Cuando ya estuvo cerca, descubrió que recogía estrellas de mar que devolvía al océano para evitar que muriesen.
¿Para qué hace esto? preguntó el observador ¿No sabe lo enorme que es la tierra y que mueren miles de estrellas a diario? ¿No se da cuenta que no tiene sentido?
El otro hombre simplemente se agachó nuevamente, tomó otra estrella y la lanzó al mar mientras decía: para esta estrella sí tuvo sentido.
No por conocidos, el cuento y su moraleja dejan de estar de rabiosa actualidad.
Los grandes ideales seguirán siendo eso, simplemente ideales, si no comenzamos por ser gota minúscula pero necesaria para llenar océanos.
Cree en tus sueños – de acuerdo – pero acompañados de acciones que te mantengan despierto.
Hay multitud de gestos egoístas que delatan nuestra poca empatía: en carretera asistimos a decenas de conductores que no usan los intermitentes, aceleran cuando quieres adelantar o aparcan dejando poco sitio para otros ocupando dos plazas.
En el restaurante, si estás esperando turno ya se encargarán de alargar la sobremesa simplemente por el hecho de hacerte esperar.
Un clásico es el tipo del ascensor que aprieta compulsivamente el botón de cerrar puertas para que no llegues a tiempo.
O los eternos impuntuales que piensan que su tiempo es más valioso que el tuyo.
Y si hablamos en clave salesiana, cuando alteramos horarios de fin de semana o cerramos patios para sencillamente tener más tiempo libre y además disfrazamos nuestra comodidad con alguna piadosa reflexión que la burocracia nos sirve actualmente en bandeja de plata.
Es bastante improbable que podamos ser fieles en las grandes empresas, cuando en los pequeños detalles dejamos mucho que desear.
Creo que las personas tenemos una especie de brújula interior, un sexto sentido que nos revela cuándo alguien es sincero y cuándo no.
Se trata de mirar y retener en nuestro corazón y no tanto de ver, que suele ser un rápido vistazo superficial sin mucha atención a nada y a todo a la vez.
La distracción es adictivamente seductora y nos envuelve como peonzas girando vertiginosamente sin propósito alguno. El antídoto es vivir centrados en lo menudo, recuperando la alegría y la energía escondidas en los pequeños detalles.
También la presencia inesperada de Dios se hace especialmente nítida en lo diminuto de la vida, en la ternura de las cosas que te suceden.
Nada y, por supuesto, nadie es tan insignificante que no merezca nuestra atención.
¡Cuántas veces en lo que parecía irrelevante hemos encontrado la verdad!
Fijémonos en las elecciones que hace Dios: niños de pecho que se enfrentan a gigantes, pecadores públicos, samaritanos, recaudadores de impuestos, tartamudos, mujeres de dudosa reputación y, al mismo tiempo, despide al joven rico, se ríe de los doctores de la ley, desafía al poder de Roma y no soporta a los religiosos de la época.
Cuando la vida nos pilla desprevenidos, es decir, sin máscaras, sin público, sin likes, aflora de nuestro interior lo que realmente somos.
Y aquí seguimos, ahogados en filtros, maquillajes, fuegos artificiales y Photoshop.
Honestamente pienso que al final, quienes nos salvan son los detalles, la carrera de fondo, la maratón de toda una vida, el guion completo de la película y no solo la batalla final ni el cameo obligado de Netflix.
Al final, Walt Disney tenía razón: “No hay magia en la magia, todo está en los detalles.”
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