Las Pascuas Juveniles se han ido adaptando a diversos contextos temporales, culturales y sociales. Todos esos encuentros han dejado una huella en la mayor parte de sus participantes.
Hoy no es difícil encontrar a militantes cristianos adultos que hablan de su experiencia en las pascuas que vivieron hace años y reconocen que fueron claves en su vida de fe y les dejaron una marca profunda. Para muchos adultos, sus experiencias en las Pascuas supusieron un impulso juvenil a su fe, en la que la creatividad, la comunicación, la profundidad y la alegría eran características.
Esta Semana Santa he tenido la suerte de vivir una Pascua Juvenil, una más. Jóvenes de Centros Juveniles Salesianos de Huesca, Monzón y Zaragoza se han unido para vivir un triduo pascual profundo y hermoso.
No ha faltado una celebración penitencial sincera y sencilla, un viacrucis lleno signos que invitaban a la interiorización y el agradecimiento, unos testimonios que animaban a vivir la fe desde la alegría y a superar las dificultades que trae la vida.
Si todas las Pascuas tienen sus peculiaridades, señalo dos que, en este caso, me han parecido especialmente reseñables.
En primer lugar, que la organización y el desarrollo ha sido animado por los propios jóvenes; los curas han acompañado sin imposiciones ni manipulaciones clericales.
En segundo lugar, que las grandes celebraciones litúrgicas no se han vivido aisladamente -solos los jóvenes- sino con las comunidades cristianas de los salesianos de Monzón y Huesca. La riqueza de compartir juvenilmente la fe con personas de todas las edades es una experiencia extraordinaria para jóvenes y mayores. Muchas personas mayores se despedían entre lágrimas de los jóvenes con los que habían compartido la fe.
Hay que dar gracias a personas que, como Selma, Nieves, Agus, Alma, Campitos, Jesús y a tantos jóvenes de nuestros ambientes que preparan con esmero estas celebraciones que les acercan en comunidad al misterio de Jesús.
De esos encuentros, sin duda, quedan ascuas incandescentes que calientan la fe, como el rescoldo del brasero, de tantos adultos que en su día participaron de sus Pascuas.
Son las ascuas de la Pascua, ascuas que se convierten en profecía de una Iglesia fraterna y viva… una Iglesia que sólo se entiende a sí misma cuando vive la experiencia de comunidad y comunicación en torno al Señor crucificado y resucitado.
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