Estamos a punto de entrar en el mes de noviembre. Los días son cada vez más cortos, la oscuridad va ganando la batalla a la luz, muchos árboles van ralentizando su vida y algunos animales emigran o entran en hibernación. Parece que el mes de noviembre está bien escogido como símbolo del declive de la vida humana, la muerte a la vuelta de la esquina y el mes de los difuntos, que comienza con su celebración el día 2.
Es un mes en el que recordamos a las personas queridas que ya no están con nosotros, en el que podemos aumentar nuestra sensibilidad ante las huellas de los que nos han precedido, agradecer su legado, sus buenas obras, los valores que nos dejaron, en fin, tener un recuerdo lleno de cariño, de oración y de perdón si hiciera falta. Es un tiempo para apreciar el lugar que todas esas personas ocupan en nuestra vida. Alguna de ellas nos proporcionó el modelo de vida que buscábamos. De otra aprendimos el amor al trabajo y a la honradez; de otra su manera de vivir la vida con madurez y entusiasmo a la vez; de otra a crecer en la vida cristiana con fe en Dios y solidaridad con los demás; de otra aprendimos su espíritu crítico para no comulgar con ruedas de molino lo que está sociedad materialista nos está queriendo vender…
Noviembre es un tiempo especial para reflexionar sobre la brevedad de la vida y su compañera la muerte, no para angustiarnos, ni entristecernos sino, sobre todo, para aprovecharla más y lo mejor posible. El pasado ya pasó y no volverá, el futuro está por venir y lo único que tenemos entre manos es el presente. Es decir, convertir el tiempo presente en nuestro mejor compañero de camino. Ser capaces de saborear más el tiempo y las posibilidades que tenemos entre manos para ser felices y hacer felices a los demás. Sumergirnos, con espíritu positivo, en cada momento, en cada circunstancia, en cada acontecimiento de nuestra de nuestra vida cotidiana.
Pero el presente es una especie de puerta giratoria de la vida que sólo nos puede llevar de una cosa a otra. Vamos tan de prisa, tan acelerados, tan distraídos, que no nos enteramos de lo que pasa a nuestro alrededor, de la cantidad de oportunidades que Dios nos va concediendo para ser felices, de las personas que caminan a nuestro lado, de la alegría de las pequeñas cosas que tenemos y de los pequeños acontecimientos que nos suceden. La vida es ahora, solo ahora y si lo descubrimos y lo aprovechamos habremos hecho el gran descubrimiento. La vida no se puede devorar, solo se puede saborear. Hay que beberla a sorbos y apurarla hasta al máximo. Como dice sabiamente el Eclesiastés, “hay tiempo para todo, para vivir y para morir”
me ha gustado esa manera de mirar.