A las puertas de la Navidad, deseo compartiros un diálogo entre una nieta y su abuela, abuela sabia que conocía el corazón humano después de tanta experiencia en el camino de la vida:
– Abuela, si fueras mi Hada Madrina, ¿qué regalo me harías? –preguntó la niña.
– Si fuera tu Hada Madrina, no te daría vestidos ni carruajes –sonrió la anciana–, sino un conocimiento: el del arte de saber vivir con esperanza. Para que supieras desde joven que el tiempo pasa y no se recupera, y no lo pases nunca donde no te permita tener una vida plena y llena de sentido con quienes lo desees, ames o más te necesiten. Para que dulcemente entierres el hacha de guerra interna, tu camino en la vida te produzca paz, pues hasta el día en que partas, verás cosas que querrías cambiar. Para que tomes la decisión de bailar con el viento del cambio y las mareas, pero con los pies bien anclados en la tierra de tu intención, sueños, deseo de ser muy humana y divina al mismo tiempo. Para que no renuncies nunca a que tu corazón sea grande, capaz de acoger en él todo lo que tiene vida y la vida de cuantos lleguen a Ti.
Eso te regalaría, pequeña, pero tú ya tienes tu Hada Madrina: la vida y el amor que Dios te entrega en ella.
Aún con la perplejidad de un 2020 que estamos viviendo y que tan difícil, extraño, duro y doloroso nos está resultando, en particular para tantas familias y hogares, tiene pleno sentido mirar con esperanza la Vida y también la Luz que aporta y ofrece nuestro Señor.
En un año donde la pobreza de tantos se ha disparado, pero también la generosidad de muchos, donde ha habido despedidas dolorosas de seres queridos, pero también silencios y miradas que han abrazado, tiene pleno sentido, como en el caso de la abuela a su nieta, desearnos esa vida que se construye día a día, a veces con lágrimas y cansancios, pero también con sonrisas, sueños, esperanza.
Vuelve la Navidad cargada de luz y esperanza
Este año, con unas condiciones complicadas por la COVID-19 que no nos quiere dejar, el Belén aparece ante nuestros ojos y nuestra memoria en toda su esencialidad humana. Gracias a las indicaciones de un transeúnte, cuyo nombre ha permanecido desconocido para la historia, María y José encuentran una cueva utilizada como establo y allí consumen la última noche de espera. Jesús nace absolutamente pobre.
La iconografía artística ha rodeado de ángeles y estrellas a ese trío compuesto por José, María y Jesús. Y, sin embargo, cuánto temor e inquietud. También hoy, algunas fotos de actualidad nos muestran a niños solos y abandonados en su indefensa e inocente debilidad. La Navidad nos pone frente a los valores eternos que lleva este Niño encarnado para una humanidad hambrienta y, a veces, enferma sin un horizonte alcanzable, puede incluso que sin brújula en la vida. Una humanidad que en la pandemia se siente más frágil, pero que necesita esperanza, una esperanza que nace en lo más profundo de nuestro ser humano y siendo imagen y semejanza del Dios que es Amor.
Por ello, el Belén sigue siendo actual y es capaz de movilizarnos para hacernos cargo de cada hermano. La COVID-19 nos obliga a encerrarnos, mientras el Niño Jesús nos invita a abrirnos para dar nuestra existencia, o parte de ella, a los demás. Es una luz que se combina con el amor. Por eso, la Navidad también nos ayuda a vivir la precariedad, las limitaciones y la enfermedad, y nos ayuda a empezar de nuevo cada mañana con fe y esperanza.
La vida como camino y meta
En el saludo de Navidad que escribí para enviar en algunas felicitaciones, elegí un texto breve, precioso y profundo del papa Benedicto XVI en su encíclica Spes Salvi. Nos habla de cómo la vida es camino y meta, un viaje en el mar de la historia, a veces entre borrascas que pueden tener el nombre de coronavirus o de otras pandemias con las que convivimos a diario y que tanto daño hacen. Un viaje donde las verdaderas estrellas que nos guían son personas que irradian luz y esperanza, hasta llegar a quien es la Luz por antonomasia, Jesucristo, que puso su tienda entre nosotros en aquella noche de Navidad. Este es el saludo:
“La vida humana es un viaje.
¿Hacia qué objetivo?
¿Cómo encontramos el camino?
La vida es como un viaje
por el mar de la historia,
a menudo oscuro y tormentoso,
un viaje en el que divisamos las estrellas
que nos muestran la ruta.
Las verdaderas estrellas de nuestra vida
son las personas
que han sabido vivir con rectitud.
Ellas son luces de esperanza.
Por supuesto, Jesucristo es la luz por excelencia,
el sol que brilla sobre toda la oscuridad de la historia.
Pero para llegar hasta Él también necesitamos luces cercanas,
personas que dan luz reflejando la luz de Cristo,
mostrando así orientación para nuestra travesía.
Y, ¿quién mejor que María podría
ser para nosotros una estrella de esperanza,
ella que con su “sí” abrió al mismo Dios
la puerta a nuestro mundo;
ella que se convirtió en la viviente Arca de la Alianza,
en la que Dios se hizo carne,
se convirtió en uno de nosotros,
y puso su tienda entre nosotros?
(Spe salvi, 49).
¡Feliz Navidad a todas las familias, a todos los que os sentís solos y abandonados, pero movidos por la esperanza!
Saludo de Don Ángel Fernández Artime, sdb
Rector Mayor de la Congregación Salesiana
En la foto: Belén Viviente de Educación Infantil en Salesianos Cartagena (Navidad de 2019)
Fuente: Boletín Salesiano-Diciembre 2020
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