Fueron muy intensos y hermosos los 14 días que viví en Brasil-Sao Paolo y en Recife. Fueron muy ricos los 11 días en la India (Bangalore, Guahaty y Assam, y Monbai, en la India) y muy especiales los 10 días vividos en Angola y en Mozambique.
Hoy, cuando nos despedíamos en un lugar muy sencillo, humilde, celebrando la Eucaristía del domingo con 200 adultos y niños, una de ellas, en nombre de todos ellos, muchos de los cuales estaban descalzos, y no con ropas de fiesta porque no las tienen, leyó esto que les trascribo, en el momento de acción de gracias. Me pareció tan bonito que no lo podía guardar solamente para mí. Me pareció tan lleno de vida que me llevó a pensar en algo que es muy cierto: Como gracia de Dios, Don Bosco sigue muy vivo en todas las partes del mundo.
Aquella muchachita de unos 12 años leía esto:
“En este momento de la Eucaristía damos gracias al Señor y a ti, padre Ángel. Tu presencia nos ayudó a celebrar la vida y la amistad. El corazón se hizo más grande celebrando contigo, que llevas en el corazón a tantos niños y jóvenes del mundo.
Gracias por haber celebrado con nosotros. Que Dios te bendiga allá donde fuera. Rezaremos por ti y sabemos que tú nunca vas a dejar de rezar por nosotros.
Nos gustaría viajar contigo y ayudarte en tus trabajos, pero tú sabes que tenemos aún que estudiar mucho, ayudar en casa y prepararnos para hacer mucho bien a mucha gente.
Un día, cuando regreses, tendremos más tiempo para contar todo lo bueno que descubrimos y todo el bien que hicimos. Don Bosco nos enseñó que Dios nos quiere siempre felices, haciendo bien todo lo que tenemos que hacer.
Lleva a todos los niños del mundo nuestro abrazo.
Allá donde estés vas a sentir en tu corazón nuestra amistad hecha oración por ti, y nuestra alegría hecha paz cuando te sientas cansado.
Llévanos en el corazón, que nosotros, en el corazón, ya estamos contigo. Canta con nosotros esta canción, padre Ángel, porque esto es lo que Dios quiere: “Yo soy feliz porque mi Jesús lo quiere”.
Hasta aquí el saludo de estos niños, acompañados de algunos jóvenes animadores.
Y les contemplaba y me contemplaba a mí mismo diciéndome una vez más que nosotros, salesianos, y nuestra Familia Salesiana en todo el mundo realmente hemos nacido para ellos, para los más pobres y sencillos. Es aquí donde mejor nos sentimos, donde mejor nos hemos de sentir. Y pensaba en los miles de muchachitos y jóvenes que he conocido en este mes y medio de viajes, y todos ellos, en culturas diferentes y de modos diversos han dicho lo mismo.
Don Bosco nos enseñó que Dios nos quiere siempre felices, haciendo bien todo lo que tenemos que hacer.
Y pensaba que es muy cierto que Don Bosco sigue vivo hoy, vivo en tantas realidades donde miles y miles de personas siguen haciendo, en el nombre de Jesús, este su sueño. Y sigue vivo porque sigue siendo motivo de inspiración para ellos.
Y viene a mi mente, en el mismo instante en que escribo estas líneas otro hecho que confirma rotundamente lo que estoy expresando. Una semana antes, en Lwanda (Angola), visitando nuestra casa que acoge a muchachos recogidos de la calle, uno de los muchachos que tiene una gran capacidad para cantar ‘rap’, compuso una canción con motivo de nuestra visita, en la que el tema central era: yo tengo futuro. Nada está perdido. Estoy aquí y tengo futuro, yo tengo futuro. Llevaba dos años en la calle cuando la Providencia quiso que pudiéramos contactar con él. El más pequeño, el benjamín, tiene 6 años. Y mirándolos, y con el corazón lleno de emoción me decía: Don Bosco vive. ¡Don Bosco vive!, en esta casa en cada uno de mis hermanos salesianos y educadores laicos que hoy le dan palabra, mirada y brazos para acoger como amigos, hermanos y padres a estos muchachos.
Tenía razón la muchachita que me pedía que les llevara en el corazón. No puedo no llevarles en el corazón después de conocerles. Y como yo, tantos de ustedes, tantas buenas personas que siguen creyendo que juntos hacemos el bien, en un mundo en el que tantos desconfían de todo y de todos. Yo les puedo asegurar que lo que les narro es la vida misma, y como decía Santa Teresa de Calcuta, para cada pobre, y yo digo en su nombre, para cada muchachito, cada adolescente y joven con los que nos encontramos, el encuentro no sólo no es indiferente sino que puede cambiar, para bien, sus vidas.
Gracias al buen Dios por tanto tan bello. Gracias al Buen Dios porque ellos, los más pequeños, los más sencillos, los que no cuentan nada en este mundo, nos siguen haciendo tanto bien.
En nombre de Don Bosco, ¡gracias! ¡Celebremos con mucha alegría la Fiesta de nuestro Padre!
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