
Mayca Crespo
Ser madre es un viaje maravilloso, pero también uno lleno de retos. Desde el momento en que abrimos los ojos por la mañana hasta que nos rendimos al sueño por la noche, la rutina parece no tener fin: despertar a los niños, preparar desayunos, organizar mochilas, gestionar la casa, el trabajo, los compromisos, las responsabilidades y, por supuesto, intentar encontrar un momento para nosotras mismas. A veces, conseguir un equilibrio resulta una tarea titánica…
Vivimos en un mundo acelerado, donde la productividad se mide en tareas completadas y la presión por ser madres perfectas nos persigue constantemente. La culpa hace acto de presencia cada vez que sentimos que no llegamos a todo, cuando queremos dedicar más tiempo a nuestros hijos, pero también a nosotras mismas. Y es en medio de ese torbellino de emociones donde debemos recordar que ni somos máquinas ni somos perfectas. Somos mujeres, madres, amigas, hijas, pero ninguno de estos valiosos roles puede sostenerse si nos olvidamos de nosotras mismas.
En mi vida, la presencia de Don Bosco y María Auxiliadora es una fuente inagotable de fortaleza y esperanza. En los momentos más difíciles, mi fe se convierte en mi mayor aliada. Don Bosco, con su alegría y perseverancia, es un ejemplo de vida que me inspira día a día y qué decir de María Auxiliadora si Ella lo hizo todo… Además, el hecho de que mis hijos estudien en un colegio salesiano me llena de tranquilidad, pues sé que ellos también tendrán esa riqueza interior que les ayudará a crecer con valores sólidos y una fe que los guíe en su camino.
La clave está en pausar, respirar y darnos el permiso de disfrutar. La rutina es exigente, pero dentro de ella podemos encontrar pequeños momentos de felicidad: un desayuno sin prisas el fin de semana, una conversación sin interrupciones con nuestros hijos o nuestra pareja, pasear por la naturaleza, una carcajada inesperada en medio del caos. Son esos instantes los que nos recuerdan por qué hacemos todo esto, por qué nos esforzamos tanto.
Conciliar no significa hacerlo todo a la perfección, sino encontrar un balance que funcione para nosotras y nuestra familia. Es saber delegar, pedir ayuda cuando la necesitamos, soltar la culpa y priorizar nuestro bienestar emocional. Porque cuando una madre está bien, su familia también lo está.
Así que hoy, date un respiro. No importa si la lista de asuntos pendientes sigue ahí, si la casa no está impecable o si el día no salió como esperabas. Respira profundo, disfruta el momento y recuerda: lo estás haciendo bien.
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