Su país está en guerra, no tiene un conflicto.
Es refugiado, no sólo inmigrante.
Cruza la frontera, no la invade.
Se le puede consolar, no sospechar.
Conmueve el corazón, no sólo el bolsillo.
Es de los nuestros, no de esos.
Es hijo de Dios, no hijo de otro.
Soy consciente de que esto se puede tachar de “demagogia barata”, aunque puede que sea políticamente incorrecto y un poco “tocanarices”, simplemente.
Se piense lo que se piense, la realidad es que no hay una única guerra en el mundo. Incluso, “en nuestro mundo ya no hay solo “pedazos” de guerra en un país o en otro, sino que se vive una “guerra mundial a pedazos” (Encíclica Fratelli Tutti, 269). La terrible verdad de la guerra se vive en muchas partes de nuestro planeta, pero sus consecuencias no se globalizan de la misma manera. Lo mismo pasa con las reacciones individuales, nacionales e internacionales.
Cuando se globaliza un desastre como la guerra y sus consecuencias es porque nos enteramos, nos llega, nos afecta e, incluso, nos importa. Su fuerza globalizadora depende de la distancia física o psicológica, del grado de identificación que consiga producir en nosotros y el poder de afectarnos que tenga.
Sin embargo, la verdad es que las consecuencias de la violencia y de la guerra son sufridas de la misma manera en una parte del mundo que en otra, se parezcan sus víctimas más o menos a nosotros o influya o no en nuestro vivir diario.
¿Por qué, entonces, la solidaridad, la acogida de los que huyen de la guerra y la violencia y sus consecuencias es tan diferente en unos casos que en otros? ¿No será que permitimos que la ideología empañe la pureza de la fraternidad humana, el servicio a los más frágiles? (Cfr. FT 115)
Cuando se producen estas diferencias de trato y de atención a las personas que padecen, la dignidad humana queda relativizada porque, aunque, “nunca se dirá que no son humanos, pero en la práctica, con las decisiones y el modo de tratarlos, se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos” (FT 39).
Frente a esto solo queda la ley suprema del amor fraterno: cuando toda persona es tu hermano o hermana.
[1] MENA: acrónimo que significa “menor no acompañado”
Muy oportuna la reflexión, gracias por compartirla «en voz alta» y clara.
Como bien dices, decir Mena es deshumanizar a la persona y, con esto, el desvestirlo de sus derechos humanos es «más fácil».
El dolor, el miedo, la incertidumbre, el hambre de paz es el mismo en todos los lugares del mundo y en todos los tonos de piel, pero unos no tocan más de cerca que otros. Hasta en la guerra hay castas y el pobre sigue siendo pobre.
Un magnífico artículo, que expone de forma meridiana la doble moral que reina en nuestra sociedad y que nos acerca sutil y peligrosamente al racismo ario más enfermizo.
Muy cierta la reflexión. Lo que nos importa de los necesitados es lo que nos puede afectar su propia desgracia. La injusticia del pueblo ucraniano nos da más miedo que la injusticia norte-sur, que vemos más improbable que nos afecte. Ese es el orden (política) mundial injusto que tenemos.