A finales de agosto los fans de la serie “Juego de Tronos” y de la saga “El Señor de los Anillos” estamos de enhorabuena. Dos de los servicios de video más populares, AmazonPrime y HBO, anunciaban a bombo y platillo el estreno de las precuelas de ambas historias. Los costos de producción dicen que han sido millonarios y no se ha escatimado en publicidad. Todo apunto para darse un buen atracón de palomitas viendo la tele.
Esta situación me ha hecho recordar una anécdota que me sucedió en el verano de 2017 y que bien podría suceder hoy mismo con cualquiera de estas dos series.
Fenómenos sociológicos
A finales de agosto tenía que dar un curso de animadores en Mohernando. Me pusieron una clase de sociología un lunes por la mañana, todo un reto. Cuando empecé la sesión noté que muchos tenían sueño. Les pregunté qué pasaba. “Nos hemos levantado a ver Juego de Tronos”, me dijeron. Era ese verano en que la serie tuvo que estrenar sus capítulos en agosto, uno por semana. La gente que más prisa tenía por verlos los veía de madrugada, en inglés, los que somos más torpes con la lengua de Shakespeare debíamos esperar a verlos doblados el lunes.
“Por favor, no me contéis nada que yo no lo he visto”, les dije. Continuamos hablando sobre el porqué se habían levantado a verlo, el curso era intensivo en un albergue que los salesianos tienen en Guadalajara. Les pregunté si habían pedido permiso para verlo en la sala de medios y si habían aprovechado el escaso internet que llegaba al albergue. “De ninguna manera –me dijeron– lo vimos cada uno desde el móvil en la cama”. Este es un ejemplo más de lo que la revolución digital está suponiendo en nuestro modo de compartir. Por un lado, un evento global se vive de manera individual: varios individuos que estaban cerca unos de otros en el mismo espacio físico disfrutan del evento desde sus camas. No había un momento para el encuentro ni para el disfrute grupal. Por otro lado está el tema de la inmediatez, muchos de los jóvenes con los que hablé me dijeron que vieron el capítulo a esa hora no por ser fans de la serie, sino porque tenían miedo a que se estropeara el capítulo por los diferentes spoilers (destripar el capítulo a otra persona que no lo ha visto) que les pudieran hacer. La urgencia de ver la historia es para que no se la estropeen y para apuntarse el tanto ante los demás del “logro conseguido” –como si de una gamificación social estuviéramos hablando– y, para ello, se desaprovecha la comodidad de la casa para ver la serie tranquilos; el sofá, la pantalla grande con sonido envolvente… Pensad en la cantidad de jóvenes que ven series en sus viajes de metro… No se trata de disfrutar de la historia, sino consumir la historia.
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