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Por aquellos a\u00f1os yo era tan s\u00f3lo un pobre cobertizo. Estaba situado en la parte trasera de un humilde edificio propiedad del se\u00f1or Pinardi. Mis paredes se levantaban en Valdocco, barrio extrarradio turin\u00e9s. Desde la altura de mi tejado oteaba la gloria, la miseria y el incipiente desarrollo industrial de Tur\u00edn.<\/p>\n
Transcurr\u00edan mis d\u00edas y mis noches sin m\u00e1s utilidad que la de almacenar mercanc\u00edas. En mi parte izquierda se alineaban productos para abastecer la floreciente industria de las lavander\u00edas: tablas de madera acanalada, pastillas de jab\u00f3n fabricado con grasa y sosa c\u00e1ustica, garrafas con lej\u00eda, sacos de almid\u00f3n, planchas de hierro huecas en su interior para albergar tizones de carb\u00f3n\u2026 A mi derecha se apilaban cajas cil\u00edndricas conteniendo sombreros; complementos ornamentales para las damas y los caballeros de una nobleza decadente y anclada en el pasado.<\/p>\n
El se\u00f1or Pancracio, -que era quien gestionaba mi alquiler-, alberg\u00f3 durante un tiempo la idea de establecer entre mis tabiques un laboratorio para extraer almid\u00f3n del ma\u00edz y la patata. Yo so\u00f1aba con convertirme en una industria artesanal. Imaginaba a varios obreros rompiendo mi silencio con sus conversaciones; alquimia capaz de transformar mi tediosa soledad. Pero aquel proyecto nunca se concret\u00f3. Y regres\u00e9 a la monoton\u00eda de los d\u00edas sin brillo ni relieve.<\/p>\n
Siempre recordar\u00e9 aquella ma\u00f1ana de primavera. El sol jugaba con los prados\u2026 Desde mi silencio percib\u00ed que alguien se acercaba. Escuch\u00e9 sus pasos apresurados y su conversaci\u00f3n. El se\u00f1or Pancracio tartamudeaba m\u00e1s de lo habitual\u2026 El joven sacerdote que le acompa\u00f1aba, sonre\u00eda. Miraba hacia lo alto. Respiraba profundamente, como quien ha hallado una soluci\u00f3n largamente presentida. Repet\u00eda una y otra vez: \u201c\u00a1Quiero alquilar el cobertizo para establecer en \u00e9l un Oratorio\u2026 no un laboratorio, sino un O-ra-to-rio!\u201d. Deletreaba la palabra. Pero la posibilidad de hacer negocio ofuscaba al se\u00f1or Pancracio. Tartamudeando, ofrec\u00eda insistentemente mis paredes a Don Bosco para que instalara en ellas su \u201claboratorio\u201d. Quedaron en cerrar el trato con un contrato escrito. Me llen\u00e9 de esperanza.<\/p>\n
Desde que Don Bosco lleg\u00f3, todo cambi\u00f3. Mi espacio interior, aunque atiborrado de objetos, siempre hab\u00eda estado vac\u00edo. Los muchachos de Don Bosco dieron sentido a mi existencia. Colmaron de felicidad mis d\u00edas. Me limpiaron. Ahondaron el suelo. Otorgaron profundidad a mis esperanzas. Enjalbegaron mis paredes con cal. Me vistieron de luz.<\/p>\n
Cuando Don Bosco estableci\u00f3 entre mis paredes su Oratorio, me convirti\u00f3 en su \u201cLaboratorio de Vida\u201d. En mi interior, la soledad de los muchachos pobres de Tur\u00edn se transformaba en amistad; sus l\u00e1grimas, en sonrisas; la explotaci\u00f3n a la que eran sometidos se convert\u00eda en nueva dignidad; la orfandad, en calor de hogar; la ignorancia, en cultura\u2026<\/p>\n
Yo hac\u00eda resonar entre mis esquinas los nombres propios de aquellos aprendices an\u00f3nimos. Para Don Bosco el nombre de cada muchacho era como una oraci\u00f3n pronunciada con afecto y respeto.<\/p>\n
Han transcurrido muchos a\u00f1os. Mis viejos muros fueron demolidos. Sobre ellos se construyeron otros nuevos, y sobre \u00e9stos, otros. Pero para siempre yo ser\u00e9 el cobertizo Pinardi: el \u201cLaboratorio de Vida\u201d de Don Bosco.<\/p>\n
\nNota:<\/em> Abril 1846. Tras deambular con sus muchachos por m\u00faltiples lugares, Don Bosco establece definitivamente su Oratorio de san Francisco de Sales en un humilde cobertizo alquilado al se\u00f1or Pinardi. (Memorias del Oratorio. D\u00e9cada Segunda, n\u00ba 23).<\/em><\/p>\n<\/blockquote>\n
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Por aquellos a\u00f1os yo era tan s\u00f3lo un pobre cobertizo. Estaba situado en la parte trasera de un humilde edificio propiedad del se\u00f1or Pinardi. Mis paredes se levantaban en Valdocco, barrio extrarradio turin\u00e9s. Desde la altura de mi tejado oteaba la gloria, la miseria y el incipiente desarrollo industrial de Tur\u00edn.<\/p>
Transcurr\u00edan mis d\u00edas y mis noches sin m\u00e1s utilidad que la de almacenar mercanc\u00edas. En mi parte izquierda se alineaban productos para abastecer la floreciente industria de las lavander\u00edas: tablas de madera acanalada, pastillas de jab\u00f3n fabricado con grasa y sosa c\u00e1ustica, garrafas con lej\u00eda, sacos de almid\u00f3n, planchas de hierro huecas en su interior para albergar tizones de carb\u00f3n\u2026 A mi derecha se apilaban cajas cil\u00edndricas conteniendo sombreros; complementos ornamentales para las damas y los caballeros de una nobleza decadente y anclada en el pasado.<\/p>
El se\u00f1or Pancracio, -que era quien gestionaba mi alquiler-, alberg\u00f3 durante un tiempo la idea de establecer entre mis tabiques un laboratorio para extraer almid\u00f3n del ma\u00edz y la patata. Yo so\u00f1aba con convertirme en una industria artesanal. Imaginaba a varios obreros rompiendo mi silencio con sus conversaciones; alquimia capaz de transformar mi tediosa soledad. Pero aquel proyecto nunca se concret\u00f3. Y regres\u00e9 a la monoton\u00eda de los d\u00edas sin brillo ni relieve.<\/p>
Siempre recordar\u00e9 aquella ma\u00f1ana de primavera. El sol jugaba con los prados\u2026 Desde mi silencio percib\u00ed que alguien se acercaba. Escuch\u00e9 sus pasos apresurados y su conversaci\u00f3n. El se\u00f1or Pancracio tartamudeaba m\u00e1s de lo habitual\u2026 El joven sacerdote que le acompa\u00f1aba, sonre\u00eda. Miraba hacia lo alto. Respiraba profundamente, como quien ha hallado una soluci\u00f3n largamente presentida. Repet\u00eda una y otra vez: \u201c\u00a1Quiero alquilar el cobertizo para establecer en \u00e9l un Oratorio\u2026 no un laboratorio, sino un O-ra-to-rio!\u201d. Deletreaba la palabra. Pero la posibilidad de hacer negocio ofuscaba al se\u00f1or Pancracio. Tartamudeando, ofrec\u00eda insistentemente mis paredes a Don Bosco para que instalara en ellas su \u201claboratorio\u201d. Quedaron en cerrar el trato con un contrato escrito. Me llen\u00e9 de esperanza.<\/p>
Desde que Don Bosco lleg\u00f3, todo cambi\u00f3. Mi espacio interior, aunque atiborrado de objetos, siempre hab\u00eda estado vac\u00edo. Los muchachos de Don Bosco dieron sentido a mi existencia. Colmaron de felicidad mis d\u00edas. Me limpiaron. Ahondaron el suelo. Otorgaron profundidad a mis esperanzas. Enjalbegaron mis paredes con cal. Me vistieron de luz.<\/p>
Cuando Don Bosco estableci\u00f3 entre mis paredes su Oratorio, me convirti\u00f3 en su \u201cLaboratorio de Vida\u201d. En mi interior, la soledad de los muchachos pobres de Tur\u00edn se transformaba en amistad; sus l\u00e1grimas, en sonrisas; la explotaci\u00f3n a la que eran sometidos se convert\u00eda en nueva dignidad; la orfandad, en calor de hogar; la ignorancia, en cultura\u2026<\/p>
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Han transcurrido muchos a\u00f1os. Mis viejos muros fueron demolidos. Sobre ellos se construyeron otros nuevos, y sobre \u00e9stos, otros. Pero para siempre yo ser\u00e9 el cobertizo Pinardi: el \u201cLaboratorio de Vida\u201d de Don Bosco.<\/p>
Nota:<\/em> Abril 1846. Tras deambular con sus muchachos por m\u00faltiples lugares, Don Bosco establece definitivamente su Oratorio de san Francisco de Sales en un humilde cobertizo alquilado al se\u00f1or Pinardi. (Memorias del Oratorio. D\u00e9cada Segunda, n\u00ba 23).<\/em><\/p><\/blockquote>
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