paz. Rasg\u00e1ndome en pedazos, aquel joven recompon\u00eda mi escasa y maltrecha dignidad.<\/p>\n Nota.- 14 abril 1874. El peri\u00f3dico sat\u00edrico y anticlerical \u00abIl Fischietto\u00bb (El silbido) publica un art\u00edculo contra Don Bosco. Lo acusa de enriquecerse. La realidad es muy distinta: Don Bosco consigue a duras penas hacer frente a las facturas para proporcionar alimento y estudios a los chicos del Oratorio (MBe X, 509-510).<\/em><\/strong><\/p>\n [\/et_pb_text][et_pb_button _builder_version=\u00bb4.24.0″ _module_preset=\u00bbdefault\u00bb button_text=\u00bbBolet\u00edn Salesiano\u00bb button_url=\u00bbhttps:\/\/www.salesianos.info\/boletin-salesiano\/\u00bb url_new_window=\u00bbon\u00bb custom_button=\u00bbon\u00bb button_text_size=\u00bb17px\u00bb button_text_color=\u00bb#FFFFFF\u00bb button_icon=\u00bb5||divi||400″ button_icon_color=\u00bb#FFFFFF\u00bb button_alignment=\u00bbcenter\u00bb hover_enabled=\u00bb0″ sticky_enabled=\u00bb0″][\/et_pb_button][\/et_pb_column][\/et_pb_row][\/et_pb_section]<\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":" Peri\u00f3dico sat\u00edrico y anticlerical Mis p\u00e1ginas ve\u00edan la luz cada domingo. Rebosaban de cr\u00edticas mordaces. Mis art\u00edculos eran irreflexivos y casquivanos. 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Arist\u00f3cratas, ministros y clero\u2026 eran el blanco preferido de mis diatribas. As\u00ed era c\u00f3mo consegu\u00eda deleitar a mis lectores: unos individuos tan hueros y vac\u00edos como mi editor.<\/p> Nunca olvidar\u00e9 la zozobra que me embarg\u00f3 aquel domingo de abril. Todo estaba preparado para mi edici\u00f3n. Repas\u00e9 los primeros art\u00edculos: cr\u00edticas sarc\u00e1sticas al jefe del gobierno y a sus ministros. A continuaci\u00f3n, se zaher\u00eda a prohombres de la nobleza. Tres vi\u00f1etas ridiculizaban a unos curas rechonchos. Me resign\u00e9.<\/p> De pronto, repar\u00e9 en un art\u00edculo sobre Don Bosco. Se le comparaba con un prestidigitador capaz de hacer aparecer, como por ensalmo, oro y dinero para enriquecerse. Perplejidad. Otros peri\u00f3dicos me hab\u00edan contado del buen hacer de este sacerdote. Acog\u00eda a los muchachos pobres. Pasaba estrecheces para ofrecerles un hogar, alimento, vestido y educaci\u00f3n. Cada moneda que recib\u00eda era como un ave que emprend\u00eda vuelo para buscar con qu\u00e9 atender a sus chicos.<\/p> Intent\u00e9 protestar al tip\u00f3grafo que compon\u00eda mis galeradas. Grit\u00e9 con voz de silencio para evitar la injusticia que se cern\u00eda sobre aquel hombre bueno. Horas despu\u00e9s la m\u00e1quina de imprimir lanzaba la tirada. Se multiplicaba la mentira sobre Don Bosco. Vert\u00ed l\u00e1grimas de impotencia por entre la tinta fresca que ya impregnaba mi cuerpo. Sent\u00ed asco de m\u00ed mismo. Iba a perder la poca dignidad que a\u00fan me quedaba.<\/p> Los vendedores de peri\u00f3dicos comenzaron a gritar: \u00ab\u00a1El Silbido; ha salido El Silbido!\u00bb. Sus voces eran espinas que rasgaban mi alma.<\/p> Uno de mis ejemplares cay\u00f3 en manos de un joven: gorra obrera, pantal\u00f3n remendado y blusa oscura. Inici\u00f3 la lectura de mis p\u00e1ginas. Sus sonrisas se convirtieron en carcajadas a medida que ojeaba mis hojas. Pero de pronto, todo cambi\u00f3. Sus risotadas se transformaron en una mueca. Hab\u00eda llegado al nefasto art\u00edculo sobre Don Bosco. Y es que Don Bosco acogi\u00f3 al joven lector cuando \u00e9ste era un hu\u00e9rfano que vagaba por las calles. De Don Bosco hab\u00eda recibido alimento, educaci\u00f3n\u2026 y el afecto de un hogar.<\/p> El joven, con gesto iracundo, comenz\u00f3 a romper mis pliegos en mil trozos. Y, aunque parezca extra\u00f1o, no sent\u00ed dolor. Me invadi\u00f3 un gran alivio y una profunda paz. Rasg\u00e1ndome en pedazos, aquel joven recompon\u00eda mi escasa y maltrecha dignidad.<\/p> Nota.- 14 abril 1874. El peri\u00f3dico sat\u00edrico y anticlerical \u00abIl Fischietto\u00bb (El silbido) publica un art\u00edculo contra Don Bosco. Lo acusa de enriquecerse. 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