Te regalo un cuento y mi tiempo

El Rincón de Mamá Margarita

12 julio 2023

Marian Serrano

Marian Serrano

La semana pasada leía un artículo que decía que las actuales generaciones YA son menos inteligentes que sus mayores. Álvaro Bilbao, conocido neuropsicólogo y conferenciante afirmaba hace poco que existen datos que indicarían que ésta sería la primera generación de la historia en la que el coeficiente intelectual de los hijos sea menor al de los padres.

«Tradicionalmente, los hijos han sido más inteligentes que los padres, los padres que los abuelos… por cosas sencillas como el acceso a los libros, que la educación mejora.  Pero en esta es posible que nuestros hijos no tengan el mismo cociente intelectual que nosotros, sino más bajo». En parte, relataba, «pasan más tiempo con pantallas, leen menos, tienen menos comunicación cara a cara, algo que ayuda a desarrollar la inteligencia».

Junto con esto también afirma que estamos antes generaciones sobreprotegidas. Esta sobreprotección afecta al desarrollo de la corteza prefrontal, fundamental para la inteligencia, la toma de decisiones, el autocontrol, el buen estado de ánimo, etc…

Estas afirmaciones y estudios nos tienen que hacer pensar a los padres y madres (que es desde la perspectiva que escribo esta reflexión). También a los expertos en educación, a estudiosos, maestros, docentes, políticos. Éstos tendrían que trabajar para ofrecer un equilibrio en el uso de las diferentes herramientas.

Porque un libro es una herramienta y de la misma manera lo es, una pantalla. En mano de los educadores, los padres y madres está el enseñar a usar cada una de ellas en el momento oportuno. Me pregunto ¿cuándo ponemos a un pequeño delante de una pantalla, estamos pensando en esa personita o en nosotros y nuestra tranquilidad a corto plazo?

¿Y por qué no lo ponemos delante de un cuento y leemos con él o con ella?

Recuerdo que cuando era pequeña (entonces no había pantallas) una de las cosas que más me gustaban hacer, era ir a la papelería del barrio a buscar un cuento. Recuerdo que me dejaban pasearme por las estanterías, mirar, tocar. Que mi madre esperaba pacientemente hasta que elegía el cuento y nos íbamos a casa a leerlo, juntas. Para mí una de las experiencias que más me gustaba repetir.

Y recuerdo, algunos años después, ir al hipermercado a la sección de libros y dejar pasear una niña delante de coloridas estanterías de cuentos. Ella, la mayoría de las veces elegía cuentos que además de letras tenían texturas que tocar: “El patito se secaba con una toalla suave” (Y esa pequeña podía tocar la toalla). Supongo que este tipo de cuentos todavía se hacen (quiero pensar que sí). Y leer con ella el cuento tantas veces que cuando lo cogía sola (sin edad de haber aprendido a leer) parecía leerlo de tirón porque se lo sabía.

En estas dos situaciones se dan las condiciones que nos dicen ayudan a que un niño desarrolle mejor su cerebro: leer despacio, dedicarle tiempo a la lectura. Permitirle elegir (con sus límites, pero elegir). Tener tiempo para compartir cara a cara con él o con ella esa lectura, esa historia, ese cuento. Quizá, no pensar tanto en nosotros mismos y pensar en ellos y en cómo nuestros pequeños ven el mundo e intentar acompañarlos en su crecimiento.

En definitiva, enseñarles a leer, no leer por ellos; dejarles elegir no darles todo hecho; acompasar nuestros pasos a los suyos en cada etapa, dedicarles tiempo, ofrecerles nuestra persona no nuestras pantallas.

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