A mi padre, cada vez que le digo que voy de Ejercicios Espirituales y lo que significa, me dice con el convencimiento que solo dan los años: “Habla con quien tengas que hablar, pero esto de los Ejercicios debería cubrirlo la Seguridad Social para todo el mundo”. ¡Qué razón tiene mi padre! Necesitamos pensar, reflexionar, pararnos. Nos quieren anestesiados, aborregados.
Bauman, en su libro “La maldad líquida” nos dice que el afán de dominación se ha hecho invisible, pero está muy presente en nuestra vida cotidiana. Todo está diseñado para lavar nuestro cerebro y ser rellenado de nuevo. Y para ello se sirven de la más cruel de las armas de destrucción masiva: el miedo.
Esta patraña se sustenta en un pequeño rebaño muy amigo de amiguismos, los pelotas de toda la vida (y los tocapelotas que no son más que pelotas pero motivados) que utilizan hasta lo más santo para lograr el control.
Cuando alguien llega al poder ya no quiere cambiar nada. Pobrecillos, olvidan que un cargo quizás te ofrezca poder, pero la autoridad te la concede la gente. Y eso es un arte.
Somos caminantes insatisfechos. O deberíamos serlo. Líbrame Señor de los muy seguros, de esa gente que tiene respuesta para todo, que siempre anhela la última palabra, que convierte a veces incluso su vida en un pase de modelos.
Y me pasa como aquel hombre que el día de su boda a la pregunta típica:
– ¿La aceptas como esposa en la salud, en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza hasta que la muerte os separe?
Contestó:
– Sí, no, sí, no, no.
Queremos certezas, seguridades, una vida a la carta, tenemos pánico al riesgo, olvidando que sin él no es posible emprender nada que tenga realmente valor.
Como decía un buen salesiano amigo mío ya fallecido: “Señor, si Tú estás en todas partes, ¿cómo es que yo siempre estoy en otra?“
Por eso reivindico el humor, el amor, el riesgo, el vivir a la intemperie. Afirmaba un célebre escritor británico que “lo cómico es simplemente una forma divertida de ser serios”. Sin humor, todo pesa el doble.
También Dios es humor. Y así Dios se ríe de la soberbia humana. De los trepas, que haberlos, haylos, como las meigas, incluso con campañas personales para vivir en modo selfie, con sus palmeros correspondientes, de los esclavos del poder, del éxito, de la buena imagen, del dominio sobre otros, de salir bien en la foto.
A día de hoy, tengo claro – de las pocas cosas que tengo claras, que no son muchas – que la vida es demasiado corta para ahogarla en nuestros propios problemas, que hay que abrir bien los ojos para descubrir que el mundo es hermoso, que Dios y los jóvenes pueden llenar una vida. Porque nuestros propios miedos y complejos nos hacen vivir a medio gas, malgastando el tiempo muchas veces en tareas inútiles, en zancadillas, en quejas y lamentos, en puñaladas que sólo nos aportan sinsabor y amargura.
En palabras de Gracián: “hay que haber vivido mucho para saber lo corta que es la vida”.
A veces pienso que dedicamos muchas horas a enseñar conocimientos y doctrinas, a que los jóvenes obedezcan, pero no les enseñamos a PENSAR, a SOÑAR, A CUESTIONAR, a elegir inteligentemente y no por el qué dirán o por agradar a otros.
Es Dios quien crea. Y nos crea distintos afortunadamente. ¡Qué pena si todos pensáramos del mismo modo o tuviéramos las mismas cualidades!
La vida, nuestra vida, es un misterio.
No es siempre lo nuestro es lo mejor. No. No tenemos la verdad absoluta, no somos lo mejores del mundo mundial. Estamos siempre aprendiendo.
La vida es como los discos de vinilo. Todo tiene siempre dos caras. Y aunque hoy abundan las órdenes de alejamiento habría que promocionar principalmente las de acercamiento en este mundo distante y frío, pero con la etiqueta de globalizado para disimular.
No se vive de verdad hasta que no se muere un poco. Basta enamorarse para saber de lo que hablo.
Seamos LUZ, ESPERANZA, ALEGRÍA para nuestros jóvenes y familias, recuperemos el espíritu PROFÉTICO; aunque, amigos, nadie es profeta en su tierra. (Lc 4,24)
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