CON LO PUESTO: SEFARAD VS. UCRANIA

De andar y pensar   |   Paco de Coro

6 abril 2022

Carta al presidente de la “Fundación Sefarad”

Don Mauricio Hatchwell Toledano

Jerusalén

Amigo Don Mauricio; “Shalom”:

Espero que al recibo de ésta se encuentre usted bien, yo bien gracias a Dios.

Han pasado treinta años que nos conocimos. Trein-ta.

Treinta años de silencio.

Treinta años de frontera, sombra y ceniza de palabras.

Pero también de soporte.

Silentium tibi laus / El silencio es tu alabanza”, cantan los monjes en la inteligencia de sus claustros. Porque “el más discreto hablar no es tanto como el silencio”, escribió Lope de Vega en La dama boba. Bien. O sea.

Terminaba mi carta de hace un mes hablándote de la cultura de la cancelación, ya sabes. Borrar la memoria histórica de una persona, de un grupo, de un partido, de una cultura. En vano. Todo lo acaecido regresa furiosamente, con aire abusivo de revancha, o con aire clemente de vida desbordante cancelada.

A quien no ha creído nunca en la cancelación total la realidad acaba dándole la razón. Más todavía, elogiándole la mesura y la espera. Al sereno cierra bares, que uno es (no te olvides que me destetaron con cerveza de los bares de Lavapiés) se le pone entonces cara de Ian Malcolm cuando la vida se abre camino y los tiranosaurios salen de sus verjas en porretas. Tiranosaurios aparte, ese odio es ficción (Sara, la hija del mejor vascular de Madrid, dice que “el odio es pa flojitos”), hoy lo llaman postureo: nada más suave y dulce e inteligente que ver pasar por delante de tu porche el cadáver de profetas políticos, religiosos, sociales, adanistas o parteros marxistas de la historia que no se cansan de equivocarse.

A lo largo de mi vida pensé muchas veces en vuestra cancelación en Sefarad a partir de 1492. Una forma de muerte más, estudiada, programada, consentida entre tunantes y trapaceros. Amigo Mauricio, no existe una muerte correcta, si acaso alguna mejor que otras. Pero la exuberante amenaza está ahí y lo complicado es razonarla. Esto viene a cuento de que vuelvo a releer con entusiasmo mi libro “Los Judíos” que publicamos en la Fundación Sancho el Sabio en 1992. Un libro vivo por dentro y hasta por fuera, de la mano de Chagall, por el sentí siempre admiración desbordante.

No me quito de la cabeza algunas certezas o algunas preguntas; y entre hipos y risas canalizo mi rencor por eso que antes o después me había de llegar a mí: la muerte social en Vitoria desde “Sancho el Sabio”, en vano. Los muertos, amigo Mauricio, nunca mueren del todo. “Los muertos que vos matáis –dice Zorrilla–, gozan de buena salud”, muy buena y cuento y canto ochenta años, señor Presidente de la Kutxa Vital. Ahí está el perverso refinamiento del asunto.

Amigo Mauricio, acurrucados ya los dos en la desmemoria, “al otro lado del océano de los años” (Hierro), sangramos vida por las venas ancianas o muertas. Sabemos como Lope, que lo que transcurre de nuestra vida es “parte de la muerte”. Los dos creemos en el más allá y la eternidad es vida nunca sueño.

Del estallido bélico en Ucrania ya te hablé en la carta anterior. Extraídos de su tierra primigenia, miles y miles de ucranianos –niños, mujeres y ancianos– caminan hacia Polonia, Rumania, Italia, España, Lituania, Estonia, abiertos al amor profundo de las almas que marchan juntas “hacia el mismo nido caliente”.

Salen con lo puesto, para recoger con ternura un puñado de nieve o en Malta, o en Grecia, o en Portugal, o en Francia. En su celo secreto brama un exceso, un despilfarro que no da tregua: la ausencia de los hombres, de los jóvenes, roncos por las llamaradas de los bombardeos y de las cenizas en las calles de Ucrania.

Los hombres de Ucrania resisten en Ucrania. No pueden sustraerse a la tortura de la invasión injusta. Piensan hirviendo de fiebre que la suerte de sus hijos, de sus esposas: ya perdidos. Es 2022.

Sefarad salía con lo puesto en 1492 camino del destierro.

El abrazo de sus hombres contra sus cuerpos transmitía más fuerza de la necesaria para sostenerse, para caminar, para avanzar, para llegar a la “Tierra Prometida”.

Sefarad era severa, en sus modales, como reproche de quien arrastraba sin hablar. El hierro se había vuelto cristal. Sefarad salía con lo puesto y la llave de su casa para la vuelta. La vida española se evaporaba, camino del Norte de África, distraída, olorosa, quebrada, violada, desplazada; ya se volvería dentro y muy dentro otra vez a cucharaditas, más suya que antes, merecida, gastada, experimentada, recuperada. Serían cinco siglos de cucharaditas.

Doscientos mil sefardíes salían con lo puesto.

Eran el último eslabón de una red de hierro.

Tendrían que consumar el tiempo –cinco siglos, se dice pronto– como un rancho, siempre junto a otros pueblos, magra ración para conservarse enteros. Pensamientos, deseos, afectos, como de muchachos de excursión que, de repente, tienen que volverse serios. Sin Memoria, sin libros que la velen, aparecería Sefarad desnuda; peor, diluida, mezclada, desaparecida en otras culturas, otros pueblos, otras religiones, como pálpito postizo de una sentencia ejecutada en seco, allí dentro, en el recinto de un tiempo que no existió.

La cancelación de Sefarad.

Hombres, edad feroz; mujeres, edad fértil; niños, edad alejada; incapaces todos de creer en los nuevos países que tenían a su alrededor, inmensos para habilitarlos, inmensos para encontrarse. Sobre algunos de ellos habrían de cerrarse como celda con el tiempo y como ghetto, alisado por los siglos, hierro acristalado y virolento de hollín salado por la grasa de las penas.

La cancelación.

La alarmante cancelación de seis millones de judíos el pasado siglo. Qué vida desbordante acumula la muerte.

Concluía yo mi libro “Los Judíos” (Vitoria 1992) en la contraportada así: “Ni los grandes números tienen sentimientos, ni las estadísticas hacen llorar a nadie… Por el contrario, el impaciente esfuerzo por comprender nuestro pasado –todo–, aunque no nos haga más felices, podrá hacernos más prudentes”.

Y cómo convenía detectar cuánto antes a los fanáticos y a los moralistas de la muerte ajena, pues, oye, con lo que nuestro teníamos cuerda suficiente, reunimos en exposición, única e irrepetible, el pasado cultural de Sefarad –todo– de la sección de manuscritos y raros de la Biblioteca Nacional, de la Real Biblioteca de El Escorial, del “Museo del Oriente Bíblico del Monasterio de Montserrat” y de los archivos de Vitoria-Gasteiz.

La exposición fue todo un éxito. La visitaron unos 15.000 vitorianos y alaveses. Más de un clérigo nacionalista intentó pintarme la cara. Algún fraile casposo, vago y deshilado, quiso traerme palabras brutas del franquismo, pero el silbido de un chico callejero de posguerra avisa antes de morder. Sólo los grajos suelen planear una y otra vez sobre los peñascos de la carnaza. O sea.

Me apareció no hace mucho entre mis papeles mil la foto que encabeza el articulillo de hoy –nuestra segunda carta–. Me la envió presidencia de la Kutxa Vital en su momento. Está llena de recuerdos y de significados.

Viniste a Vitoria sobrado y lo diste a entender.

El punto donde nos encontramos era estrecho, pero suficiente, el escenario de la Sala San Prudencio. Nos presentamos, nos saludamos y nos sentamos para tu conferencia: “El sefardismo y la Península Ibérica”. Presidía el acto el alcalde de Vitoria, señor Cuerda. La autoridad cuando llega refresca y refuerza.

Sefarad lleva pasado que no se ve.

Don Mauricio Hatchwell Toledano también.

Las mejores cosas de la vida, como del amor, suceden por casualidad, se comprenden luego, ¿sabes? Creía que tu visita era principio para “Sancho el Sabio” de una más vasta vida juntos con “Fundación Sefarad”, era término en cambio. Creía en el después y fue el antes. Me latían en la cabeza a insistentes tañidos de campana las sílabas de nuestro poeta español:

“Por ir al Norte, fue al Sur. / Creyó que el trigo era agua. / Se equivocaba. / Creyó que el mar era el cielo; / que la noche, la mañana. / Se equivocaba. / Que las estrellas, rocío; / que el calor, la nevada. / Se equivocaba”. Una cantante italiana creo que puso música a esos versos. La música, como la sal, conserva mejor. Me equivoqué y entre tanto me fui curando de la vida, del amor, de sus muchos ataques de felicidad.

Me he ido acostumbrando a las ciudades vividas, cañerías que perdían amor y vida por todas sus fuentes. Las atravesé con los ojos que tengo de nuevo de viejo: El Retiro está lleno de niños y de madres que no me conciernen.

Salen los hijos de Ucrania con lo puesto, Mauricio.

Salía Sefarad con lo puesto. Doscientos mil sefardíes salían con lo puesto.

Todo, todo, lo acaecido regresa furiosamente, con aire abusivo de revancha, o con aire clemente de vida desbordante cancelada.

Shalom, amigo Paco.

1 Comentario

  1. PepeG

    Que intensos momentos debiste vivir en Vitoria!
    Para compartirlos alrededor de unos buenos perrechicos con vino de La Rioja Alavesa

    Responder

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