Oír el sonido de otra voz humana. Oír, aunque no entiendas las palabras. Escuchar y dejarse arrullar, arropado por esas vibraciones. Oír… y ver que otra persona se dirige a ti y te habla.
Esa expresión de feliz sorpresa del bebé, esa emoción, lo dice todo.
Y eso me lleva a pensar en las palabras. Frases que pueden hundir o encumbrar, iluminar, esponjar o devastar.
Y, sobre todo, en lo que no son palabras: el tono, la cadencia – los expertos dicen que el 97% del mensaje que transmitimos cuando hablamos -, la expresión…
Qué maravilla y qué arma tan poderosa .
Cuando somos niños interiorizamos todas esas palabras, todos esos sonidos, todas esas cadencias y con ellas construimos nuestro lenguaje interior y nuestra identidad. A través de ellas nos sentimos valiosos, dignos de ser queridos, brillantes… Está en nuestra mano como educadores.
Y me vienen a la mente también todos los seres humanos que viven en el silencio. Por obligación, por falta de compañía, ¿por nuestra desidia? Sin sentir la alegría de ser hablado y escuchado.
Y , llegados a este punto, no me sale más que preguntarme ¿Qué sonido has sido hoy? ¿para quién?
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