«A la luz de una farola»

22 febrero 2021

“Lo que hicisteis a uno de estos pequeños, a mí me lo hicisteis”. (Mt 25, 40) 

 

El otro día me llamó la atención la noticia citada en algún medio digital, en la que se comentaban las reacciones en redes sociales a un joven trabajador de Glovo, que pasaba el tiempo muerto entre pedidos, estudiando a la luz de una farola. Mucha gente alababa a este joven, y contraponía su actitud positiva con la de aquellos que destrozan escaparates, bajo el pretexto de reivindicar la libertad de expresión. 

Yo también me uno al aplauso, pero no me puedo quedar ahí. Porque me pregunto qué hace un estudiante con coraje y decisión, malviviendo de las migajas que esa plataforma puede ofrecerle, pues sabemos cuáles son las tremendas condiciones laborales que han de aceptar quienes se someten a tales grados de precariedad. 

No me quedaría tranquilo si no me revolviera con todas mis fuerzas contra estas condiciones propiciadas por leyes laborales que no han beneficiado nada más que la cuenta de resultados de empresas carroñeras, que han subido y ganado en bolsa a costa de las condiciones de semiesclavitud a las que someten a sus trabajadores. (Si al llegar a este punto piensas que exagero, es porque tu situación laboral está por encima de este promedio, en el que España destaca sobre la media de países de la Unión Europea). Sabido es que la pobreza afecta cada vez a más hogares, y esto sucedía mucho antes de la pandemia, y que la precariedad avanza a ritmo terrorífico. 

Añadamos a esto los precios de alquiler, sometidos a la ley de la oferta y la demanda, a despecho de lo que dice el artículo 47 de la Constitución, en la que se anuncia que “los poderes públicos… establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general … para impedir la especulación”. Porque hay cosas como la salud, la vivienda, el derecho al trabajo, que no pueden estar sometidos a los intereses de especuladores bursátiles. Y no se trata nada más que de aplicar la Constitución, que es ni más ni menos un documento que debería inspirar las leyes elaboradas en nuestro país. 

La Sanidad todavía no ha caído en las garras de especuladores, a pesar de los esfuerzos de algunos grupos políticos por desmantelarla para beneficiar a grupos multinacionales. 

El trabajo se convierte en objeto de especulación como en los buenos tiempos del capitalismo decimonónico. Con el agravante que en este siglo la tecnología se ha aliado con los poderes económicos, para mejor gestionar el trabajo, y crear ficciones  jurídicas, en las que los nuevos esclavos aparecen como “emprendedores”. A partir de ahí, se edulcora el relato, y se aplaude al bravo estudiante que estudia quemándose las pestañas, a la luz de una farola, en vez de estudiar donde debería estudiar: en una  habitación cómoda, en buenas condiciones de iluminación, en vez de vender su tiempo y energías a los nuevos vampiros del siglo XX, que han encontrado forma “cuqui” de disfrazar la esclavitud. 

No faltará un político que afirme: “Más vale tener contrato basura, que no tener nada”, repitiendo la expresión de los antiguos explotadores, que reclamaban la “libertad” de negocios: la libertad de oprimir, explotar, pisotear la dignidad de los que menos poder tienen.

Y habrá bienintencionados que aplaudan, e incluso víctimas que se identifiquen con ellos, pues el discurso envuelto en banderas patrióticas resulta digerible, y los explotados se resignan a su suerte, anestesiados con himnos y glorias patrias. 

Me parece muy grave que ocurran estas situaciones. Y creo que los cristianos tenemos que rebelarnos ante este estado de cosas. No podemos  normalizar este retorno al pasado, donde la injusta desigualdad se acentúa, y la precariedad se institucionaliza progresivamente. 

Al leer la noticia se ha encendido mi indignación. Y me he puesto a escribir, con la esperanza de contagiarla, recordando las palabras de Jesús, pues de la forma cómo tratamos a los más vulnerables, dependerá el juicio definitivo sobre nuestras vidas. Durante mi estancia en Malí, era frecuente ver a jóvenes estudiando bajo las farolas. Lo que nunca imaginé es que esta imagen la vería en mi país.



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