Durante este invierno he dedicado parte de mi tiempo de lectura a recordar a Félix Rodríguez de la Fuente. Quizás por la nostalgia o admiración que le tenía cuando era niño o quizás porque muchas de sus ideas sobre el medio natural y sus advertencias sobre el uso y abuso de los recursos naturales siguen hoy de actualidad.
Dice su hija en la introducción a un libro que recoge frases y testimonios de Félix que “lo que la gente busca, a lo que acude, en realidad, no es tanto a interpretaciones o biografías sobre su persona, sino al propio Félix… su palabra, sus mensajes, su voz, su persona, sin interpretaciones ni intermediarios”.
Me pregunto si alguno de nosotros, que nos consideramos cristianos, discípulos de Jesús e incluso creyentes, podríamos utilizar esas mismas palabras para definir nuestra relación con Él.
Consumimos documentales, fotocopias, vídeos que nos mandamos por Whatsapp, memes o presentaciones que hablan de Jesús con fotos preciosas. Tratamos de encontrar películas, canciones, capítulos de series, anuncios de televisión que transmitan algún valor que, agarrado con pinzas, nos pueda servir para explicar algo de lo que Jesús transmitía. Buscamos personas que den testimonio y organizamos mesas redondas en las que creyentes nos cuentan lo que Jesús ha hecho en sus vidas y lo que ellos hacen en nombre de Jesús.
Quien busca…
¿Pero cuándo buscamos directamente a Jesús de Nazaret? ¿Queda oculto por tantos recursos o realmente esos recursos nos lo muestran? ¿Nos sirven para cubrir una necesidad pastoral o nos llevan al encuentro cara a cara con Jesús?
Qué emocionante tiene que ser que al escuchar su palabra nos recorra un hormigueo por la espalda porque sentimos al amigo que nos habla. Qué maravilloso descubrir que sus mensajes siguen siendo actuales y que yo con mi vida los puedo actualizar en cada momento del día si los vivo en profundidad y con radicalidad.
Sería fantástico encontrarnos con Él, sentirlo, vivirlo en las experiencias fuertes de celebración y oración, de servicio o comunidad. Pero también en el día a día en los que la oración sencilla dirigida a Él nos recuerda su presencia y hace que arda nuestro corazón. Cuánto disfrutaríamos de Jesús, si al abrir el evangelio y leer una frase de esas que dice directamente, fuéramos consciente de que nos la está diciendo a nosotros en ese momento.
Seguramente hablaríamos con Jesús más a menudo y buscaríamos más momentos para escucharle. Estoy convencido de que también hablaríamos de Él con más entusiasmo y emoción. Con el mismo brillo en la mirada de los enamorados, de aquellas personas que quieren dar a conocer a la persona que más aman y por la que se sienten amadas.
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