Juicio sumarísimo

25 septiembre 2025

Es un tema recurrente en la opinión pública actual el achacar a los medios de comunicación toda suerte de influencias nefastas sobre las conductas de la gente, especialmente cuando son comportamientos ultraviolentos como los que se desencadenan periódicamente en matanzas colectivas en escuelas o supermercados de Norteamérica o el reciente asesinato del activista conservador norteamericano Charlie Kirk.

Una y otra vez oímos recitar en estos casos, una letanía de acusaciones contra el maléfico poder que películas de cine y programas televisivos violentos tendrían sobre personas particularmente vulnerables, en especial jóvenes y adolescentes. Notemos, sin embargo, que el discurso se diluye como por ensalmo cuando las escenas de violencia nos muestran escenarios bélicos como los de la guerra de Ucrania, el genocidio de Gaza.

No hay Facultad de Ciencias de la Información ni estudioso de la imagen que se precie, que no haya intentado un estudio sobre la relación entre medios de comunicación y violencia. Sin embargo, los resultados en este campo son constantes: verifican la imposibilidad de establecer una relación mecánica entre violencia e imagen audiovisual. Esto no significa, desde luego, que películas o series y programas de no ficción violentos sean inocentes en los mecanismos desencadenantes o justificadores de las conductas violentas.

El actual auge de las redes sociales hace más complejo el diagnóstico, puesto que ahora en la ecuación entran en juego factores como la híper multiplicidad de emisores o los algoritmos del sistema que favorecen el ensimismamiento en la recepción de los mensajes, sean imágenes audiovisuales o textos, dado que el usuario queda inclinado a seguir y seleccionar aquellos mensajes que son más armónicos con su forma de pensar y, por ende, tiende a evitar otros que le puedan producir lo que se llama “disonancia cognitiva”.

El pensador transalpino Ítalo Calvino reservaba una de sus “Seis propuestas para el próximo milenio” (el siglo XXI) a la “Multiplicidad”. “¿Qué somos nosotros -se preguntaba- sino una combinación de experiencias, de informaciones, de lecturas e imaginaciones? Cada vida es una enciclopedia, una biblioteca, un inventario de objetos… donde todo puede ser continuamente remezclado y reordenado en todos los modos posibles”.

De manera que, volviendo al tema que nos ocupa, no se trata de condenar al cine y a la televisión, ni siquiera a las redes sociales, tras un juicio sumarísimo como los causantes o inductores de todas las violencias que nos afligen. La realidad y la vida se empeñan en ser complejas, tozudamente complejas.

2 Comentarios

  1. JOSE ENEBRAL

    Comentario *A ver, yo no desviaría especialmente a los medios la responsabilidad en la violencia de la población… Ni a los medios como vehículo de la actualidad, ni a los medios como exhibidores de ficción para el ocio. Películas de guerras hemos visto siempre… Yo creo que cada caso merece un análisis acorde con su unicidad, aunque haya muchos casos similares. Y, puestos a analizar, quizá es más fácil si nos quedamos en nuestro país.

    Diría yo que hay aquí «líderes de opinión» que arremeten (inoculan odio) habitual u ocasionalmente contra políticos, contra inmigrantes, contra homosexuales… Claro, son noticia; pero yo enfocaría a estos «líderes de opinión» y no tanto a los medios que emiten sus opiniones. Recuerdo, incluso, a un obispo maldiciendo a los homosexuales. En fin, me ha parecido (todo a mi modo particular de ver) una reflexión afectada de ligereza y falacia; no pretendo llevar razón, pero quería expresarme.

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  2. miguel

    Los discursos de odio están tipificados, e incluso algunas de nuestras plataformas educativas les han dedicado esfuerzos. La violencia contra grupos sociales está perfectamente diseñada por grupos que, hoy como ayer, pretenden cohesionar al grupo frente a otros a los que diabolizan. Es el típico timo de la estampita repetido una y otra vez.

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