El P. Alfredo Marzo es un misionero salesiano en las tribus del noreste de la India. Tiene 86 años. Nació en Lodosa (Navarra). Ha cumplido setenta años de misionero en la India. Ha venido a saludar a su familia, a sus amigos y a los bienhechores de su misión. Ahora, después de dos meses con su familia, vuelve de nuevo para seguir trabajando para el reino de Dios entre aquellas sus queridas gentes.
Pregunta: ¿Cuándo y cómo surgió tu vocación misionera?
Respuesta: Éramos aspirantes allí en Sant Vicenç dels Horts (Barcelona), cuando pasó por allí un torbellino en la persona del P. Carreño. Él nos entusiasmó tanto, que yo creo que todos los que estábamos en el aspirantado queríamos ir a misiones.
P.: ¿Cómo reaccionó tu familia cuando le dijiste que querías ir a misiones?
R.: Yo no conocí a mi padre que murió en la guerra, pero mi madre, que era una santa con valores cristianos y humanos, me dijo: «Si esta es la voluntad de Dios, que se cumpla lo que Él quiere. Si te llama a ser misionero, yo no voy a poner ningún obstáculo en tu vocación».
P.: ¿Por qué elegiste la India?
R.: El Padre Carreño, Vicario General de la Archidiócesis de Madrás, -parte Sur de la India- estaba allí. Su simpatía y entusiasmo misionero nos llevaron a trabajar con él a Madrás donde él había sido provincial de los salesianos de aquella misión. Y allí nos fuimos.
P.: Nos has dicho que el P. Carreño tenía unas bonitas canciones suyas, referidas a sus misiones, que las cantaba con gran entusiasmo. ¿Recuerdas alguna?
R.: Sí. Claro que sí. Recuerdo aquella que dice: “Tener un hijo misionero / fue siempre, madre, tu ilusión/. Bien sabes cuánto yo te quiero, / mas Dios me llama y yo me voy. Tralará, tralará…
Otra preciosa: “Dieciocho abriles, / bella es la vida; / Pascua florida la juventud/. Para nosotros / no hay horizontes; / vivan los montes y el cielo azul. / ¡Oh juventud, te vas! /No volverás jamás. / Antes que pases/ me iré a Madrás.
P.: ¿Qué esperabas encontrar en tu misión?
R.: Yo esperaba encontrar gente pobre, pero encontré miseria: hombres que tiraban de carros como mulas, para sacar unas rupias y comer un plato de arroz.
«Yo esperaba encontrar gente pobre, pero encontré miseria».
P.: Ya en la India, ¿cómo te preparaste para tu misión? ¿qué es lo que más te costó?
R.: Una de las cosas más importantes es que no te entienden si no hablas su lengua y este es casi el mayor obstáculo, si quieres predicar el Reino de Dios. Yo tuve que aprender inglés al llegar a la India y para ello hice los estudios en la universidad de Madrás y en la de Calcuta. También aprendí el tamil, la lengua del sur de la India. Cuando me mandaron al norte aprendí el asamés. Después aprendí las distintas lenguas que hablan las tribus en que yo he trabajado.
P.: Como salesiano, ¿qué aspectos abarca tu obra misionera?
R.: Jesús dijo a sus apóstoles: “Id y predicad” y esa es la primera cosa que hemos tenido que hacer, y con mucho gusto, porque es lo que Cristo nos mandó: “Enseñad lo que yo os he enseñado, haced discípulos de todas las gentes”.
P.: La misión salesiana, ¿tiene alguna especificidad?
R.: Nosotros, los salesianos hemos estado siempre a la vanguardia de la educación y han ido juntos la Iglesia y la escuela. Predicar y educar, sobre todo a los más jóvenes; y para eso hemos abierto muchas escuelas, sobre todo profesionales, para ayudar a los jóvenes a encontrar un trabajo y ganarse la vida.
«Hemos abierto muchas escuelas, sobre todo profesionales, para ayudar a los jóvenes a encontrar un trabajo y ganarse la vida».
P.: ¿Estás satisfecho con la obra realizada?
R.: Estoy satisfechísimo con la obra realizada. Donde había solo un puñado de cristianos, ahora hay muchísimos en aquella zona. Sin ninguna coacción hemos hecho cristianos de aquella pobre gente. No todos ven con buenos ojos al cristianismo, pero nuestras tribus admiten muy bien nuestra predicación, pues ellos tenían ya sus sacerdotes, sus sacrificios y su culto a los muertos.
Los “Garos” y los “kassi” tienen un sistema matriarcal. No hay huérfanos en estas tribus, pues, si muere la madre, se hace cargo de los hijos la tía.
«Donde había solo un puñado de cristianos, ahora hay muchísimos en aquella zona. Sin ninguna coacción hemos hecho cristianos de aquella pobre gente».
P.: ¿Has sentido a Jesús más cerca de ti en algún momento más delicado de tu vida?
R.: Pues, sí. Recuerdo uno especialmente. Tuve un accidente al final del año 1970. Nos fuimos por un terraplén en un jeep y, lleno de gente, pasó por encima de mí. Tenía tres vértebras rotas (5ª, 6ª, y 7ª), y todas las costillas aplastadas. Eso fue muy duro para mí. Pero yo le dije a Jesús: «Si quieres que trabaje por el reino, ya me curarás». Estuve dos meses y medio enyesado. Desde enero de 1971 hasta el 19 de marzo. El médico estaba contento porque todo había ido bien y yo más, porque podía trabajar. Dios me ha dado siempre mucho más de lo que yo le he pedido. Pues, después de eso, hemos hecho un gran trabajo entre aquella gente.
P.: ¿Cómo son las celebraciones cristianas de aquellas gentes?
R.: En lo esencial son iguales, pero el modo de celebrarlas es muy diferente. Allí no hay celebración sin danza y cada tribu tiene la suya. Acogen al sacerdote fuera de la iglesia y lo acompañan hasta el altar con cantos y danzas. En las ofrendas, además de pasar el canastillo, en el que ponen unas rupias, en largas filas ofrecen sus cosas: gallinas, cebollas, coles, calabazas…
P.: ¿Nos podrías decir qué obras tienen los salesianos en la India? ¿A qué se dedican principalmente?
R.: Los salesianos nos preocupamos, sobre todo, de la educación. Tenemos muchas escuelas y hasta una universidad. En nuestra misión, en todos los pueblos hay escuelas primarias. Si el estado no las monta, la Iglesia lo hace por su cuenta en cada pueblo. Por cada diez aldeas, montamos una secundaria de clases 6ª, 7ª y 8ª. Donde hay aldeas con más gente, hay un bachillerato o una escuela de formación profesional.
P.: ¿Y cómo está el cristianismo en general en toda la India?
R.: El hinduismo no acepta el cristianismo al que considera un “entrometido”, pero, como las tribus no son hindúes, lo aceptan muy bien, porque sus creencias anteriores son muy cercanas al cristianismo: tienen devoción a los muertos, tienen gran respeto a la Virgen como consecuencia de su organización matriarcal. Por eso aceptan con gusto el cristianismo. Hay que bautizar todo esto.
P.: ¿Cómo has encontrado nuestro mundo occidental comparado con el que tú dejaste al marchar a aquellas tierras?
R.: Me parece que hemos perdido muchos valores cristianos y humanos: respeto a los demás y a sus ideas; aquí no se conservan muchos valores que allí aún permanecen.
P.: Todo eso que se hace en tu misión vale mucho dinero, ¿quién lo paga?
R.: En la educación primaria y secundaria el Gobierno ayuda a pagar a todos sus maestros y también a los de la Iglesia, porque están haciendo una obra social. Después del bachillerato hemos empezado las clases 11ª y 12ª, que son la preparación a la universidad. En este nivel, el Gobierno no nos paga nada hasta que pasen unos años y vean que la cosa va adelante. Pero, por ahora, la parroquia es la que se hace cargo de los gastos.
P.: ¿Tendrás algunos bienhechores?
R.: Cuando hace 22 años me mandaron a esa nueva parroquia de Shallang, y no tenía medios, el año 2000 vine a España, especialmente a Navarra, para que algunos de mis antiguos compañeros me ayudasen a fundar la nueva parroquia, y ahora allí hay 12 edificios: diferentes escuelas, dispensarios, iglesias… Ahora todos dicen: ¡Qué bien está esto! Pero no fue así desde el principio. Ha sido con ayuda de los bienhechores y, sobre todo, de los de Navarra, que son los que más me han ayudado en esa misión.
P.: He visto algunos puentes en tu misión y tú estás allá como si fueras el ingeniero.
R.: La Iglesia mandó a los apóstoles a predicar y a enseñar, pero no les dijo que no hicieran otras cosas. El trabajo de la Iglesia es también social, de manera que en la parroquia de Shallang hemos hecho ya siete puentes colgantes, pues hay seis meses de lluvia y los ríos crecen tanto que la gente no puede pasar para ir al mercado a comprar lo más esencial para vivir; y me dijeron que no podían pasar los ríos y que unos puentes colgantes les irían muy bien. Vi alguno que había hecho el gobierno en la región, me llevé conmigo a algún trabajador, y nos convencimos de que nosotros podíamos hacer esos puentes; entonces pusimos manos a la obra; y así hicimos siete puentes para que la gente -no los vehículos- puedan pasar. Así, pueden ir a comprar, y los estudiantes, pasando por esos puentes, pueden acudir a la escuela a otro poblado para recibir la enseñanza media.
P.: Después de 70 años en la India, ¿estás satisfecho de haber entregado tu vida a la causa misionera?
R.: Muy, muy, muy satisfecho de nuestro trabajo como apóstoles de la Buena Nueva, pero también porque hemos hecho nuestro trabajo para ayudar a la gente a ser mejores cristianos y tener más recursos humanos. Hemos creado seis dispensarios donde trabajan las monjitas que hacen un trabajo indispensable, esencial. En los partos allá está la monja que les atiende para que no tengan que hacer 250 kilómetros de carretera; aunque ahora la carretera es mejor. Pero una madre no puede ir tan lejos a dar a luz. A mí me ha pasado a veces que los niños han nacido en el jeep mientras los llevábamos al dispensario, y gente que ha muerto en el jeep mientras los llevábamos al médico de la capital; pero ellos lo aceptan todo resignados.
«Hemos hecho nuestro trabajo para ayudar a la gente a ser mejores cristianos y tener más recursos humanos».
P.: Después de tantos años de trabajo, ¿qué le pides a Dios?
R.: Desde el principio, los primeros misioneros y el primer obispo Mr. Mathias decía: “Aude et spera” Ánimo y esperanza. Adelante sin titubear. Estamos en las manos de Dios.
P.: ¿Pero qué le pides?
R.: Que se haga su voluntad. Yo he trabajado y vuelvo a trabajar. Si quiere que trabaje más, que me dé vida y, si no, que me lleve. Aquí estoy dispuesto a que se haga la voluntad de Dios.
«A Dios le pido que se haga su voluntad. Si quiere que trabaje más, que me dé vida y, si no, que me lleve».
P.: Otros misioneros vuelven a acabar aquí los últimos años de su vida. ¿Por qué decides tú volver a tu lugar de misión?
R.: Allí está mi gente, allí está mi trabajo, allí he pasado muchos años de mi vida misionera. Pues vamos a dejar allí nuestros huesos entre nuestra gente. Allí está mi vida. Además, aquí vendrán a verte una vez al año algún pariente o amigo; allí todos los días van muchos a los cementerios a rezar por sus parientes y por los misioneros. Tienen un gran respeto y agradecimiento especialmente hacia aquellos que les han ayudado a ser mejores cristianos y mejores personas.
Gracias y que Dios te siga dando esa alegría que llevas en el corazón hasta el último suspiro de tu vida.
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