El silencio es algo mucho más profundo y complejo que la mera ausencia de palabras. Hay silencios no deseados que se asocian a la soledad y a la falta de personas con las que poder compartir. Hay silencios incómodos generados por situaciones en las que se masca la tensión en el ambiente. Hay silencios cómplices que callan ante la injusticia por falta de valor o por respeto humano. Hay silencios agresivos con los que se bloquea la posibilidad de que surja una mínima comunicación entre quienes forman un grupo humano.
Serenar nuestro interior
El silencio del que quiero hablaros es algo muy diferente de todas estas experiencias negativas que, en mayor o menor medida, habremos podido comprobar en nuestra vida. El silencio es un bálsamo que nos permite serenar nuestro interior y nos ayuda a que las cosas que escuchamos, vemos y experimentamos puedan reposar en nosotros y así generen aprendizajes.
Necesitamos el silencio para calmar los ruidos internos y externos de nuestra vida. Cuando finalizo alguna de mis visitas inspectoriales por las casas salesianas, en las que escucho a tantas personas, atiendo diversas reuniones y tengo que pensar rápido para dejar orientadas por escrito algunas situaciones, siento la necesidad de callar y disfrutar de ese silencio en el que reposan las cosas vividas. Estoy convencido que esta experiencia cada uno la habremos vivido en más de una ocasión, ya sea dando un paseo a solas, haciendo ejercicio, disfrutando de la naturaleza o sentados en un lugar que invita a ese silencio del que puede nacer una paz interior.
El silencio nos ayuda a dominar el impulso, a frenar la prisa y la inmediatez que rodea nuestra vida, a aprender a esperar para que los pensamientos reposen en nosotros. El silencio potencia la reflexión y provoca cambios en esa primera idea que se nos ocurre y apacigua ese malestar impulsivo que una persona o situación puede provocarnos.
Hace un mes, con ocasión de la fiesta de la Sagrada Familia, leí unas palabras del papa Pablo VI en las que invitaba a aprender del hogar de Nazaret la lección del silencio: “Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de la formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve”.
Huyamos de esos silencios cómplices, incómodos o agresivos para buscar el silencio que serena el espíritu, calma los impulsos y genera aprendizajes de vida para que, poco a poco, se vaya moldeando nuestro propio ser y las experiencias de vida sean una oportunidad para dialogar con Dios.
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