Miramos al mundo y somos capaces de advertir sus miserias, pero cuando se trata de una introspección siempre encontramos una excusa o disculpa con la que exonerarnos de las nuestras. ¿Qué sentido tiene pregonar durante estas semanas la necesidad de perdón si no perdonamos al otro? ¿Cómo es posible que hablemos de la limosna como uno de los pilares de la práctica cuaresmal, si no somos caritativos con quién está a nuestro lado y, en lugar de condenar su error, no le tendemos la mano para ayudar a que se levante y que siga adelante? ¿Cómo podemos hablar de la Cuaresma como una oportunidad si se la negamos al que se equivoca?
Es necesario, por tanto, que hagamos silencio en nosotros y, desde la humildad, miremos en nuestro interior para encontrar todas esas cosas que disculpamos en nosotros, pero reclamamos a nuestro hermano. Ojalá lleguemos a ser santos e irreprochables, aunque nos queden muchas Cuaresmas por delante para llegar a eso. En la de este año demos un nuevo y pequeño, pero importantísimo paso, siendo capaces de ver en quien está a nuestro lado a alguien a quien amar, acoger y dar siempre una nueva oportunidad.
Ya lo decía el propio Don Bosco: “Para trabajar con éxito, téngase caridad en el corazón y paciencia en la ejecución”; la misma paciencia que tiene el Señor, que lejos de cansarse de nosotros siempre está abierto al abrazo en el sacramento de la Penitencia, fundamental en estas semanas que estamos empezando a vivir ante una nueva Cuaresma. Por mucho que volvamos a caer, Él siempre vuelve a hacer borrón y cuenta nueva. Quizá por eso mismo, y vuelvo a citar a Don Bosco, él decía aquello de “no hay jóvenes malos, hay jóvenes que no saben que pueden llegar a ser buenos, y alguien tiene que decírselo”. Es esa nuestra vocación salesiana, la de que los jóvenes se den cuenta que son amados, y para ello no se puede recurrir a la condena, sino al perdón. Abandonar a su suerte al que falla es una falta grave, mayor aún que el error del que se ha equivocado; porque nosotros sí somos conscientes de a lo que nos llama el Señor.
Aprovechemos esta Cuaresma para no ser tan indulgentes con nosotros mismos y serlo con todos aquellos que nos rodean. La conversión tiene mucho de eso. Se trata de amar.
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