Buda en el centro comercial

22 marzo 2022

La primera señal de alarma me la dio una imagen de Buda a los pies del contenedor de basura en una barriada popular de Telde: ¿Qué hacía esa venerable imagen esperando el camión de la basura y más desubicada que un pulpo en un garaje?

Pasaron los meses y en un recorrido por dos centros comerciales de las afueras de Las Palmas buscando mobiliario para la sala de estar de mi comunidad, comprobé atónito que en las estanterías de decoración había una profusión de imágenes de Buda, sedente, en busto, sobre tabla, lienzo o en figuritas para colocar en cualquier estantería de casa.

De la sorpresa pasé a una irritación contenida; me preguntaba cómo era posible que en un país “católico” o al menos de innegable cultura cristiana, fuera literalmente imposible encontrar una imagen cristiana para el hogar y sí, un Buda sedente en todas sus variantes. Y conste aquí mi máximo respeto por la figura de Siddhārtha Gautama, sus enseñanzas, la religión budista y sus seguidores.

Le he dado muchas vueltas a esta aparente contradicción buscando qué motivos se esconden tras la desnuda ley económica de la oferta y la demanda a la que sin duda responden las grandes superficies comerciales (y sí, ya sé que en “los chinos” puedes encontrar desde un Sagrado Corazón a una Virgen del Carmen, pero ya sabemos que ellos “juegan otra liga”, como se dice en el argot futbolero).

¿Por qué es prácticamente imposible encontrar una imagen cristiana en un centro comercial? Y mira que las hay bonitas: cristos románicos, por no hablar de madonnas del Renacimiento o bellos iconos policromados: todo eso hoy día es género casi exclusivo de librerías religiosas.

¿Por qué la gente ya no pide ni reclama esas imágenes religiosas cristianas para sus hogares?

La respuesta no puede ser simple porque el problema es de calado. Creo que caben diversas aproximaciones para que quede abierta el diálogo sobre las razones de la cuestión.

Me ha contado Dani Pajuelo, sacerdote marianista y afamado youtuber, que quizás la razón estribe en que el cristianismo no haya enseñado el camino interior de la espiritualidad ni la oración (los rezos sí, pero no es lo mismo), sino que ha insistido más en la ley, los mandamientos, su cumplimiento y el dogma. Buda, en cambio, está aceptado hoy en occidente, como un símbolo de espiritualidad, quizás de una interioridad a la carta, sin otras referencias que los propios sentimientos y sin consecuencias prácticas en la vida pública de las personas.

Pero podemos seguir añadiéndole ingredientes a esta ensalada: Rafael Narbona, crítico literario en revistas tan prestigiosas como “El Cultural” opina que en nuestra sociedad se respeta el budismo, pero no el cristianismo, pese a que somos una cultura cristiana. “Creo que hizo mucho daño la connivencia con el franquismo y, después, los escándalos de pederastia -afirma-. Ambos factores han contribuido a que la cultura cristiana esté cada vez más marginada. También algunos de sus postulados morales, como las críticas contra la homosexualidad”. Y sentencia: “Si Francisco no consigue imprimir un cambio de rumbo, los católicos nos instalaremos en la marginalidad”.

“Los cristianos, al menos en esta parte del mundo, estamos atravesando un desierto de exterioridad y vacío espiritual”, sostiene el teólogo José Antonio Pagola. Y formula estas dos preguntas tan pertinentes hoy: “¿Podremos sacudirnos el peso de tantos siglos de adherencias poco cristianas y reavivar en nuestras comunidades una experiencia viva de Dios siguiendo a Jesús como único Maestro interior? ¿Qué forma adquirirá entre nosotros esta espiritualidad del futuro en tiempos de ocultamiento social de Dios?”

Encontrarnos a Buda en el centro comercial nos recuerda con la dureza de ciertas verdades, que hace tiempo que padecemos un déficit de fe confesante. Lo cual significa que, sabiendo que la fe necesita también de imágenes tangibles para expresarse, estas deben responder a una renovada espiritualidad, capaz de descubrir la contemplación, el silencio y la confrontación con la Palabra de Dios, y plasmar todo ello con modelos de representación significativos para los hombres y mujeres del siglo XXI.

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