Hace unos días, una amiga me contaba cómo era la relación entre sus hijos de 3 y 6 años. Me decía que, aunque pasaban tiempo jugando y haciendo cosas en común, pasaban el mismo tiempo o más peleando y haciéndose rabiar el uno al otro. Terminaba la frase diciendo: “Pero al final, ya sea para jugar o pelearse, siempre andan buscándose”.
Mi amiga contaba la historia de sus hijos pequeños, y yo pensaba en los míos adolescentes y la historia se repite: unos días ríen y otros riñen, pero al final como decía mi amiga: “Siempre andan buscándose”. También esto me ha hecho recordar la relación con mi hermana cuando éramos pequeñas y… más de lo mismo: alguna que otra pelea, pero al final siempre andábamos buscándonos y ahora de adultas, somos inseparables.
Hermanos para siempre
Y es que la relación entre hermanos es única; los vínculos que se establecen son casi igual de importantes que los que mantenemos con nuestros padres para descubrir y comprender quiénes somos, y aunque la relación pueda torcerse, lo natural es que entre ellos permanezca un sentimiento de amor incondicional, un amor que se va forjando poco a poco en las relaciones del día a día.
Con un hermano se suele mantener la primera relación entre iguales que se tiene en la vida y a través de ésta, aprendemos a conectar con otras personas en iguales condiciones: es el entrenamiento perfecto para relacionarnos de forma adecuada con los que serán nuestros amigos.
En este aprendizaje entre hermanos tenemos en cuenta que cada hermano tiene una personalidad distinta, favoreciendo que en el futuro nos relacionemos con cada persona como un ser único y especial.
Y tras esto, destaco algunos de los aprendizajes que considero más relevantes en esta relación. Entre hermanos aprendemos a:
- Compartir: a través del juego y de las primeras interacciones entre hermanos entendemos que a veces hay que ceder y que el “esto es mío” compartido puede hacernos más feliz.
- Gestionar emociones y desarrollar habilidades sociales: con ellos compartimos nuestra infancia y adolescencia y aprendemos juntos a vivir y experimentar nuestros primeros sentimientos, deseos y emociones.
- Tener en cuenta a los demás y respetar sus ideas, opiniones y pensamientos, aunque sean distintas a las nuestras.
- Comunicarnos, expresando nuestro punto de vista y practicando la escucha atenta y sin interrupciones.
- Trabajar en equipo descubriendo las ventajas y beneficios de generar un ambiente colaborativo en la familia y en el que todos contribuyen y tienen alguna responsabilidad para alcanzar objetivos compartidos.
- Aprender de los errores, reconocer nuestros fallos y pedir perdón; un aprendizaje no fácil pero muy necesario para la vida.
- Amar de manera incondicional; tener un hermano te enseña a quererlo por encima de cualquier circunstancia, aunque no siempre te diga lo que quieres oír, aunque a veces te moleste o incordie.
Fuente: Boletín Salesiano
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