Tras la muerte de mi madre, sent\u00ed una soledad tan grande y tan opresiva que me qued\u00e9 como tonto durante meses, pero nunca, ni una sola vez, ni siquiera por un momento, se me pas\u00f3 por la cabeza acabar de una vez con todo, porque notaba que la vida es m\u00e1s fuerte que todas las cosas.<\/p>\n
La vida.<\/p>\n
La vida, Javier, no nos pertenece, nos atraviesa.<\/p>\n
Tenemos el deber de vivir. Es nuestro cometido, es lo que han escrito en nuestra carne. Hay que seguir adelante, sin mirar atr\u00e1s, porque nos impregna una energ\u00eda que no podemos controlar, que tironea de nosotros, y aunque estamos ciegos, mutilados, desesperados, seguimos durmiendo, sobrenadando para que no nos engulla el remolino.<\/p>\n
Sin embargo, en aquel dep\u00f3sito de cad\u00e1veres<\/em>, de la calle Santa Isabel de Madrid, esta certeza vacil\u00f3 totalmente. Aquel cartelito con la inscripci\u00f3n \u201cNieves de Coro L\u00f3pez<\/em>\u201d, colocado a los pies del quir\u00f3fano y pronunciado en voz baja me abri\u00f3 nuevos y claros horizontes de dolor.<\/p>\n Tuve la sensaci\u00f3n de que el coraz\u00f3n se me secaba en el pecho como una flor en un horno, y de que la sangre que corr\u00eda por mis venas se convert\u00eda en polvo.<\/p>\n Me hab\u00eda refugiado en un rinc\u00f3n del s\u00f3tano. Lorenzo –Nin\u00edn-<\/em>, mi primo, se qued\u00f3 mir\u00e1ndome largo rato y luego se\u00f1al\u00f3 la puerta.<\/p>\n – Sal.<\/p>\n – \u00bfA d\u00f3nde?<\/p>\n – Sal. Salgamos.<\/p>\n Nin\u00edn desliza la espalda pared abajo y se rodea las piernas con los brazos.<\/p>\n – Haz lo que quieras, pero sal. Venga. Vamos.<\/p>\n Nin\u00edn se tapa los ojos con las rodillas y los o\u00eddos con las manos.<\/p>\n – Trata de pensar en algo interesante, oye.<\/p>\n – \u00bfAlgo interesante?<\/p>\n – En ti mismo y en tu padre, montados en bici, camino de Vallecas, por ejemplo.<\/p>\n – En la playa del Puente de los Franceses.<\/p>\n – Lev\u00e1ntate, vamos -Y una mano fuerte como una tenaza me coge del brazo.<\/p>\n – \u00bfA d\u00f3nde vamos?<\/p>\n – Vamos a mi casa. Donde mejor.<\/p>\n No \u00e9ramos capaces de decir una sola palabra.<\/p>\n El reloj de pulsera indica las tres y media. La noche a\u00fan es fuerte. Tengo la maleta sin abrir. Hago el mismo camino que esta ma\u00f1ana, reci\u00e9n llegado de Mohernando<\/em>, aunque algo m\u00e1s son\u00e1mbulo. Calculando cada paso por la falta de claridad.<\/p>\n Por alg\u00fan motivo acumulamos mi primo y yo misterio. La verdad, ninguna vida goza de explicaciones completas, redondas, rotundas. Pero la de dos muchachos correteando por Lavapi\u00e9s a esas horas, menos a\u00fan.<\/p>\n La calma en las calles de Madrid resulta vertiginosa.<\/p>\n La plaza de Atocha sin nadie. La Ronda sin nadie. La vida sin nadie. A lo lejos se avista un m\u00ednimo temblor de luces llegando.<\/p>\n Aceleramos con una ansiedad justificada por el nerviosismo.<\/p>\n Enfilamos Argumosa, atentos a la confusi\u00f3n de sonidos peque\u00f1os que propina la noche: Evitamos la zona m\u00e1s oscura y seguimos las luces escasas de alg\u00fan bajo mal alumbrado.<\/p>\n Y ya, sin m\u00e1s preparativos, con una mano hundida en el bols\u00f3n de la sotana y en la otra el \u201cbolsillo\u201d de mam\u00e1 a la altura del rostro, ensimismado, al volver la esquina de Zurita 45, nos encontramos con ella. Tras el gesto de grata sorpresa, pens\u00e9 echarme ventajosamente atr\u00e1s y decirle, mientras la apuntaba con el dedo. Ah, ah, yo a ti te conozco, te llamas Pacita y vives en Lavapi\u00e9s 52 y celebrar\u00eda el encuentro \u00bffortuito? (\u00bfNo tendr\u00eda nada que ver mi primo Nin\u00edn?) con una sonrisa franca y acogedora. Entonces ella me preguntar\u00eda, asombrada y curiosa, y yo le hablar\u00eda del dolor de la muerte de mam\u00e1. Eso s\u00ed, tan can\u00edbal. Y tan salvaje.<\/p>\n Y todo, amigo Javier, en un tono cercano pero dominante, que me permitiera ya desde el principio adue\u00f1arme de la conversaci\u00f3n.<\/p>\n Pero en vano.<\/p>\n Todo sali\u00f3 al rev\u00e9s de lo que pensaba, si es que pensaba en aquellos momentos. Para empezar, fue Pacita la que hizo antes que yo el gesto de sorpresa y ella la que habl\u00f3 primero, y justo con la misma frase que yo hab\u00eda preparado.<\/p>\n – \u00a1Ah!, yo a ti te conozco, con o sin sotana \u2013me dijo, t\u00fa te llamas Paco, el de Nieves de Coro, los del 2\u00ba exterior, \u00bfno?<\/p>\n Yo me qued\u00e9 con la boca abierta, en un gesto alelado de idiota integral.<\/p>\n Te he visto cientos de veces con tu abuela o con tu padre, y tambi\u00e9n solo, y s\u00e9 que tu hermano Rom\u00e1n se llama igual que tu padre.<\/p>\n Todo el repentino tinglado de mis preparativos, y con \u00e9l mi estado de \u00e1nimo, ya perturbado, se vinieron todav\u00eda m\u00e1s abajo. Ojala ella me hubiera visto con mi madre, tan vistosa y respetada, y siempre tan bien arreglada, nunca pintada.<\/p>\n Me sent\u00ed rid\u00edculo, como avergonzado, sin saber c\u00f3mo continuar. Por saber ni siquiera sab\u00eda qu\u00e9 hacer con la mano que sosten\u00eda al \u201cbolsillo\u201d de mam\u00e1.<\/p>\n – \u00bfNos acompa\u00f1as hoy al entierro?, dijo Nin\u00edn, con la mayor naturalidad del mundo, que era precisamente lo que yo pensaba decirle a continuaci\u00f3n.<\/p>\n – S\u00ed, s\u00ed, claro que s\u00ed \u2013dijo ella\u2013 con voz atropellada y cantarina. Vendr\u00e1n tambi\u00e9n Maruja, Paca, Felixa, Paz, Encarna, Juani, Manolo el de las bicicletas, Don Hip\u00f3lito Garc\u00eda y sus hijas.<\/p>\n Y todos echamos a andar, cada uno por su lado.<\/p>\n – A las nueve en el Dep\u00f3sito de cad\u00e1veres<\/em>. A las nueve.<\/p>\n Alcanzamos, por fin, el tercer piso, puerta cinco, del n\u00ba45 de Zurita. La maleta de cart\u00f3n piedra la dejamos en una esquina del pasillo de entrada y nos tiramos materialmente vestidos en la misma cama, extenuados despu\u00e9s de un largo d\u00eda de velatorio extremo entre los quir\u00f3fanos de amortajados.<\/p>\n Dormimos a pierna suelta hasta las ocho. Fue una manera de comprar descanso para afrontar los responsos de los salesianos Alejandro Vicente, Santiago Ib\u00e1\u00f1ez y Blas Calejero ya en el Dep\u00f3sito<\/em> desde el amanecer, que me acompa\u00f1ar\u00edan despu\u00e9s al cementerio de La Almudena<\/em>.<\/p>\n Nos levantamos y vuelvo a vestir mi propia sotana para acudir a la calle Santa Isabel. Mi inteligencia de aprendiz de tendero de ultramarinos, febril y fabril, no me permite mecerme en demasiados lamentos (no te olvides que fui aprendiz de tendero, de los 10 a los 12 a\u00f1os de Ultramarinos Bol\u00edvar<\/em>) y abro el bolsillo \u201cde mi madre: duros y pesetas en papel, calderilla, un cazador diminuto y una estampa de Mar\u00eda Auxiliadora<\/em> de mi primera comuni\u00f3n, 21 de mayo de 1950.<\/p>\n La estampa<\/em> de mi madre ser\u00e1 uno de los mejores acontecimientos de su vida despu\u00e9s de muerta. Pas\u00f3 a mi mariconera<\/em>, junto a su carnet de identidad, para engrandecer mi \u201cpack\u201d de carnets culturales en la mucosa de la memoria de mis a\u00f1os, para dejar m\u00e1s surco en mi vida que tantos \u00eddolos de arcilla cruda de \u201ctirios y troyanos\u201d.<\/p>\n Ahora que la Edad Media avanza, la estampa de Mar\u00eda Auxiliadora<\/em> seguir\u00eda siendo una rebeld\u00eda moral, mientras alrededor las olas de la actualidad parecen hablar cada vez m\u00e1s a gritos, en una mala mar soberbia, hortera y sinsentido.<\/p>\n Pero en los locos a\u00f1os noventa, dos drogatillas a punta de navaja me robaron la mariconera<\/em> en Fuenlabrada, mientras hac\u00eda de p\u00e1rroco en Salesianos Virgen del Naranjo.<\/p>\n La estampa de mi madre muerta, seguir\u00eda siendo una rebeld\u00eda moral. Pero\u2026<\/p>\n El d\u00eda 11 de diciembre de 1954 me faltaban palabras y me sobraba emoci\u00f3n. Hac\u00eda un d\u00eda gris y fr\u00edo, y yo por un momento me sent\u00ed capaz de expresar la emoci\u00f3n que me desbordaba ante las mortajas, la belleza del oto\u00f1o y de mi barrio y del mundo entero. Si yo hubiera logrado contar el bullicio tribal que hab\u00eda dentro de m\u00ed, el secreto esplendor de la estampa de Mar\u00eda Auxiliadora<\/em> y el ardiente y poderoso latir del coraz\u00f3n de las calles por las que camin\u00e1bamos los dos en ese instante, o solo lo bonitos que estaban los \u00e1rboles del \u201cboulevard\u201d de Ronda de Atocha en su \u00faltima languidez, si mi padre Rom\u00e1n hubiera sabido de mi intuici\u00f3n de tendero \u2013febril y fabril\u2013 ese mismo d\u00eda habr\u00eda empezado a creer en mi vocaci\u00f3n<\/em> y mis palabras.<\/p>\n Amigo Javier:<\/p>\n Faltaron campanas a muerto, como en la Hoya de Huesca.<\/p>\n Faltaron cantos de aleluya, como en las eucarist\u00edas de hoy.<\/p>\n Falt\u00f3 un mensajero con t\u00fanica portando en ofrenda una bandeja con rosas y granadas. Granadina mi madre hasta el final.<\/p>\n Falt\u00f3 un arlequ\u00edn haciendo gentiles quiebros de danza entre los viandantes de la estaci\u00f3n \u201cAlicante \u2013 Madrid \u2013 Zaragoza\u201d, hoy Puerta de Atocha, pero as\u00ed y todo, gracias al amor, el d\u00eda se me hab\u00eda revelado de repente en toda su gloria y majestad. Eso s\u00ed, tan can\u00edbal. Y tan salvaje.<\/p>\n El talism\u00e1n de tu piel, madre Nieves.<\/p>\n El talism\u00e1n de tu estampa, Mar\u00eda Auxiliadora.<\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":" Tras la muerte de mi madre, sent\u00ed una soledad tan grande y tan opresiva que me qued\u00e9 como tonto durante meses, pero nunca, ni una sola vez, ni siquiera por un momento, se me pas\u00f3 por la cabeza acabar de una vez con todo, porque notaba que la vida es m\u00e1s fuerte que todas las […]<\/p>\n","protected":false},"author":8,"featured_media":98552,"comment_status":"open","ping_status":"closed","sticky":false,"template":"","format":"standard","meta":{"_et_pb_use_builder":"","_et_pb_old_content":"","_et_gb_content_width":"","footnotes":""},"categories":[362,363],"tags":[3864,3863,3862,3562,3340,3616,3276,3866,3865],"yoast_head":"\n