La brecha digital, esa dicotomía entre quienes dominan el mundo digital y quienes se sienten apartados, es un tema habitual en nuestras conversaciones. Solemos asociarla a la diferencia generacional, imaginando a los jóvenes como peces en el agua virtual mientras vemos a los mayores como náufragos a los que les cuesta Dios y ayuda el entender cómo funciona el cacharrito que tienen en las manos.
Es cierto que la adaptación al cambio digital varía según la edad. Los adultos, con sus miedos e incertidumbres, han incorporado las herramientas digitales a su vida cotidiana, aunque no siempre con la fluidez de los jóvenes. Sin embargo, negar la capacidad de los mayores para desenvolverse en el ámbito digital es negar su capacidad de aprendizaje y adaptación.
Otra manera de entender la brecha digital se manifiesta en el acceso desigual a las TIC. Las diferencias económicas, sociales, geográficas y de género provocan una exclusión que impacta negativamente en la sociedad, profundizando las desigualdades y limitando el acceso a la información, la participación social y el desarrollo económico.
Inclusión e igualdad
En un mundo donde internet se ha convertido en un derecho esencial y una herramienta de primera necesidad, la brecha digital se torna aún más preocupante. He asistido a conversaciones de personas que colaboran en Cáritas parroquiales o bancos de alimentos y se quejan de que las personas que acuden a estos servicios tengan un teléfono móvil. Criticar esta realidad es negar la inclusión y su acceso a la igualdad de oportunidades.
Además de estos dos planteamientos que os acabo de exponer hay otra realidad que está comenzando a estudiarse y de la que cuanto antes seamos conscientes antes pondremos remedios. Se trata de la “brecha analógica” o la “brecha real”. Esta nueva realidad nos enfrenta a la paradoja inversa: la dificultad de los jóvenes para desenvolverse en el mundo real. Un niño que no sabe estar una tarde en familia o que no disfruta de un paseo por el campo sin su móvil nos alerta sobre la necesidad de un equilibrio entre lo digital y lo analógico.
Es nuestra responsabilidad acompañar a las nuevas generaciones en el descubrimiento del mundo real. Ayudarles a disfrutar de la naturaleza, de la interacción humana, de la conversación sin pantallas. Fomentar la observación, la imaginación y la creatividad más allá del universo digital. Seamos conscientes de esta nueva brecha y ayudemos a los más pequeños a ver el mundo con los ojos humanos y no solo a través de una pantalla.
La brecha digital y la brecha analógica son dos caras de la misma moneda. Ambas nos exigen un cambio de mirada, una actitud consciente. La culpa no es de las pantallas, la responsabilidad es nuestra si queremos construir una sociedad donde la tecnología sea una herramienta para la inclusión y el desarrollo, no un factor de exclusión y desigualdad. Donde lo real se une a lo digital para hacernos más humanos.
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