Seguramente, hasta hace poco tiempo, el nombre de Carlos Alcaraz no decía nada a mucha gente y algo a los muy aficionados al tenis, pero con su triunfo en el Master 1000 de Miami y en Barcelona ha entrado en la lista de los 10 mejores tenistas del mundo y está en las portadas de todos los periódicos. Es un murciano de 18 años, que viene pisando fuerte, no solo por su gran calidad en la pista, sino por sus valores deportivos que demuestra en cada encuentro.
Sabe perder, con educación y respeto, en un momento en que muchos tenistas, al perder algún punto, tienen un mal comportamiento en la pista, rompiendo raquetas, liándose a golpes o insultando al árbitro o a los jueces de línea. Ha demostrado, en varias ocasiones, su deportividad y humildad.
Es una persona agradecida. Tras su victoria en el citado Master, lo primero que hizo fue acercarse a la gradas para fundirse en una abrazo con Juan Carlos Ferrero, su entrenador, que, pese a la repentina muerte de su padre unos días antes, había sacado fuerzas para viajar hasta Miami y acompañar a su pupilo en su gran día.
Muy familiar. Forma parte de una familia muy unida, con sus padres y tres hermanos, que no duda en apoyarle en cada paso de su carrera deportiva. “Sin ella, afirma Carlos, no serían posibles los buenos momentos que paso fuera de la pista, ni el nivel que muestro dentro de ella”. En casa están orgullosos de él porque no ha perdido ninguno de sus valores: “es generoso, educado, cariñoso, soñador… y con los pies en la tierra.”
Es un joven normal y corriente, sencillo y tranquilo, que, para desconectar de la tensión de los torneos, suele refugiarse en su pueblo, el Palmar, pasar tiempo con sus amigos de siempre, dar largos paseos por la sierra, pescar, jugar al golf, o, simplemente, sentarse en el sofá para ver jugar a su equipo favorito el Real Madrid.
Tiene las cosas claras en su vida. Por los compromisos de los torneos, tuvo que abandonar la escuela a los 14 años, pero no ha abandonado sus estudios. Aunque no puede ir a clase como un alumno cualquiera, procura hacer videoconferencias con su tutora desde cualquier parte del mundo y entregar los trabajos realizados en los aeropuertos, los hoteles o donde quiera le pille su andadura tenística.
«Siempre he sido un chico normal de pueblo, declara. No me asusta la fama. Voy a seguir siendo el mismo de siempre. No porque la gente me reconozca más voy a cambiar mi forma de ser. Me siento un jugador que puede ganar, la gente me anima, pero cuando vuelvo a casa soy el chico de siempre».
En fin, hoy que tanto se ataca y despotrica contra los jóvenes y “sus valores”, Carlos Alcaraz ofrece un buen ejemplo de valores humanos que pueden animar a los educadores a seguir en esa hermosa tarea de educar, de hacer “honrados ciudadanos y buenos cristianos”
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