Carne De Dios

25 diciembre 2022

Cerca de la celebración de la Navidad, nos erizan la piel, una vez más, las imágenes que han dado la vuelta al mundo y que recogen decenas de cuerpos hacinados, malheridos, junto a la valla de Melilla. La noticia está en todos los medios: la Fiscalía ha archivado las diligencias de la investigación de la tragedia que el pasado 24 de junio se cobraba la vida de, al menos, 23 personas. Entre 700 y 800 personas intentaron penetrar en Europa a través de la frontera española y encontraron dolor y muerte. Podemos perdernos cínicamente en la discusión de si los muertos fueron del lado marroquí o en territorio español; la opinión pública puede condenar o indultar al ministro del interior por su actuación según el interés político; habrá quien opine que la culpa la tienen los inmigrantes por su actitud violenta. Pero yo voy más allá. Una vez más, la valla de Melilla como icono de la infamia y la indecencia de un mundo rico que deja al aire sus vergüenzas cuando pisotea los derechos fundamentales de las personas. Vallas ignominiosas que bloquean los sueños, cuchillas que laceran la piel, vidas destrozadas en una guerra enloquecida o cuerpos desnudos despojados de dignidad ¿No son acaso la misma tragedia?

Hoy celebramos la fiesta cristiana de la Encarnación. La liturgia que celebraremos estos días nos recordará el realismo de un Dios que se hace uno de nosotros para abrir sendas de liberación en nuestro mundo. Los seguidores del Maestro no podemos perdernos en sensibilidades y nostalgias de un tiempo acaramelado a fuerza de una rutinaria fiesta social. Por el contrario, queremos mirar con ojos nuevos la realidad para descubrir la “carne de Cristo” en la piel lacerada de nuestros hermanos y hermanas que son machacados por la injusticia, la soledad o el abandono.

Vivir y creer la Encarnación, celebrar la Navidad, es hacer nuestro corazón más solidario; es no mirar para otro lado; es asumir la carne de Dios-con-nosotros en la debilidad de las vidas maltrechas de las personas que encontramos por el camino; es creer, contra todo, que el futuro es de Dios-nuestra-justicia y que podemos adelantarlo en el hoy de nuestra historia.

Celebraremos estos días con la impotencia que experimentamos ante un mundo que vomita la carne de Dios que son los pequeños y empobrecidos. Los cristianos seguiremos elevando nuestra plegaria para que “los cielos lluevan al justo”, para que la tierra se abra y surja un mundo nuevo, diferente, que hemos de hacer posible con el esfuerzo de los hombre y mujeres de buena voluntad. Cantaremos “Gloria a Dios en las alturas” y nuestra mente y nuestro corazón aquí abajo estarán pendientes del suelo, de la guerra, de las fronteras, de las vallas y cuchillas que impiden que, de veras, “la gloria de Dios sea que el hombre viva” (San Ireneo). Feliz Navidad.

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