En el metro, de vuelta del trabajo a casa, se encuentra con una mujer que le recordaba a una joven a la que había atendido en dos o tres ocasiones cuando estaba de voluntaria en el banco de alimentos del barrio, de eso ya hacía trece años. Como tenía muchas dudas de si lo era o no, decide no correr el riesgo de equivocarse y no la saluda. Y al salir del metro, ya en la calle, es la otra persona la que se adelanta a saludarla. Y sí, era ella. Y aquí llegó el “regalo sorpresa”.
Le empezó a explicar que nunca había olvidado esos momentos en los que fue atendida por esta educadora. Que recuerda siempre cómo le habló, cómo la acogió… Le repetía que se acuerda muchas veces de ella y de esos momentos, que fueron muy importantes para su futuro. La cara de la educadora manifestaba una lógica sorpresa, la joven lo notó y le explicó más detalles.
“Fuiste como si apareciera un ángel. Me ayudaste mucho, tus palabras, tus explicaciones de lo que podía hacer y dónde ir me ayudaron mucho. Conseguí que me dieran una ayuda económica mientras buscaba trabajo y enseguida lo encontré. Recuerdo también que uno de los días, mientras hablábamos, tú te quitaste tu chaqueta y me la pusiste, porque yo tenía frío”.
Esta chica tenía entonces solo 17 años, acababa de llegar de Honduras, ella sola. Se encontraba en un lugar desconocido y no tenía ni idea de por dónde empezar su camino. Y para ella, aquellos dos encuentros fueron clave para iniciar su nueva etapa.
La educadora, en ese momento, siente una agradable emoción, y piensa en las personas de los equipos que día a día dedican gran parte de su tiempo a acompañar, a estar disponibles, a escuchar, a sentir, a estar atentas y mirar siempre con gafas de optimismo y confianza, a observar y tratar a cada persona como individual y única, siempre con todas sus potencialidades, para que sean capaces de descubrirse a ellas mismas. Oyendo el recuerdo agradecido de esa persona, toma conciencia de lo importante que es cómo acogemos, cómo establecemos las relaciones, las palabras, el tono de voz, los pequeños detalles… (ella no recordaba el gesto de haberle dejado la chaqueta, pero para la persona acogida ese gesto fue de un gran valor).
A veces nos movemos en contextos que piden estar al lado de personas que viven situaciones de máxima vulnerabilidad, ¡qué importantes y necesarios son estos pequeños gestos! ¡Qué importante es prestar atención y poder detectar cómo se sienten! No tenemos varitas mágicas para transformar sus situaciones, pero sí tenemos magia para regalarles momentos de felicidad que ayuden a transformar sus vivencias. Eso, desde nuestro carisma, lo sabemos, y somos conscientes de que es un aspecto clave, primordial.
¡Qué regalo tan bonito cuando nos expresan agradecimiento y valoración de lo que hacemos y cómo lo hacemos! ¡Qué importante aprender a recibir el agradecimiento y saberlo recibir! Un agradecimiento que hay que saber detectar en las diferentes etapas con las que trabajamos, porque en cada etapa vital las personas utilizan diferentes lenguajes y códigos.
¡Y qué regalo tan especial cuando, después de 13 años, te recuerdan y agradecen esos momentos de acogida, con sus pequeños detalles!
Como agentes educativos, es bueno disfrutar de estos “regalos de la vida”, con agradecimiento y con humildad. Es bueno también compartirlos, porque eso hace crecer el “cauce común”, el cúmulo de vida y de experiencias con el que los equipos alimentan su esperanza.
Gracias también a las personas que comparten, como en este caso lo hizo Mary, nuestra compañera de equipo.
Reconforta escuchar este tipo de historias. Educar es invertir en el futuro. Enhorabuena.