Desde hace algunos años tengo la sensación de que diciembre está lleno de ruido. Como el encendido de luces de cualquiera de nuestras ciudades en estas fechas, en un santiamén aparecen como por arte de magia un sinfín de nuevas tareas, citas, actividades, tanto en nuestra vida personal como profesional. Muchas de ellas, situaciones bulliciosas, que además de aturdirnos, nos alejan del mundo real y nos crean una efímera y engañosa sensación de euforia y felicidad.
Y de pronto entras en tu periódico de cabecera y lees: “Tres personas sobreviven once días en la pala del timón de un barco en un viaje desde Nigeria”. Una terrible bofetada de realidad.
Está de más comentar lo peligroso y arriesgado de la situación, el frío, el hambre, el miedo o la desesperación que tuvieron que soportar durante esos interminables once días. No puedo entender cómo, mientras unos son capaces de jugarse el todo por el todo de una forma tan descarnada, otros, a no tantos kilómetros, vivimos cegados en un mundo paralelo rebosante de brillos y purpurina.
En ese desconcierto me concedí un momento alejándome del ruido, respiré hondo y justo encontré unas palabras que hablaban del jaleo y ruido de estas fechas:
«La Navidad suele ser una fiesta ruidosa: nos vendría bien un poco de silencio, para oír la voz del Amor.
El pino de Navidad eres tú, cuando resistes vigoroso a los vientos y dificultades de la vida.
Los adornos de Navidad eres tú, cuando tus virtudes son colores que adornan tu vida.
La campana de Navidad eres tú, cuando llamas, congregas y buscas unir.
Eres también luz de Navidad, cuando iluminas con tu vida el camino de los demás con la bondad, la paciencia, alegría y la generosidad.
Los ángeles de Navidad eres tú, cuando cantas al mundo un mensaje de paz, de justicia y de amor.
La estrella de Navidad eres tú, cuando conduces a alguien al encuentro con el Señor.
Eres también los reyes Magos, cuando das lo mejor que tienes sin importar a quien.
La música de Navidad eres tú cuando conquistas la armonía dentro de ti.
El regalo de Navidad eres tú, cuando eres de verdad amigo y hermano de todo ser humano.
La tarjeta de Navidad eres tú, cuando la bondad está escrita en tus manos.
La felicitación de Navidad eres tú, cuando perdonas y reestableces la paz, aun cuando sufras.
La cena de Navidad eres tú, cuando sacias de pan y de esperanza al pobre que está a tu lado.
Tú eres, sí, la noche de Navidad, cuando humilde y consciente, recibes en el silencio de la noche al Salvador del mundo sin ruidos ni grandes celebraciones; tú eres sonrisa de confianza y de ternura, en la paz interior de una Navidad perenne que establece el Reino dentro de ti”.
Estas palabras tan bonitas, con mensajes tan sencillos como profundos, me hicieron sentir que no todo está perdido, que al despojamos de lo superfluo todo es más natural y mucho más valioso, como el nacimiento de Jesús representando la bondad en la más absoluta pobreza, el amor a la vida, una oportunidad para ser y estar con tanta gente que nos necesita y a los que tanto podemos dar.
Date un momento, aléjate del ruido, respira hondo y solo piensa en la esencia de todo lo que mueve tu vida, seguramente sea lo único que necesites: amor y paz.
En cada uno de nosotros está la responsabilidad de rescatar y difundir el verdadero sentir de la Navidad.
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