{"id":85945,"date":"2022-11-02T13:11:27","date_gmt":"2022-11-02T11:11:27","guid":{"rendered":"https:\/\/salesianos.info\/?p=85945"},"modified":"2022-11-02T13:11:27","modified_gmt":"2022-11-02T11:11:27","slug":"morire-a-la-luz-del-sol-como-mi-madre","status":"publish","type":"post","link":"https:\/\/salesianos.info\/blog\/morire-a-la-luz-del-sol-como-mi-madre\/","title":{"rendered":"Morir\u00e9 a la luz del sol, como mi madre"},"content":{"rendered":"

Estaba escribiendo en mi mente: sobre cuando mi madre se march\u00f3, se mat\u00f3, se desnuc\u00f3. Ten\u00eda que suceder, m\u00e1s pronto o m\u00e1s tarde, y el d\u00eda en que ocurri\u00f3 todos fueron capaces de hacer los gestos necesarios, sugeridos por la educaci\u00f3n y comprobados durante d\u00e9cadas de costumbre y composturas.<\/p>\n

Me llamaron por tel\u00e9fono.<\/p>\n

Me prohibieron las preguntas.<\/p>\n

No les gustaba permitirse sentimentalismos.<\/p>\n

Cuando la vieron muerta en el quir\u00f3fano de la calle Santa Isabel, nadie hab\u00eda sido capaz de decir porqu\u00e9, c\u00f3mo, cu\u00e1ndo: pero el retraso del hijo mayor en acudir al dep\u00f3sito de cad\u00e1veres<\/em> hab\u00eda vuelto incapaces a todos de preguntarse sobre la relaci\u00f3n madre-hijo, por regla general, una salida y una llegada, una intenci\u00f3n y una conducta.<\/p>\n

Una intenci\u00f3n y una llegada, amigo Javier.<\/p>\n

As\u00ed es que miraron llegar, como en el fondo, me hab\u00edan visto partir para el noviciado de los salesianos en Mohernando (Guadalajara): ignorantes de todo, sabedores de todo. Es el 12 de diciembre de 1957.<\/p>\n

– Es mejor que las madres, chica, nos muramos antes que nuestros hijos y les dejemos hu\u00e9rfanos y pronto \u2013cuanto antes mejor\u2013, as\u00ed se acuerdan de nosotros toda la vida.<\/p>\n

– \u00a1Jes\u00fas, Lorenza, que ego\u00edsta que eres!<\/p>\n

– Que a Quien Dios se la d\u00e9, Julia, San Pedro se la bendiga!<\/p>\n

– \u00bfLos hijos que esperan de nosotros, eh?<\/p>\n

– Pues que les ayudemos a enga\u00f1arse, mujer.<\/p>\n

– \u00a1As\u00ed se enga\u00f1an ellos solos, mujer!<\/p>\n

Y as\u00ed y as\u00ed andaban cuando llegu\u00e9.<\/p>\n

Entrando en la morgue<\/em> me qued\u00e9 sin voz. Nunca hab\u00eda padecido una afon\u00eda semejante y tan repentina de voz. Desde muy peque\u00f1o hab\u00eda o\u00eddo hablar de algunos casos de transmigraci\u00f3n transatl\u00e1ntica de voces. Tambi\u00e9n leyendo las obras de Julio Verne, creo. No s\u00e9.<\/p>\n

\u00bfY c\u00f3mo viajaban las voces?<\/p>\n

Por descontado en primera clase, como viajaban las compa\u00f1\u00edas de \u00f3pera, y en la cama de las sopranos, o de los bar\u00edtonos, dec\u00eda mi abuela Mam\u00e1 Nona<\/em>, con un tono cient\u00edfico claro, a lo Don Andr\u00e9s Manj\u00f3n<\/em>, a quien no solo conoci\u00f3 y hosped\u00f3 en su casa de Granada, sino a cuyas Escuelas del Ave Mar\u00eda<\/em> llev\u00f3 a mi madre.<\/p>\n

– \u00bfSe puede robar una voz, abuela?<\/p>\n

– Se puede robar todo, hijo.<\/p>\n

Me acord\u00e9 entonces de San Juan Bosco que, cuando padec\u00eda ronquera, los chicos del Oratorio se le rifaban y le intercambiaban su voz por un rato, para que pudiera emitir su homil\u00eda, o pronunciar su discurso o impartir sus clases. Si el santo se llevaba la voz de sus chicos, quiz\u00e1s, podamos pasar, que \u00e9l les dejaba la suya. Pues no, no. Los chavales se quedaban af\u00f3nicos mientras duraba la magia, el encantamiento. Eran, claro, los trabajos limpios y netos del mejor prestidigitador del Piamonte, en la Italia del Risorgimento<\/em>: el Mago Bosco pop<\/em>.<\/p>\n

Fui, pues, a ubicar mis 16 a\u00f1os en el lugar que me pareci\u00f3 m\u00e1s apropiado y menos il\u00f3gico: a los pies del quir\u00f3fano. Podr\u00e1 parecer ahora sorprendente el resultado de semejante operaci\u00f3n mental, pero hay que recordar que aquel chico \u2013entonces con 16 a\u00f1os-, ni por un momento ha dejado de aprender -hoy con 81 \u201ca\u00fan aprendiendo\u201d, con Goya-, mientras habitaba ya en el mundo concreto de una familia rota, por la yugular.<\/p>\n

As\u00ed es que desde entonces y ahora sab\u00eda y s\u00e9 que no existen muchos destinos para los hombres, sino una \u00fanica historia, y que el \u00fanico gesto exacto es la repetici\u00f3n<\/em>. No es un oficio ni un aprendizaje ni una rutina. Es una vocaci\u00f3n, es un hechizo, es un sentimiento, es un destino\u2026 y se cumple \u201csolo y a pie\u201d. Es talento, es providencia. Gracias, Dios.<\/p>\n

Visualizo a mi madre, cronista de mis 16 primeros a\u00f1os, dedic\u00e1ndole una mirada breve y honda, llena de dolor y de ilusionada incertidumbre por todo ese futuro en blanco que me esperaba. A sus pies yertos, yo, plet\u00f3rico de vida implacable, junto a mi \u201cprimo Ninin\u201d, corr\u00eda hacia mi aventura, alcoholizada en la oscuridad del dep\u00f3sito de cad\u00e1veres<\/em> de la calle Santa Isabel. \u00bfNo ser\u00e1 memoria una novela?<\/p>\n

Entonces, amigo Javier, me acerqu\u00e9 a la cabeza del quir\u00f3fano. Mir\u00e9. La palidez del rostro de mi madre era tremenda y desprovistos de cualquier miramiento los sobresaltos de mi pecho. Reun\u00ed todas las energ\u00edas de las que todav\u00eda pudiera disponer y pronunci\u00e9 con un arranque de franqueza:<\/p>\n

– Cuando yo muera, lo har\u00e9 a la luz del sol, como mi madre, aunque sea desnuc\u00e1ndome.<\/p>\n

Intuitivamente lo comprend\u00ed todo.<\/p>\n

As\u00ed re repente. Levant\u00e9 la mirada hacia los ventanales del s\u00f3tano que dan a la calle de Atocha. Por detr\u00e1s de los barrotes con persianas entornadas no se filtraba nada m\u00e1s que oscuridad. Me volv\u00ed para comprobar qu\u00e9 hora era en el reloj de p\u00e9ndulo que media el tiempo de los muertos.<\/p>\n

No sab\u00eda si hab\u00eda llegado ya el amanecer. Pero me di cuenta de que ten\u00edamos por delante alguna hora m\u00e1s para expulsar esas l\u00e1grimas reprimidas. Mi primo \u201cNinin\u201d se march\u00f3 al trabajo, al llegar mi t\u00eda Luc\u00eda Bustos y decid\u00ed observar y desear. Es m\u00e1s gratificante el deseo, que la satisfacci\u00f3n del deseo.<\/p>\n

Y con rapidez pas\u00e9 revista a las posibles decisiones que realizar. Eleg\u00ed una que ten\u00eda el defecto de ser arriesgada y la gran ventaja de ser inevitable. Dej\u00e9 \u201cla morgue\u201d, sal\u00ed a un pasillo, entr\u00e9 en un cuartito donde los enfermeros y m\u00e9dicos guardaban los enseres de los fallecidos, abr\u00ed el caj\u00f3n que le estaba reservado a mi madre y cog\u00ed su carnet de identidad \u2013un regalo que fue para m\u00ed inmensamente valioso- y apret\u00e1ndole en mi mano regres\u00e9 junto a mi madre muerta. Me acerqu\u00e9 al quir\u00f3fano, me quit\u00e9 la capa y me sent\u00e9 sobre un taburete.<\/p>\n

Guard\u00e9 el carnet de mi madre junto al m\u00edo en mi cartera, que permaneci\u00f3 as\u00ed durante m\u00e1s de cincuenta a\u00f1os (54 en concreto). Me lo rob\u00f3 un drogatilla en Fuenlabrada a punta de navaja, oficiando de p\u00e1rroco en lugar de Alfredo Mart\u00edn.<\/p>\n

Pap\u00e1 mec\u00e1nico (Rom\u00e1n) y mam\u00e1 maestra (Nieves) muerta. Un matrimonio que acababa de saltar por los aires en 1957 estableciendo ya el primer da\u00f1o irreparable de mi biograf\u00eda. A los 8 a\u00f1os comenc\u00e9 a armar relatos con materiales propios: fantas\u00edas de bosques misteriosos, atardeceres improbables, albas lucidas y refrescantes, viajes que me embalaban hacia latitudes in\u00e9ditas, no s\u00e9 por qu\u00e9, siempre en barco. Un cobijo, en fin, contra la tormenta para aquella ni\u00f1ez de posguerra que ten\u00eda ya algo de fracaso. No s\u00e9. A mi padre no le gustaban nada los relatos con el mismo ardor con que yo los sent\u00eda y quiz\u00e1 necesitaba.<\/p>\n

Y todo se aceler\u00f3 estrepitosamente aquel 12 de diciembre.<\/p>\n

La madrugada, los tranv\u00edas, los autobuses, los ruidos. Volv\u00ed a remontarme con la mente hasta una determinada imagen, la de Nieves, mi madre, que aferraba entre sus manos, pocos a\u00f1os atr\u00e1s, ese carnet de identidad en la ventanilla de empe\u00f1os del Monte de Piedad<\/em>, hoy La Casa Encendida<\/em>, mientras con la otra me acariciaba el pelo y habl\u00e1ndome en voz baja, como si estuviera viva, me dec\u00eda: \u201c\u00a1Que pap\u00e1 no se entera!\u201d. Yo creo que pap\u00e1 sab\u00eda con certeza lo que mam\u00e1 hac\u00eda y lo sufr\u00eda en silencio.<\/p>\n

Mi t\u00eda Luc\u00eda se percat\u00f3 de mi cansancio y me invit\u00f3 a salir. Volv\u00ed mi rostro hacia las ventanas de Calle Atocha y permanec\u00ed con los ojos completamente abiertos, ante aquella luz escurridiza y penetrante, asombrado. Y sal\u00ed a calle Santa Isabel. Cog\u00ed la libertad por el rabo y me ech\u00e9 a andar por el barrio con una estela de repetici\u00f3n, dotado de hermosas torturas mentales. Acababa de atravesar la claraboya definitiva del hogar con la muerte de mi madre para alistarme en la tropa millonaria de aquel relente de aulladores.<\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"

Estaba escribiendo en mi mente: sobre cuando mi madre se march\u00f3, se mat\u00f3, se desnuc\u00f3. Ten\u00eda que suceder, m\u00e1s pronto o m\u00e1s tarde, y el d\u00eda en que ocurri\u00f3 todos fueron capaces de hacer los gestos necesarios, sugeridos por la educaci\u00f3n y comprobados durante d\u00e9cadas de costumbre y composturas. Me llamaron por tel\u00e9fono. 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