A finales de octubre, los medios de comunicación nos sorprendían con una noticia alentadora, de esas que no abundan, sobre educación, adolescentes y valores; me estoy refiriendo a los buenos resultados de los alumnos y alumnas españoles en las pruebas PISA que miden sus conocimientos, no solo en matemáticas, ciencia y lectura, sino en las llamadas “competencias globales”, o sea: las habilidades que estos chicos y chicas de 15 años tienen para afrontar los retos del presente siglo.
El informe PISA o Programa Internacional para la evaluación de estudiantes, no es un examen para estudiantes, aunque tenga parte de esto, sino una evaluación de los sistemas educativos de los diversos países del mundo y se lleva a cabo desde la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Pues bien, resulta que, en esta ocasión, como refiere El País en su sección de Educación: “España ha obtenido una puntuación de 512 puntos frente a los 499 de media del conjunto de países que han participado en la prueba. Esto quiere decir que el 68 por ciento de los más de 35.000 estudiantes de 1.000 institutos que tomaron parte en el informe alcanzan el nivel básico en “competencia global”, que la OCDE define como la capacidad “multidimensional” de los adolescentes para examinar sucesos locales y globales de relevancia; entender los puntos de vista de terceros; tener la mente abierta para interactuar con otras culturas y ser proactivos a la hora de tomar parte en acciones que mejoren el bienestar colectivo y el desarrollo sostenible”.
La enseñanza de contenidos sobre la igualdad de género y las buenas actitudes demostradas por los estudiantes de cuarto de ESO frente al problema de inmigración, así como las habilidades demostradas para afrontar cuestiones globales como la pobreza, la guerra o el medio ambiente, permiten pensar que esta siembra tiene que alumbrar el crecimiento de brotes verdes.
Un hecho reciente que vendría a dar razón a la pertinencia de estas afirmaciones es la iniciativa de un adolescente de la capital riojana por la que movilizó vía Instagram a un buen grupo de sus compañeros para barrer y limpiar Logroño a primera hora de la mañana del domingo, tras una noche de revueltas y destrozos en el mobiliario urbano por parte de radicales contra las medidas de restricción de movilidad por causa de la pandemia. Una ejemplar acción altruista cuando muchos de nosotros supondríamos que estos chicos y chicas estarían durmiendo a pierna suelta tras “las acostumbradas juergas” del sábado noche.
Y un ejemplo más, también muy relevante: el joven Willy Suárez está arrasando en las redes sociales con su vídeo “+1”, que suma ya más de dos millones de visionados. Se trata de un logrado plano secuencia en el que el joven participante en una fiesta de amigos de fin de semana en un piso, sin ningún tipo de precaución contra el virus, recibe la llamada desesperada de su madre quien le cuenta que acaban de internar a su abuela en situación desesperada.
Willy es un joven canario que ya destacaba como creador multimedia en su colegio y en el centro juvenil de Salesianos Las Palmas. Nunca un minuto ha servido para formar tantas conciencias, comentaba un presentador en el telediario de La 1 durante una entrevista en directo en la que el autor acababa de comentar el sorprendente éxito de su vídeo asegurando: “Un minuto lo tiene todo el mundo”.
Si bien los ejemplos de estos jóvenes de Logroño y Las Palmas han alcanzado una gran notoriedad en todo el país; hay muchos más de ellos que de modo silencioso dedican su tiempo libre a participar en centros juveniles, grupos scouts, deporte escolar o federado y voluntariados de diversa índole, y muchos más aún son responsables en sus conductas personales y grupales con ellos mismos, con sus semejantes y con el entorno físico. El informe PISA de este año nos invita a reconocerlos presentes en nuestra sociedad y a confiar en la eficacia de la educación en valores como siembra de semillas que ya están produciendo brotes verdes y no quedarán en flor de un día.
Josep Lluís Burguera
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