La espiral del silencio en la crisis de Nicaragua

17 julio 2018

“Vosotros os quedáis con el texto del artículo y me dejáis a mí los titulares”. Con esta sencilla frase, un viejo directivo de prensa española establecía ante sus periodistas las reglas del juego que debían imperar en su redacción.

El veterano informador sabía de lo que hablaba. Más que organizar un trabajo cotidiano, lo que estaba reproduciendo realmente era el funcionamiento básico de la opinión pública. ¿Dije opinión pública? Me refería más bien a “opinión publicada”.

La atención de la audiencia está limitada por el espacio y el tiempo. Nadie puede enterarse de todo lo que sucede en todo el mundo durante todo el tiempo. La selección de las noticias, por tanto, se hace imperativa. De ahí que el primer trabajo de un profesional de la noticia consista en seleccionar unos titulares en detrimento de otros. Y lo que no recoge el titular -bien lo sabía el director al que hacía referencia al principio- no existe a efectos prácticos.

Esto explica que, por ejemplo, los asesinatos de las mujeres a manos de sus parejas hayan pasado de la completa exclusión informativa de hace unas décadas a la sobreexposición mediática de los últimos tiempos, la misma que lleva a no pocos a pensar, equivocadamente, que España es uno de los países de Europa con más asesinatos de mujeres cuando las estadísticas demuestran precisamente lo contrario.

El flujo de los emigrantes es otro caso paradigmático de selección informativa. Su llegada constante y cotidiana a las costas europeas, su muerte silenciosa por años en las aguas del Mediterráneo y el último episodio de los refugiados se introducen en los titulares con una frecuencia que no siempre guarda correlación con su importancia objetiva en cada momento concreto. Son otros intereses, generalmente de los países ricos, los que determinan cuándo es noticia la llegada de una patera y cuándo no.

De hecho, probablemente sea la información internacional el escenario donde más palpable resultan los efectos de la “espiral del silencio”. Con este término, la socióloga alemana Elizabeth Noelle-Neuman describía un fenómeno sociológico en virtud del cual los individuos adaptan su comportamiento a las actitudes que perciben como mayoritarias en un determinado contexto.

El caso de la crisis nicaragüense que comenzó esta primavera, y que ya suma más de trescientos muertos, resulta paradigmático. Salvo en los últimos días, en España apenas hemos recibido información del peor estallido de violencia que vive Nicaragua desde que terminó su conflicto interno en los años ochenta, cuando Centroamérica constituía uno de los puntos calientes de la Guerra Fría.

“¿Es que no os enteráis de lo que está pasando aquí?”
“Mis hijas llevan tres meses sin ir al colegio”, me decía hace unos días un amigo residente en Managua que me pedía ayuda para preparar la salida de su familia. “La gente viene a trabajar con miedo; algunos incluso traen a sus hijos porque no quieren dejarlos solos en casa”, me decía abatido. “¿De verdad no os estáis enterando en España de lo que está sucediendo aquí? ¡Están matando a gente todos los días!”.

Estudiantes, periodistas, líderes sociales… ningún sector de las fuerzas vivas de la sociedad nicaragüense se encuentra a salvo. El país vive un estallido de violencia social desconocido para un importante porcentaje de la población que, por su juventud, no conoció los horrores de la pasada guerra terminada hace 28 años.

En aquel entonces, y antes de aquel entonces, la Iglesia Nicaragüense ha sabido estar donde debía estar y como debía estar: con el pueblo sufriente y sin ánimo de venganza.

Resulta descorazonador que los telediarios españoles apenas se hayan hecho eco hasta ahora de los sucesos referidos. Cabría preguntarse por qué. ¿Indiferencia? ¿Ocultamiento deliberado para proteger la imagen de uno de uno de los gobernantes más longevos y cuestionados de América (Daniel Ortega lleva en la primera línea de la política nicaragüense ¡desde antes de 1979!)? ¿Ausencia de intereses económicos españoles en el país?

No cabe duda de que si los medios de comunicación españoles hubiesen prestado al problema nicaragüense la atención que requería el problema, habrían tenido que difundir también ciertas palabras y actitudes ejemplares no solo para los nicaragüenses sino para toda la comunidad internacional. También existen nicaragüenses que están brindando al mundo lecciones de nobleza y dignidad en medio de esta revuelta.

“No se tomen nunca la justicia con sus propias manos, tengan confianza que la no-violencia es la fuerza más grande que puede transformar el mundo”, clamó hace unas semanas el cardenal de Managua, Leopoldo Brenes, en una oración colectiva junto a otros obispos del país.

Da que pensar -y sobre todo que sospechar- por qué ciertos medios, tan prontos a esparcir con lujo de detalles las debilidades, pecados o delitos de un sacerdote o religioso de cualquier parte del mundo, se muestren tan remisos a explicar con rigor quiénes en Nicaragua están contribuyendo a establecer la paz y quiénes por el contrario tratan de apuntalar estructuras políticas de opresión.

Con el Santísimo Sacramento en las manos, Brenes también sostenía la fe de todo un pueblo que lucha por su dignidad entre la indiferencia de tantos países, especialmente de aquellos que más deberían preocuparse por ellos.

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