Seguro que lo recuerdan aunque han pasado cinco años.
La noticia se había hecho esperar. Decía que el Cónclave iba a ser rápido pero la cristiandad y el mundo entero andaban pendientes de la imagen de una vieja chimenea que lanzaba humo al aire frío de Roma. Por fin, el humo –la “fumata”- fue blanca y millones de personas se congregaron ante sus televisores observando atónitos a una multitud que esperaba en la plaza de San Pedro.
Y salió el hombre. Apareció únicamente con la sotana blanca de papa, prescindiendo de otras vestiduras litúrgicas ampulosas que habían llevado sus predecesores. Saludó con un “Buenas tardes” coloquial y familiar y continuó hablando con una sencillez que dejó al mundo boquiabierto, tuvo el recuerdo en la oración por su hermano en el papado, Benedicto, y antes de dar la bendición a los fieles pidió que ellos le bendijeran rezando por él. Aquellos cientos de miles de personas hicieron silencio y rezaron por el nuevo papa.
Al día siguiente fue en el mismo autobús con el resto de los cardenales para acudir en persona a pagar la pensión en la que se había hospedado antes del cónclave, luego acogió a los periodistas y a sus familiares con una gran sonrisa manifestándoles que desea una Iglesia pobre, después comunicó a la Conferencia Episcopal argentina que era preferible que el dinero del viaje para asistir a la misa del inicio de su pontificado se lo dieran a instituciones que trabajan con los pobres, invitó a esa misa al Patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, cosa que no ocurría desde 1054… a partir de ahí se han multiplicado los signos.
Hemos visto al papa abrazar enfermos dermatológicos, lo hemos visto llorar entre los refugiados, abrazar a hermanos de otras confesiones religiosas, celebrar la eucaristía en ambientes no especialmente religioso, besar los pies a jóvenes desestructurados, hablar desde el amor de las personas homosexuales, visitar cárceles, dejar que los niños jugueteen sentándose en la sede papal, denunciar valientemente pederastias y oligarquías eclesiales, callar en los campos de concentración, reír con los jóvenes, hacer nombramientos valientes y novedosos, escribir que el evangelio es la gran alegría del mundo, manifestar su respeto reverencial por la Naturaleza, denunciar el culto al dinero y expresar el amor a los pobres y saltarse los protocolos cuando ha hecho falta para acudir a sus queridas periferias.
Vemos a Francisco tan humano, tan normal, que su vida nos abre al Misterio de un Dios que se ha hecho hombre… hombre.
Gracias al hombre Francisco, gracias a este hombre papa, que, cinco años después, ha conquistado el corazón del Mundo y ha llenado de ilusión a una Iglesia algo cerrada que necesitaba aire fresco.
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