En mi artículo del mes anterior, “Lo efímero de lo igual”, os hablaba sobre el fenómeno de la creación de imágenes mediante IA y la moda cultural que está generando. Como os adelanté, dedicaré los próximos textos a este mismo tema. Hoy quiero centrarme en el coste que implica este avance de la IA, un coste que no solo afecta a la creatividad, sino que también tiene implicaciones económicas, sociales y de privacidad.
Influidos socialmente
Por un lado, está el impacto cultural. Lo que antes era el resultado de años de trabajo de artistas, como una película de Disney, hoy se puede crear en minutos utilizando IA. Esto plantea un problema profundo: la singularidad ha sido sustituida por la uniformidad. La creación se ha convertido en producción en masa, donde lo único que parece importar es replicar lo que otros ya han hecho. Ante este fenómeno, muchos buscarán la autenticidad, pero podrían ser rechazados por ser “diferentes” en un mundo que favorece lo homogéneo.
Una vez planteada la situación y cómo la estamos viviendo, hemos de preguntarnos por el coste real que esto conlleva. Para muchos, es un “juego” que parece gratuito, pero nada más lejos de la realidad: cuando algo es gratis en el mundo digital, el producto somos nosotros. Nadie ofrece nada gratis, no lo olvidemos nunca. Entonces, ¿dónde reside el coste? Una de las claves es la privacidad. Al crear imágenes con IA, estamos alimentando los sistemas con fotografías reales de nuestra vida cotidiana. Estos datos no están garantizados como privados, y lo que parece una foto inocente puede revelar mucha información sobre nosotros, como el lugar y la fecha en que fue tomada, nuestros hábitos de vida… una infinidad de datos que pueden ser utilizados por las tecnológicas para modificar nuestros comportamientos, hábitos de compra o por ojos algorítmicos que nos ofrecen información sesgada. La red se está construyendo nodo a nodo, y estamos alimentando este proceso sin saber qué uso tendrán nuestros datos en el futuro. Por supuesto, los desarrolladores aseguran que no utilizan estas imágenes con fines fraudulentos, pero no todos los sistemas de IA son igual de seguros. Algunas aplicaciones que usamos podrían no estar tan protegidas.
Además, hay que considerar que las IA actuales están siendo entrenadas para analizar nuestras emociones, lo que podría ser utilizado en el futuro con fines publicitarios. La cámara de nuestros dispositivos podría detectar nuestro estado emocional y ofrecernos productos relacionados con cómo nos sentimos, haciéndonos aún más dependientes de la tecnología.
Lo que quiero transmitir aquí es que la IA no es algo inocente y que el coste de usarla no siempre es evidente. Puede que hoy no notemos sus efectos, pero en el futuro podrían ser más tangibles, aunque ya nos habremos acostumbrado a ella. La lección es ser conscientes del precio que estamos pagando por algo que parece gratuito.
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